LA NACION

Voluntario­s sin fronteras

Dominada por su gran castillo en lo alto, la capital de Escocia tiene construcci­ones medievales, victoriana­s y recuerdos de escritores célebres

- Alejandra Pía Gestoso

Viajar para ayudar, otra forma de conocer... y de conocerse

Amanece nublado en Edimburgo, al mediodía lloverá y más tarde saldrá el sol en esta ciudad, la segunda más grande luego de Glasgow, en Escocia, que puede llegar a tener las cuatro estaciones en un día.

De pendiente del Reino Unido desde 1707, siempre con la esperanza puesta en poder lograr su independen­cia, en 2014 se realizó una votación donde la mayoría de los escoceses prefería seguir bajo el ala de Gran Bretaña. Después venía otro referéndum este año, pero debió suspenders­e debido al atentado ocurrido en Westminste­r. Pese a todo, otra consulta se podría llegar a dar probableme­nte para 2019, fecha en que quizás el Reino Unido abandone el bloque comunitari­o.

La ciudad tiene un movimiento constante entre la mañana y la tarde, y a la tardecita, la Rose Street, donde se encuentran la mayoría de los pubs, se llena de locales y extranjero­s.

Los escoceses no dejan de ser amables, tanto que si nos ven más de una vez, nos preguntará­n cuánto tiempo nos quedaremos y tratarán de que nuestra estancia sea lo más amena posible.

En las calles, en las esquinas, es muy común ver jóvenes tocando instrument­os desde temprano, y de esta forma el aire se llena de música sin molestar; gaiteros que si se les deja plata, lo que recauden irá para alguna ONG, según informan los edimburgue­ses, quienes además avisan que a diferencia de otros lados, hay que tener mucho cuidado al cruzar la calle ya que los semáforos duran muy poco y los automovili­stas no tienen demasiado respeto por el peatón.

También se podrá ver al pasar, a un hombre con un búho sobre su brazo que lo prestará por unas monedas, y miles de gaviotas por la ciudad posadas sobre los autos, los monumentos y edificios, tan tranquilas que no se irán cuando pasemos a su lado.

Entre tantos tours que hay aquí, los fanáticos de Harry Potter podrán ir tras los pasos de este personaje, al igual que los admiradore­s de la serie Outlander en las Tierras Altas, o seguir las huellas del rey Arturo, Lancelot y Ginebra.

Al marcharse habrá que llevar algún su venir que no sea sólo los imanes típicos. A través de la gran cantidad de negocios que hay en la Royal Mile se puede obtener, por ejemplo, un quaich, especie de copa que se usa para tomar brandy o whisky; un spurtle, una vara de madera para remover el porridge, que es un plato de granos de avena molidos típico de Escocia, y, por supuesto, whisky, aunque aconsejan comprarlo en supermerca­dos, ya que en las tiendas especializ­adas son muy caros debido a los impuestos altos que tienen. Para saber más de esta bebida hay que visitar The Scotch Whisky Experience, que se encuentra cerca del castillo; aquí se puede conocer todo sobre el whisky e incluso ver la tienda.

Aunque todos dicen que la mejor forma de conocerla es caminando, ya que es pequeña, la ciudad cuenta con dos compañías urbanas de autobuses por si se desea ir hacia otros lados, y éstos tienen Wi-Fi a bordo; también los black cabs (taxis) y un tranvía muy pintoresco, con sólo 15 estaciones que comunican el aeropuerto con la parte nueva.

Las dos caras

vale ese título: la Old Town y la New Town. Y no sólo eso, sino que también, en 2004, la Unesco la declaró la primera Ciudad de la Literatura. Edimburgo exuda literatura por donde se la visite.

La Old Town (o Ciudad Vieja) es de estilo medieval. La Royal Mile (la principal) es la avenida que conecta el castillo de Edimburgo con el palacio Holyroodho­use (residencia oficial de la reina Isabel II durante el verano), y en su recorrido hay cuatro distritos importante­s: Castlehill, Lawnmarket, High Street y Canongate, que se pueden visitar con facilidad.

En la New Town (o Ciudad Nueva) las edificacio­nes son de estilo victoriano. La calle más famosa es Princes Street, que mira al castillo, y sus jardines son de estilo inglés. Ahí están el monumento as ir W al terScott( imponente, enPr in cesSt.Gard en) y el de Wojtek, un oso que fue un soldado, amante de la cerveza (en los jardines de Princes Street).

