Proteger la forma de convivir
Las tensiones entre independentistas y el resto de la sociedad lograron estar contenidas en los últimos años, pero hace ya un tiempo que los excesos han dejado de ser excepcionales y que el enardecimiento de los primeros ha derivado en un hostigamiento, señalamiento, insultos, acciones de exclusión y abuso a los segundos que debe ser detenido de inmediato. La convivencia de ideas diferentes debe tener lugar en democracia en pleno respeto mutuo y son ya demasiados los signos de abuso por parte de dirigentes independentistas, de medios públicos de Cataluña y de asociaciones como Òmnium o la Assemblea Nacional Catalana para crear un discurso hegemónico que empequeñece la discrepancia y expulsa de la esfera pública a quienes no lo comparten. A menudo se pregunta por qué calla esa mayoría que no está a favor de la independencia. La respuesta es evidente: se debe al hostigamiento al que se ha visto sometida por parte de ese discurso hegemónico. El odio y la tensión son el caldo de cultivo perfecto para el accidente y una vez que éste se produce es difícil o imposible de reconducir. Por fortuna, aún no ha ocurrido ninguno tan grave como irreversible –si obviamos este clima general viciado–, pero es responsabilidad de la Generalitat y de las asociaciones a las que ha dado tanto protagonismo serenar los ánimos y trabajar en contra de las ofensas. Afortunadamente, no han surgido aún expresiones significativas de rencor en sentido contrario. Y deseamos que siga siendo así, que las pequeñas muestras de irritación que se han visto en algunas ciudades españolas no den paso a algo más: que no se apague el fuego con fuego, que no se estimule un nacionalismo acallado para combatir otro nacionalismo inflamado. En la recta final, cuando las energías deben concentrarse en la búsqueda de soluciones y en favorecer las actuaciones más razonables el 2 de octubre, conviene y urge asumir responsabilidades para evitar que las pasiones se desborden hasta provocar el accidente. Que nunca nadie tenga que lamentar no haber hecho lo suficiente.