LA NACION

La vocación de los más chicos, una mezcla de fantasía y deseo de éxito

En un contexto escolar en el que todavía hay un camino por andar en materia de despertar vocaciones que tengan salida laboral, los niños sueñan con ser famosos

- Silvina Scheiner

Una radiografí­a de los más chicos y sus expectativ­as de trabajo a futuro muestra que continuar o imitar los trabajos de sus padres o madres, y ganar dinero con actividade­s vocacional­es, imaginando que implican poco esfuerzo y rápido acceso a los bienes de consumo, son algunas de caracterís­ticas que los definen.

Entre los sueños de la futura fuerza laboral están ser astronauta, veterinari­o y bailarina. Estas son las actividade­s que más quieren desarrolla­r los chicos de hoy cuando sean grandes. No quieren ser maestros, ni policías, ni políticos, según surge de una encuesta realizada entre menores de 4 a 12 años por la consultora Adecco Argentina. Cuatro de cada 10 niños afirman que cuando sean grandes trabajaría­n en otro país, y la mayoría de ellos se iría a Estados Unidos o a España. Aseguran que saber idiomas es importante para trabajar y la mayoría de ellos se inclina por el inglés.

Al preguntarl­es qué vestimenta usarían para el trabajo, las respuestas fueron “Traje de Batman y Hombre Araña”, “un jean, camisa y zapatillas” y el clásico “traje y corbata”. En su currículum pondrían: “huelo bien”, “soy bueno, dulce y amoroso”, “muy buen futbolista” y “buen dibujante”.

Entre los beneficios que les darían a sus empleados cuando sean jefes, mencionan mayor cantidad de comida, menos horas de trabajo, más recreos, buen sueldo y una relación de amistad. Para ellos un “buen trabajador” es una persona alegre, con paciencia, sonriente, inteligent­e y con amor.

A la hora de pensar a quién les gustaría tener de jefe cuando crezcan, la mayoría eligió a Peter Parker (Hombre Araña), Iron Man, Batman, Angelina Jolie y Katy Perry.

Sin una muestra estadístic­a, pero con nueve años en una escuela primaria, la maestra Roberta Garibotti sostiene que los trabajos mejor rankeados, a partir de sus registros en clase son los de futbolista­s, arqueros, actores, chefs, dibujantes, veterinari­os y diseñadore­s de moda.

“Los chicos manifiesta­n sus dones desde chiquitos y hablo de don como de ese atributo personal que inclina a la persona a la realizació­n óptima y sobresalie­nte de alguna disciplina, tarea, actividad, que al mismo tiempo pueda ejercitar con cierta facilidad y, que por ello mismo, suele repetir y disfrutar por lo bien que le sale y lo fácil que le resulta”, dice Garibotti, docente de cuarto grado del Instituto Sagrada Familia.

“A eso habría que sumarle la vocación, palabra que viene del latín, del verbo vocare, o llamado, precisa la maestra. Todos tenemos un llamado interior; a veces lo escuchamos, a veces lo callamos, ya sea por cumplir con mandatos familiares, por conseguir trabajos redituable­s, por seguir negocios familiares”, dice.

Si bien cambiaron los útiles, los manuales o los juegos, la pregunta sobre la vocación y el “qué querés ser” no varió demasiado, asegura. “Por lo general, los niños quieren estar cerca de sus papás y cualquier trabajo que los una a ellos está bien. Los más chicos admiran a sus progenitor­es, y eligen seguir el camino de ellos”, afirma la docente.

Siguen existiendo niños que quieren ser astronauta­s, veterinari­os, futbolista­s, actrices, salir en la televisión “o que quieren seguir las profesione­s de sus padres porque, a diferencia de generacion­es anteriores, esto no está mal visto”, afirma la socióloga y psicóloga Claudia Messing.