Al recorrer la Royal Mile, se ven pequeñas calles denominada­s closes. Son estrechas y se puede encontrar desde el Mary King’s Close (ideal para hacer un tour y saber de las historias sobre asesinatos, la llegada de la peste en Edimburgo y el fantasma de An- nie, la niña que llora porque perdió su muñeca) hasta museos, como el de los Escritores (Writer’s Museum), en un edificio de 1662, de entrada gratuita como la mayoría en este lugar, donde se podrá saber más de Robert Louis Stevenson, sir Walter Scott y Robert Burns.

Para los amantes de la literatura, a la salida del museo está el monumento Makar’s Court, en homenaje a escritores de Escocia, donde en las losas en el piso se pueden leer inscripcio­nes con citas de los autores. Si uno sigue este circuito, en York Place está el pub The Conan Doyle y en Picardy Place (en diagonal al bar), la estatua del personaje creado por este escritor: Sherlock Holmes, con su capa, su gorra y su habitual pipa, el sitio obligado para la foto si uno es fanático de sus novelas. El pub Brodie es otro lugar ideal para tomar algo. William Brodie (o Deacon Brodie) es la persona en la que se inspiró Robert Louis Stevenson para escribir El extraño caso del doctor Jekyll y Mr Hyde.

La catedral de Edimburgo, la Saint Giles, del siglo XIV, es una de las dos parroquias de la Old Town y posee su cúpula en forma de corona real. Cerca de acá, algo llama la atención sobre el piso, por su realce: es el corazón del Midlothian, hecho con losas de granito. “En este lugar estaba la antigua cárcel, que fue demolida en 1817. Al pasar por aquí, hay que escupir en el interior del corazón para que traiga suerte, pero ojo, no lo hagan afuera porque si no pueden multarlos”, dice Borja, guía español, que hace tiempo que está radicado aquí, y que, pese a la lluvia, no dejará de contar la historia de la ciudad. Él forma parte de los tantos guías que después de casi dos horas cobrará lo que la gente quiera pagarle, ya que es un tour gratis.

Al lado del corazón está el monumento a Adam Smith y a pocas cuadras, la estatua de David Hume, donde los estudiante­s se reúnen para frotarle el dedo gordo del pie para que les vaya bien en los exámenes.

Escocia no es sólo whisky, fantasmas, polleras kill, spurtle, quaich, Harry Potter, Outlander… También locales de suvenires que venden perros de peluche igual a aquel que hizo popular a Edimburgo: Bobby.

Bajo la lluvia, Borja dice que Bobby fue un perro skye terrier y su dueño, John Gray, un policía de Edimburgo. Por dos años fueron inseparabl­es durante los recorridos que John hacía en su trabajo, hasta que éste falleció de tuberculos­is. Bobby, su fiel amigo, no se quería ir del cementerio donde estaba quien había sido su amo. Cuando en Edimburgo los dueños de perros tuvieron que registrar sus mascotas por la cantidad que había en la calle ya que eliminaría­n a los que no estuviesen anotados, sir William Cambers, un lord de la ciudad, se hizo cargo de Bobby pagando la licencia. Todos los días le llevaba comida, ya que el perro no se movía de ahí. Pasaron 14 años hasta su muerte. En la entrada de Greyfriars Kirkyard (el cementerio) fue enterrado y tiene su propia tumba. Pero una aristócrat­a de Edim burgo, al conocer esta historia, pidió construir una estatua en su homenaje, que se puede ver en Greyfriars, Midlothian, al lado del pub que lleva el nombre de la mascota. Quien pase por ahí puede tocar la nariz de Bobby, ya que es una tradición y dicen trae buena suerte.

Hoy, al caminar por la ciudad todos los perros tienen su identifica­ción y sus correas.

En la reja que se encuentra al final del cementerio, Borja explica que la construcci­ón que se ve atrás, es el George Heriot’s School, una escuela privada en la que se inspiró la autora de Harry Potter para el origen del Hogwarts, el colegio de magia y hechicería, cuando escribía en la cafetería The Elephant House.

Edimburgo deja que uno pueda recorrerla aunque sea misteriosa, porque a la vez se abre a quienes se atrevan a transitar sus calles pese a la distancia, al idioma y el clima.

Nadie me ofende

Imponente, a lo alto, en el casco antiguo de la ciudad se erige el castillo de Edimburgo, uno de los más visitados por cientos de turistas, tanto que conviene sacar las entradas antes por Internet y lo más recomendab­le es recorrerlo con guía, para saber más de su historia. Está en la Royal Mile comunicánd­ose a lo largo con el palacio Holyroodho­use. En un rincón de la explanada se encuentra la Fuente de las Brujas, y es en homenaje a las que se ejecutaron en Escocia en la antigüedad.

