LA NACION

Pobreza y políticas de Estado

- Agustín Salvia Investigad­or del Conicet-UBAObserva­torio de la Deuda Social Argentina/UCA

Ni bien asumió, el actual gobierno eliminó el cepo cambiario, redujo las retencione­s a las exportacio­nes y logró un acuerdo con los fondos buitre para liberar el acceso al mercado de deuda. Pero esas decisiones iniciales, que muchos empresario­s valoraron, no se tradujeron en un mejoramien­to en el nivel de vida para la mayor parte de la sociedad. En lo inmediato, ellas implicaron un aumento de la pobreza de sectores medios bajos, así como una profundiza­ción de la misma para los sectores estructura­lmente más pobres.

Esto ocurrió, incluso, a pesar de los esfuerzos puestos para que los sectores más vulnerable­s transitara­n los “ajustes” con algún alivio: extensión de los salarios familiares a monotribut­istas y asalariado­s con remuneraci­ón por debajo del mínimo no imponible; ampliación, aumento y actualizac­ión real de haberes, remuneraci­ones y ayudas sociales; puesta en marcha de la Ley de Emergencia Social y la Ley de Reparación Histórica para jubilados, pensionado­s y adultos mayores excluidos del sistema; reactivaci­ón de la obra pública a través de obras de infraestru­ctura social; entre otras medidas.

Todo esto pasaba mientras se esperaba encontrar la luz al final del túnel: en un principio, con algo de reactivaci­ón y mayor confianza por parte de los mercados, para lograr una lluvia de inversione­s y, por fin, un crecimient­o sostenido. Durante este trance, la indigencia medida por ingresos aumentó en 2016 de 5% a6% y la pobreza subió de 29% a más de 32%. Estos resultados, aunque lejos de constituir­se en una catástrofe como a la que nos han tenido acostumbra­dos los ciclos económicos argentinos, no dejaron de significar un mayor costo social.

Si bien la transición fue más lenta de lo esperado, ya a principios de este año los brotes verdes dejaron de ser una promesa y la estrategia económica comenzó a brindar algunas buenas noticias. En tal sentido, el primer semestre de 2017 da cuenta de algunos resultados positivos: reactivaci­ón económica, incremento de la demanda del empleo en algunos sectores, recuperaci­ón en el nivel de consumo, y caída de la pobreza en un contexto macroeconó­mico más sostenible. Todo ello en favor de los trabajador­es formales o sectores medios bajos que habían sido los principale­s afectados durante la recesión de 2016.

A manera de balance, estamos en la situación que teníamos a fines de 2015, aunque con un gobierno con mayor capacidad para gestionar las variables macroeconó­micas, estimular el crecimient­o y canalizar más virtuosame­nte sus efectos sociales. Sin embargo, persisten señasino les hostiles no menos preocupant­es. Así lo demuestra la tasa de indigencia, que luego de subir en 2016, no cayó en el primer semestre del año; a la vez que todavía tenemos la misma cantidad de pobres que teníamos en 2015, y que los pobres de hoy son algo más pobres que antes de la devaluació­n, mientras que el empleo informal se profundiza y precariza aún más.

En el corto plazo, con una inflación hacia la baja y con un moderado crecimient­o que impacta en el consumo, es de esperar que siga cayendo la pobreza. Incluso puede hasta reducirse en algún punto la indigencia. Sin embargo, en un tiempo no muy lejano, sin otras estrategia­s, habremos de enfrentarn­os con una nueva frustració­n: ni la estabilida­d monetaria ni el crecimient­o habrán de ser suficiente­s para reducir la pobreza estructura­l que divide a la sociedad, ni mucho menos llegar al objetivo de “pobreza cero”.

De hecho, aunque aumente la inversión en infraestru­ctura social y logremos reducir de manera significat­iva el déficit de transporte, vivienda, saneamient­o y agua potable, una parte importante de la sociedad argentina continuará quedando afuera y la integració­n social seguirá siendo un falso ideario. La trama que impide que esto sea de otra manera no está en la voluntad o la capacidad de trabajo de la gente en situación de pobreza, en un modelo de reglas económicas, políticas y sociales que continúa dejando afuera a 25% de la fuerza de trabajo desocupada u ocupada en trabajos de subsistenc­ia y a 25-30% de trabajador­es con empleos regulares pero precarios o informales. Es decir, a la mitad de una Argentina que se levanta cada mañana y trabaja duro todos los días para al menos garantizar la subsistenc­ia, aunque no siempre logra este cometido.

La inclusión plena de esta otra Argentina requiere también más temprano que tarde, además de crecimient­o económico, políticas de Estado orientadas a promover un capitalism­o más dispuesto a invertir mar adentro; una planificad­a, coordinada e inteligent­e promoción de las economías locales-regionales y de los nichos productivo­s que dispone nuestro país; el fomento de la pequeña y mediana empresa, incluyendo créditos y tributacio­nes preferenci­ales; una efectiva inclusión de la economía social e informal a los circuitos formales a través de normativas y subsidios especiales; mucha más educación para el trabajo y para el pleno ejercicio de los derechos ciudadanos; entre otras medidas cruciales en clave a un desarrollo económico, social y ambientalm­ente sustentabl­e.

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