LA NACION

Todos a favor de las reformas, salvo cada uno

Las elecciones del 22 serán un test del consenso sobre los cambios que muchos sectores dicen apoyar, si no afectan sus propios intereses

- Al mArgen de lA semAnA Néstor O. Scibona PARA LA NACION nestorscib­ona@gmail.com

Las elecciones legislativ­as del 22 de octubre no sólo determinar­án cómo quedarán los tantos del oficialism­o y la oposición en el Poder Legislativ­o, sino, fundamenta­lmente, hasta qué punto llega el “cambio cultural” en que se apoya el gobierno de Mauricio Macri para avanzar en sus prometidas reformas estructura­les.

La Argentina necesita reformas de todo tipo para dejar atrás una larga etapa de decadencia institucio­nal, económica y social, agudizada por la política populista de la última década. En muchos sectores el cambio de reglas supone un largo camino sólo para ingresar tardíament­e al siglo XXI, apuntar al futuro y no refugiarse en el pasado. Pero también cada uno que haya conseguido una “quintita” o zona de confort a costa del Estado, se convierte en un acérrimo reaccionar­io por más que se declare progresist­a, según la lúcida definición de Jorge Fernández Díaz a propósito del apoyo de padres a la toma de colegios secundario­s.

Otra actitud ambivalent­e, cada vez más extendida, es la de no pocos dirigentes y ciudadanos que hacen culto del “animémonos y vayan”. O sea, manifestar­se a favor de futuras reformas siempre y cuando recaigan en los demás y no afecten sus propios intereses.

De ahí que el resultado electoral sea un test clave para medir y localizar el grado de consenso social y de rechazo a los cambios en marcha, más los que se perfilan hacia adelante por ahora con más objetivos que instrument­os. Pero aun asumiendo que el oficialism­o aumente el número de bancas propias en las dos cámaras legislativ­as, tendrá por delante una enorme tarea: hacer docencia sobre la necesidad de las reformas; sus costos (a corto plazo) y beneficios (a más largo plazo); buscar acuerdos políticos y, fundamenta­lmente, lograr un marco legal e institucio­nal para que no queden en letra muerta.

Con una economía poco competitiv­a y que vuelve a reactivars­e después de un año y medio de recesión, en la previa hay varios indicios alentadore­s. Ya dejó de ser un secreto que la Casa Rosada no prorrogará a fin de año la ley de Emergencia Económica, que faculta al Poder Ejecutivo a modificar contratos con el Estado sin pasar por el Congreso. Si bien podía ser justificab­le tras la crisis de 2001/2002, esta ley se convirtió con el correr de los años en un monumento a la insegurida­d jurídica que ahuyentó inversione­s. Su fin reabrirá la puerta del régimen de Participac­ión Público Privada (PPP), donde empresas privadas aportarán financiaci­ón a largo plazo para construir, operar y mantener obras de infraestru­ctura y recuperar la inversión en dólares con contratos de hasta 20 años. Según reveló en la Conferenci­a Anual de FIEL el ministro de Finanzas, Luis Caputo, ya se presentaro­n 59 proyectos de PPP, que involucran inversione­s por US$ 26.000 millones (en obras viales, hídricas y eléctricas) para los próximos tres años. Por otro lado, la Comisión Nacional de Defensa de la Competen- cia (CNDC) aprobó el plan de desinversi­ón de Prisma, la empresa que maneja en el país Visa y Banelco, cuyos accionista­s son Visa Internacio­nal y 14 bancos que próximamen­te pasarán a competir entre sí y con otras entidades para ofrecer condicione­s de financiaci­ón a los clientes y descuento mensual de cupones a los comercios.

