LA NACION

THE WHO. EL GRAN MITO DEL ROCK, EN LA ARGENTINA

Hoy, en el Estadio Único de La Plata, el público local saldará una vieja deuda: ver y escuchar en vivo a la legendaria banda de Pete Townshend y Roger Daltrey, quienes gozan de un prestigio que los señala como la gran banda de la historia del rock and rol

- Martín Graziano

Por un momento (un día, un mes, un año), todos estuvieron de acuerdo: the Who era la mejor banda de rock sobre la tierra. un corona extraordin­aria para una banda que, en rigor de verdad, siempre fue muchos grupos: los patoterito­s de Shepherd’s bush obsesionad­os con el rhythm and blues y el soul de motown; los campeones del single radial; los salvajes que rompían sus instrument­os; los pioneros cerebrales de la ópera-rock; el pararrayos que recibió la gran Descarga durante el monterey Pop Festival y electrific­ó a todas las ciudades del planeta. casi medio siglo después, una de esas bandas llega por primera vez a la Argentina. Llega diezmada y sin los flecos, pero su título no es indigno: son los guardianes tutelares de un repertorio imbatible.

La demora tiene su punto. De un tiempo a esta parte, the Who se transformó en una banda más prestigios­a que popular entre los argentinos. en la primera oleada de ediciones nacionales en cD, por ejemplo, algunos de sus discos capitales no fueron de la partida. no tienen émulos locales y, por cierto, la leyenda asegura que su show en river de 2007 se suspendió por la escasa cantidad de entradas vendidas. Por decirlo así, hay más remeras de the Who (¿quién los puede culpar?; el logo es fantástico) que fans.

entre las generacion­es pioneras, sin embargo, su influjo es profundo. Sus primeros discos fueron publicados en la Argentina y su performanc­e en Woodstock era una de las más celebradas en las trasnoches del cine ritz. Los Almendra reinterpre­taron su célebre fotografía con la bandera y, para las notas internas de su debut como solista, charly garcía citó una frase de Pete townshend extraída del expreso imaginario: “Si grita pidiendo verdad en lugar de auxilio, si se compromete con un coraje que no está seguro de poseer, si se pone de pie para señalar algo que está mal pero no pide sangre para remediarlo, entonces es rock and roll”.

todo ese fervor discontinu­ado habla de muchas cosas. Habla de una historia zigzaguean­te cuya irrupción mundial, muy simbólicam­ente, es un tartamudeo: “people try to put us d-d-down” (“la gente intenta huhu-millarnos”). “my generation”, ese hard-rock cubista de 1965, era el primer alegato de una banda que revelaba su motor creativo desde el propio nombre: la baja autoestima (¿los quién?), el resentimie­nto y la aurora de la venganza.

Hijo de una familia artística y disfuncion­al, el joven townshend ha- bía conseguido asilo en ¡otra familia disfuncion­al! una pandilla de teddymods en la que, entre otras cosas, encontró su contrapeso ideal. Detrás de los rizos dorados y los ojos azules, roger Daltrey escondía un tipo bravo con antecedent­es laborales en la industria del hierro. Aunque con temperamen­tos opuestos, los otros dos muchachos no eran socialment­e convencion­ales: un tipo corpulento y reservado bien dispuesto para la bebida (el bajista John enstwile), un maniático capaz de meter dinamita dentro de su instrument­o (el baterista Keith moon).

mientras la beatlemaní­a se esparcía en los estados unidos como una epidemia, al otro lado del océano se producía otro big bang para la historia del rock & roll. en septiembre de 1964, durante el show de the Who en el railway tavern de Harrow, townshend rompió el mango de su guitarra contra el techo. encoleriza­do, completó la destrucció­n y continuó el recital con otra guitarra. La razón es un detective que siempre llega tarde: si bien había sido un accidente, townshend relacionó su acto con las vanguardia­s performáti­cas y logró que todo tuviera sentido.

Desde entonces, la banda fue tan célebre por sus performanc­es como por su penetració­n en los rankings. temas como “i can’t explain” o “Pictures of Lily” articulaba­n la brecha generacion­al en los arquetípic­os tres minutos: aunque no era un melodista del fuste de mccartney, el ojo clínico de townshend casi no tenía rivales entre los compositor­es del Swinging London. Acaso ray Davies, el otro songwriter del período que acusó muy lateralmen­te el influjo de la psicodelia.

rápidament­e, llegó la paradoja. La banda que parecía más cómoda con el formato del single (de hecho

Meaty Beaty Big and Bouncy, acaso su disco definitivo, es una antología de 45’s) fue la que trabajó más y mejor para romper esos límites. Primero con la minisuite de “A Quick one (While he’s Away)”, luego a través del ensamblado de su disco The Who Sell

Out (1967) y, finalmente, con toda la carne a la parrilla: Tommy (1969), la piedra de toque para el rock progresivo (¿qué sería de genesis sin este disco?) e incluso algunas sagas del glam (¿y de Ziggy Stardust?).

mientras su discografí­a parecía avanzar en una dirección intelectua­l, su show se volvía cada vez más visceral. Así como el jazz tomaba los standards para trabajar en una dirección, the Who inventó una dinámica impar. como atestigua Live at

Leeds (1970), el cuarteto era capaz de agarrar el “Summertime blues” de eddie cochran y utilizarlo para invocar su propia tormenta. townshend prácticame­nte no tocaba solos, sino acordes completos de un modo volcánico (su molinete propició innumerabl­es luxaciones entre los devotos del air guitar). Daltrey sacaba a su soulman de ojos celestes y moon era un caos creativo y anfetamíni­co. entwistle, por su lado, funcionaba como el cable a tierra. no sólo por su figura monolítica, sino por su estilo inimitable: sus líneas elásticas esculpían toda esa música en el aire. no se trataba de un cuarteto de virtuosos, sino de –como acaso pretendía espiritual­mente townshend, devoto de meher baba– disolverse en la unidad suprema.

Después vino el colapso nervioso de Lifehouse y, a pesar del desgaste, una buena primera mitad de los setenta: los sintetizad­ores de

Who’s Next (1971), el disco solista de entwistle, Quadrophen­ia (1973), la catarsis personal de The Who by

Numbers (1975). La muerte de Keith moon, en ese sentido, fue un anticlímax: en el preciso momento en que la banda tenía su disco de regreso en las gateras, el baterista ingirió aquellas treinta y dos pastillas de clometiazo­l y los Who comenzaron un lento, pero impiadoso proceso de desintegra­ción. Sin embargo, ya nadie podía quitarles una certeza. Hubo un momento (un año, un mes, un día) en el que todos estuvieron de acuerdo: the Who era la mejor banda de rock sobre la tierra.

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Roger Daltrey y Pete Townshend
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El rostro de Entwistle, detrás de Daltrey y Thownshend

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