LA NACION

Cuando el fútbol se deja llevar por el juego, Neymar y Cavani son un abrazo

Detrás de las polémicas, PSG es un equipo serio y divertido, que va a la caza de Europa; 6-2 a Bordeaux , con un penal del... brasileño

- Ariel Ruya LA NACIoN

Unai Emery es un entrenador confiable. De 45 años, nacido en España, de origen vasco, tuvo una olvidable campaña como futbolista, en el sótano del fútbol español. Pragmático, equilibrad­o, enemigo de los excesos, creó la mejor versión –algo así como un equipo ideal– en Sevilla, al conseguir una sorprenden­te trilogía en la Europa League, entre 2014 y 2016. De vertiginos­o ascenso, conmovido por los millones de la vidriera europea, se sentó en el banquillo de PSG, mucho antes de las novelas de estos días. Dos Supercopa, la liga local y la Copa de Francia no le bastan al excesivo poderío de los jeques. El aristocrát­ico club de París, ahora, va por todo. A la caza de Europa.

Sin la identidad de Barcelona, ni la historia de Real Madrid, días atrás superó por 3 a 0 a Bayern Munich, en la Champions League. Allí apunta, con un elenco de figuras de egos infinitos detrás de escena, ahora dispuestos a congeniar en el campo, para crear un equipo que aspire a la historia grande. El DT, que escribió un pizarrón perfecto en aquel 4-0 sobre Barcelona en los octavos de final de la anterior competenci­a, se sintió un conductor amateur, luego de la remontada del equipo catalán por 6 a 1, en el Camp Nou. Ahora, mientras se disfraza de docente y de psicólogo, busca venganza, con Neymar –el genio y villano– de su lado.

Mientras, en el torneo local, destroza adversario­s sin despeinars­e. La goleada por 6 a 2 sobre Bordeaux –un primer tiempo de película, una segunda mitad de receso–, no sólo lo mantiene en las alturas, con 22 puntos, producto de 7 victorias y una igualdad; sobre todo, fue un símbolo de paz. Neymar marcó un golazo de tiro libre, le dio un pase-gol a Cavani y..., anotó un penal. El resto –un equipo prolijo y voraz, más Mbappé y los ingresos decorativo­s de Di María y Lo Celso–, resultó una jornada de sonrisas. Con las polémicas archivadas en un costado.

La sanción del penal fue celebrada, aunque con cierto suspenso. Amenazaba con estropear la excelente marcha deportiva de PSG, hasta que Neymar –con una corrida sigilosa, medida– se encargó de la pena máxima, sin que Edinson se atreviera a contradeci­rlo. Cuando el árbitro François Letexier señaló la falta en el minuto 40, las miradas de los 47.537 espectador­es del Parque de los Príncipes se fijaron en las dos estrellas. La tribuna principal tomó partido: gritó “¡Cavani, Cavani!”, un fuerte respaldo a la candidatur­a del uruguayo, con 141 goles en 209 partidos en París. Al final, lo hizo Neymar. Hubo aplausos y abrazos. Tal vez, haya sido una puesta en escena para el mundo. Antes, hubo fútbol con resistenci­a recortada.

Desde la salida de Zlatan Ibrahimovi­c en 2016 hacia Manchester United, Cavani había sido el lanzador. “En los penales, para mí lo más importante es marcarlos. Lo más importante es que los dos vean esta oportunida­d y que los dos puedan tirar. La decisión es de los dos. Lo hemos hablado en la intimidad”, declaró Emery, según cita la agencia AFP, entusiasma­do por la marcha triunfal sobre el césped, inquieto porque las charlas detrás de las luces hayan tenido efecto.

Fue el final de una polémica que había nacido en el triunfo 2-0 ante Lyon, el 19 de septiembre, cuando Kylian Mbappé obtuvo un penal a dos minutos del cierre; Neymar, nuevo dueño del equipo, reclamó el balón, pero se encontró con Cavani. El uruguayo rechazó ceder el privilegio y a continuaci­ón, tal vez perturbado por el intercambi­o verbal con su compañero, chocó con el arquero Anthony Lopes, autor de una gran atajada. Detrás de los egos, una tarde de buen fútbol no viene nada mal.

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Reuters Un saludo, a modo de mensaje: Cavani y Neymar, unidos

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