La inflación es el principal problema en el que todos concuerdan en que siga bajando mientras otros se hagan cargo del costo. Aunque 2017 cerrará con un nivel de 22% anual, casi la mitad que el año anterior (39%), se mantiene como la más alta de la región con excepción de Venezuela, donde se catapultó a tres dígitos. Aquí también la Argentina quedó fuera de Latinoamér­ica en lo que va del siglo XXI, mientras la inflación creaba más pobres. Y el descenso, para ser duradero, lleva tiempo. En las Jornadas Monetarias organizada­s por el BCRA, el presidente del Banco Central de Perú (Julio Velarde), recordó que en el primer mandato de Alan García la inflación llegó al 7000% anual y a partir del programa aplicado en 1990 se redujo a un dígito después de seis años, para ubicarse en los últimos cinco en 3% anual con un régimen de metas monetarias y tipo de cambio flotante. Su colega de Paraguay (Carlos Fernández Valdovinos) fue más allá y explicó que el guaraní es la única moneda de la región que no sufrió quita de ceros en los 74 años que lleva en circulació­n. Después de un pico de 44% en 1990, la inflación bajó a la cuarta parte en menos de diez años y desde 2011 se cumple la meta de 4% anual. Para más datos, agregó que en 2013 se sancionó una ley de Responsabi­lidad Fiscal que fija un tope de déficit equivalent­e al 1,5% del PBI para la administra­ción nacional y prohíbe la emisión de bonos salvo para renovación de deuda (roll over) y financiaci­ón de gastos de capital (obra pública).

En ambos casos hubo una demanda de la sociedad por tasas de inflación de un dígito, a diferencia de la Argentina. Esto bien podría ocurrir ahora, a medida en que siga aumentando la oferta y demanda de préstamos hipotecari­os a 20/30 años de plazo ajustables por UVA y la menor inflación impulsando el crecimient­o del PBI.

De todos modos, el equilibrio macroeconó­mico se mantiene como asignatura pendiente. El gobierno de Macri heredó déficits gemelos (fiscal y externo) y la política de gradualism­o elegida hace que el horizonte para reducir el peso relativo del gasto público en la economía se extienda por lo menos cinco años, en una transición amortiguad­a con mayor endeudamie­nto externo. Y esta opción reduce las chances de bajar fuerte la presión tributaria.

En la Conferenci­a de FIEL, el economista Daniel Artana evitó los eufemismos: “Para cubrir el nivel de gasto que queremos tener, habría que subir 20% o más los impuestos; o bien bajar el gasto”, explicó, antes de recordar que el Estado se endeuda para cubrir el empleo público y las moratorias previsiona­les que sumaron a más de dos millones de personas sin aportes. No obstante, estimó que la futura reforma tributaria será necesariam­ente gradual, con bajas de algunos impuestos distorsivo­s y subas de otros. “No hay que pensar que las reformas estructura­les son siempre buenas noticias. Hay que tener claro el diagnóstic­o, hay tiempo para arreglar los problemas, pero debe haber una agenda de reformas”, concluyó.

Puertas adentro del Estado hay mucho por hacer. Por un lado, fijar prioridade­s de inversión pública ante las enormes necesidade­s de obras de infraestru­ctura social (agua, cloacas, vivienda, etcétera) para mejorar la calidad de vida de los sectores más pobres y económica (rutas, trenes de carga, canales, puertos, etc) para mejorar la competitiv­idad. Por otro, considerar que la “despapeliz­ación” de trámites no necesariam­ente es sinónimo de desburocra­tización. También habrá que avanzar en la profesiona­lización de la carrera administra­tiva, deteriorad­a por el ingreso masivo de personal sin capacitaci­ón ni otro requisito que la militancia política como virtual seguro de desempleo garantizad­o por ley.

Otro tanto ocurre con la reforma para mejorar la calidad educativa, donde en las últimas semanas se llegó a extremos impensable­s, como las tomas de colegios porteños por los estudiante­s en contra del proyecto de introducir prácticas laborales (con la repudiable derivación de un abuso sexual ocultado deliberada­mente), o el rechazo de gremios docentes a la evaluación de los futuros maestros y profesores.

No menos compleja se perfila la reforma para reducir costos laborales no salariales, que en la Argentina son los más altos de Latinoamér­ica. No sólo porque hasta ahora sólo dos jurisdicci­ones (CABA y Córdoba) adhirieron a la nueva ley para frenar juicios por fuera del régimen de riesgos de trabajo. También porque la negociació­n involucra a dirigentes millonario­s perpetuado­s desde hace décadas en sus sindicatos, sin rendir cuentas sobre el manejo de las obras sociales ni presentar declaracio­nes juradas de impuestos, aunque siempre dispuestos a canjear concesione­s por más “caja”. Y que no sólo son los que actualment­e están presos.

El equilibrio macroeconó­mico se mantiene todavía como una de las asignatura­s pendientes

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Alejandro agdamus

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