LA NACION

Viajes de egresados

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Las fiestas de egresados de los colegios secundario­s dejan, semana a semana, el mismo saldo. La mayoría de los chicos llegan a ellas alcoholiza­dos, en un estado de exaltación. En el boliche hay peleas a trompadas, con ojos morados y dientes rotos; algunos intoxicado­s terminan recibiendo atención médica. Y con mucha frecuencia alguno sufre un coma alcohólico y corre riesgo de vida. Además, tanto los que van a egresar como los centenares de invitados, al día siguiente perderán un día de clase (que hay que multiplica­r por la cantidad de fiestas a las que asisten) o concurrirá­n a sus trabajos con las consecuenc­ias de la falta de descanso. Y todo esto sin considerar el costo económico de ese festejo. El alquiler del local bailable, el disfraz, el transporte, la “previa” y el desayuno posterior pueden alcanzar la suma de 5000 pesos por chico. Así, un grupo de 60 alumnos habrá gastado en esa noche 300.000 pesos, el equivalent­e a doce casas de la ONG Techo. Ninguno de los adultos cercanos a los adolescent­es que “eligen” esa manera de festejar el final del ciclo escolar nos sentimos cómodos con ella. Sin embargo, ¿por qué la avalamos? Cuando se muera un chico de nuestra comunidad por un coma alcohólico, en un accidente o en una pelea, ¿nos vamos a poder mirar a los ojos?

No hay paisaje más triste que el ocaso de la sensatez. Alejandro Tloupakis DNI 23.250.242

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