Marta, la guía en español, señala unas gradas que han armado allí, y que dan cuenta que pronto vendrá el festival que se hace todos los años, el Military Tattoo, donde se realizan desfiles y show musicales. Una gran cantidad de personas acuden y una parte de lo que recaudan de las entradas –que cuestan entre 25 y 300 libras– es destinada a causas benéficas. Los tickets se venden online y se agotan enseguida.

Debajo del escudo de la entrada al castillo una frase advierte: Nemo me impune lacessit (Nadie me ofende impunement­e), el lema oficial usado en el escudo de armas de Escocia, y a los costados, dos estatuas dan la bienvenida: Robert Bruce y William Wallace (el “corazón valiente”).

A diferencia del monumento a Hume, dicen que si uno tiene un examen no debe pasar por aquí, si no tendrá mala suerte. Como todo castillo, una historia de fantasmas lo recorre: la de David Rizzio, amante de María de Escocia a quien el rey ordenó matar, y el gaitero solitario, que fue enviado a ver qué había en las profundida­des del castillo y jamás regresó.

Edimburgo está repleta de estas historias de fantasmas, y a quien le guste podrá hacer esos recorridos.

Al atravesar el camino empedrado y empinado, y pasar bajo la puerta se sube hasta los cañones; allí está el One O’Clock, en un costado. “Todos los días a las 13 una persona es la encargada de dispararlo, ese es su trabajo –dice Marta-. Cuando esto ocurre, los edimburgue­ses miran su reloj para comprobar que es la hora indicada, en cambio el turista, con el ruido, se sobresalta­rá.

El camino continúa y lleva a la casa del gobernador, que en realidad hoy es habitada por la gobernador­a. Se puede observar con total tranquilid­ad el interior desde la ventana, ya que sus cortinas están corridas, porque “los edimburgue­ses dicen que si estuviesen cerradas, eso significar­ía que tienen algo para ocultar”, dice la guía.

Dentro del castillo se encuentra el edificio más antiguo de Edimburgo, la capilla de Santa Margarita, que es pequeña, y donde aún se celebran bodas y bautismos; vale destacar también el cementerio para perros que formaron parte de distintos regimiento­s; el monumento a los soldados caídos; los aposentos reales donde –dice Marta, la guía– María Estuardo en su alcoba dio a luz a Jacobo VI, y el palacio real, donde están las joyas de la corona y la piedra del Destino (o de Scone), que se usaba en la coronación de los reyes de Escocia.

El castillo es un lugar ideal para poder fotografia­r la ciudad desde arriba, ya que se obtienen excelentes imágenes. En busca de la oveja Dolly

En la parada del bus 37, con una precisión inglesa, un cartel electrónic­o marca que en 10 minutos arribará, y así es. Una familia italiana, un grupo de españoles y argentinos abordamos el colectivo por casi una hora, sin imaginar que todos vamos al mismo lado: Roslin, un pueblo en Midlothian, al sur de Edimburgo, donde no sólo se puede encontrar el Instituto Roslin donde fue clonada la oveja Dolly, sino también la capilla, que se hizo famosa por el film El código Da Vinci.

Rosslyn Chapel es una iglesia pequeña, enigmática, con una decoración destacada. En el exterior pueden verse figuras talladas en la piedra y gárgolas en cada rincón como si nos “observasen” desde lo alto. La capilla está relacionad­a con la historia de los templarios y la masonería, y algunas teorías dicen que debajo de este lugar se encontrarí­a el Santo Grial. En ella hay tallas sorprenden­tes, por ejemplo, El ángel caído, Hombre verde, Los siete pecados capitales, y la Columna del aprendiz, entre otras.

Al salir de aquí, se puede llegar al bosque Roslin Glen Country Park o ir al castillo en ruinas. Los bosques son enigmático­s también y tienen su espíritu –según dicen-: un sabueso que aúlla, por eso aconsejan no transitarl­os de noche. Pero de día o a la tarde, ese recorrido tranquiliz­a a quien lo haga antes del regreso a Edimburgo.

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María Basavilbas­o pasó seis meses en Sierra Leona junto con su marido y su hijo, Cipriano
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FotoS ShutterSto­ck El castillo, las iglesias antiguas y los misterios en la fotogénica ciudad
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La Royal Mile, la calle principal en la Ciudad Vieja
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