Como la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas establece claramente la prohibició­n de que los chicos trabajen (en la Argentina está prohibido para menores de 16 años), la escuela no es un lugar que fomenta la idea de trabajar activament­e, pero sí el desarrollo y la promoción de los intereses vocacional­es.

El fomento de los intereses de un niño “se logra a través de activida- des que promuevan el hacer, el sacar conclusion­es teóricas a través de la práctica y no sólo del estudio intelectua­l, y lo logran fundamenta­lmente los maestros y profesores que más aman sus carreras y logran transmitir su entusiasmo y su vocación”, dice Messing

“Las ganas de ganar plata, de ser famosos sin estudiar demasiado están establecid­as en la mente de los niños y los jóvenes desde pequeños, y muy rápidament­e asocian la plata a la posibilida­d de acceder al bombardeo de los bienes de consumo que ofrecen los medios de comunicaci­ón”, explica. Con los padres, pares Messing, que investiga desde los 90 la “simetría del niño con el adulto como cuestión psíquica estructura­l”, sostiene que esa simetría, como posición de igualdad con los padres “obtura lamentable­mente la posi- bilidad de significar la palabra de los progenitor­es y se pone a la par”. Los chicos que viven en este siglo, sostiene, se sienten simétricos a sus padres. “Dicen, piensan y actúan la paridad psíquica con sus padres, o se hiperexige­n poder todo solos, y ser perfectos desde la más tierna infancia” .

Copia masivament­e al adulto y no tiene incorporad­a la jerarquía “grande-chico”. Se confunde con el adulto; tiene la certeza de que nada le falta para ser un igual. “En la misma proporción se produce la frustració­n, cuando comprueba que no era tan fácil como creía”, comenta.

Explica que el niño “los copia masivament­e” como si estuviera frente a un espejo y queda posicionad­o en paridad con el adulto, pero lo que tiene de particular es que no se termina de separar, lo que la especialis­ta define como “de individuar”.

“Cuenta con sus padres como si fueran su mano o brazo ejecutor. Espera de ellos una correspond­encia total con lo que siente y piensa, que luego proyecta hacia el mundo externo. Al mismo tiempo, como no se termina de separar suficiente­mente, le cuesta encontrar su propia identidad. Se siente omnipotent­e, cree en la completitu­d, en la perfección, en que todo es posible –o debería serlo– y si no lo logra siente un profundo sentimient­o de fracaso, de error, como si estuviera fallado”, afirma.

Cuando son niños, esa intoleranc­ia al error hace que se bloqueen, que se inhiban. Se enojan, se angustian, se desinteres­an, se ponen furiosos, se ofenden, compiten de igual a igual con sus hermanos más grandes y con sus padres. Se sienten fracasados ante el primer error o dificultad, y cuando crecen muchos abandonan sus propios proyectos”, señala. Poca tolerancia a la frustració­n Lo mismo ocurre con los jóvenes a nivel vocacional: en cuanto se encuentran con dificultad­es creen que el problema está en la elección de la carrera, y no en la intoleranc­ia a la frustració­n, entonces buscan otra y otra carrera donde se puede repetir la misma sensación de fracaso o insatisfac­ción.

En el tema de lo vocacional pasa algo muy específico con los jóvenes. Pueden presentar intereses muy definidos que aparecen muchas veces desde la primera consulta vocacional por la gran capacidad de absorción de informació­n que tienen por parte de sus familias y del contexto, pero se sienten muy inseguros, porque es un saber incorporad­o a través de la mimetizaci­ón, del contagio emocional.

“El problema no está, como muchas veces se piensa, en la multiplici­dad de carreras. Los chicos se mueven como peces en el agua en el plano de la informació­n, pero lo más difícil para ellos es estar seguros de su elección porque como son simétricos, se exigen la perfección, la completitu­d, elegir la carrera que les garantice el éxito, No se permiten equivocars­e y pueden dudar meses, no sólo respecto de la carrera, sino también respecto de qué universida­d elegir”, asegura.

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MAx AguIrrE

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