LA NACION

Viajes solidarios: ayudar en tierras lejanas y elegir la que más se adapte a sus expectativ­as.

Cada vez son más los que buscan conocer otras culturas de una manera diferente, colaborand­o con comunidade­s que lo necesitan. Experienci­as e historias inspirador­as desde África y Asia

- Carola Cinto

“Hay que poner el compromiso por encima de las cosas que se pierden al estar trabajando y no tirado en una playa”

Francisco “Paco” Susmel, arquitecto, integra Somos del Mundo, una organizaci­ón que trabaja con voluntario­s argentinos en Mozambique. Por esta iniciativa, que comenzó como un proyecto entre cinco amigos, ya pasaron 160 voluntario­s. Viajeros que buscan tomarse ese tiempo para preguntar, entender y empatizar con realidades diferentes.

En 2013, llegó por primera vez a ese país del sudeste africano con otras doce personas por tres meses. Pero, después de varios viajes, en verano de este año decidió instalarse allá por tiempo indefinido y trabajar con otros argentinos en la construcci­ón de aulas para comunidade­s rurales. Son pequeños espacios de 30 metros cuadrados, que llevan cuatro o cinco días de obra bajo la lluvia o con más de 32° del verano mozambique­ño.

Francisco es uno de los muchos argentinos que en los últimos años emprendier­on la aventura de trabajar como voluntario­s a través de distintas organizaci­ones y por diferentes causas, especialme­nte en países de África y Asia. Las opciones son muy variadas y pueden ir de la enseñanza de idiomas, deportes u otras especialid­ades, hasta la construció­n de infraestru­ctura, el cuidado de animales y las tareas administra­tivas, entre otras.

Algunos voluntario­s, como Paco, deciden contactar directamen­te a ONG instaladas en las comunidade­s y ofrecerse como candidatos. Sin embargo, la mayoría elige empresas que, a través de Internet y con sólo un clic –y algunos dólares– ofrecen un inmenso abanico de posibilida­des de voluntaria­do. En algunos casos, estas empresas hacen de nexo entre el anfitrión y el futuro voluntario y se encargan de encontrar una vivienda y cubrir algunos gastos, como la comida. Si se elige esta opción, el costo del programa puede llegar hasta los 1000 dólares, sin incluir el pasaje.

Otras iniciativa­s online, como www.workaway.info, sólo muestran las diferentes ofertas para que el voluntario contacte a su anfitrión y gestione todo lo necesario para viajar. Este sitio tiene propuestas en más de 150 países y el candidato debe pagar 29 dólares para visualizar las opciones Una familia voluntaria

Ser voluntario no siempre implica una experienci­a solitaria. María Basavilbas­o decidió viajar a África acompañada por su familia. “Nos convertimo­s en ciudadanos del mundo, de esos que siempre me habían parecido medio raros. Pero ahora que lo veo desde adentro, siento que es algo muy natural”. Junto a su esposo, Matías, y Cipriano, su hijo de apenas un año y medio, se embarcaron en una aventura hacia Sierra Leona que marcaría un antes y un después en sus vidas.

A María siempre le gustó conocer lugares recónditos y ayudar. En 2016, su marido le hizo una propuesta: “Si llego a entrar al magíster para el que estoy aplicando, los meses anteriores podemos hacer lo que vos quieras”. Así fue como se contactaro­n con West Africa Rice Company (WARC), una organizaci­ón social creada por argentinos que se dedica a enseñar buenas prácticas a agricultor­es de Sierra Leona para potenciar sus cosechas. “Para mí, esto fue una experienci­a de vida, nos fuimos casi seis meses allá. Fue vivir un sueño”, agrega María.

Durante ese tiempo, trabajó en un proyecto llamado The Little Orange House (La casita naranja). Este espacio funciona como un centro para el desarrollo de la primera infancia donde se procura nutrición, estímulo y cariño a niños de 3 y 4 años. “Me tocó hacer de todo: desde ayudar en la recaudació­n de fondos y manejar el presupuest­o hasta prever la planificac­ión académica y entrenar a los trabajador­es en sus roles y preparar el menú de cada día”.

María tiene mil y una anécdotas. Como aquella primera vez que Cipriano pisó la aldea de Tormabum, a siete horas en auto desde Freetown, capital de Sierra Leona y la ciudad donde estaban instalados. “Chipi tenía un año y cuatro meses. Cada vez que se largaba a caminar por la aldea, varios niños se le sumaban por detrás. Si Chipi apuntaba con el dedo a una cabra y decía: “Meee”, ellos agarraban la cabra y se la alcanzaban para que pudiera tocarla. Si apuntaba a los cocos de una palmera, alguno se subía para bajarle uno. Si tropezaba y caía al suelo, lo ayudaban a levanTexto­s tarse y le limpiaban las rodillas. Algunos adultos se reían y le decían el Rey de Torma”, cuenta María.

Cada viaje a la aldea era una aventura. De un recorrido de siete horas, tres eran por camino de tierra. En medio de la selva, las pequeñas aldeas se intercalan con paisajes frondosos y abundantes. “Cada vez que pasábamos por una aldea, todos los niños salían corriendo a ver al pumuy (blanco) y gritaban a coro pumuy, pu-muy, pu-muy, como en un juego. Ellos se divertían y nosotros nos reíamos”.

Al igual que Paco y la mayoría de las personas que viajan como voluntario­s, María decidió recorrer diferentes ciudades más allá de Tormabum y Freetown. “¡Es un país alucinante! Sobre la costa oeste de África, las playas son lindísimas. También conocimos el Parque Nacional Outamba-Kimili al Norte del país, un viaje largo pero muy interesant­e”. Para llegar a ese lugar, los autos deben no sólo atravesar un camino de tierra muy áspero sino también el río Little Scarcies en ferry. Sumergirse en otra cultura

Algunos eligen voluntaria­dos que les permitan reafirmar su vocación. Victoria Guevara quería seguir haciendo lo que más le gustaba: enseñar. Encontró su primer viaje como voluntaria en una página web. “Me interesaba combinar dos cosas que me gustan mucho: enseñar y viajar. Soy profesora y el hecho de ejercer en otro país me permitía seguir desarrollá­ndome en mi profesión y, a la vez, conocer una nueva cultura”.

Eligió Asia y actualment­e se encuentra en Camboya dando clases gratuitas de inglés a niños de cuarto y quinto grado y clases de español a niños de entre 11 y 17 años. La escuela donde enseña queda en una aldea a seis kilómetros de Siem Reap, una de las ciudades más visitadas por los turistas ya que se encuentra a 8 kilómetros del templo de Angkor Wat.

“Este viaje es bien distinto a los anteriores. Estoy viviendo la cultura desde adentro y dejando que me afecte. Creo que uno conoce un lugar cuando lo está viviendo”, agrega.

La ECC Camboya tiene su propia página de Facebook en la que invita a los viajeros a sumarse como voluntario­s y disfrutar del entorno que ofrece el país. Si enseñar no es una buena opción, también ofrecen posibilida­des en jardinería, administra­ción, finanzas y mantenimie­nto. Por 6 dólares diarios el viajero cubre comida –con opciones vegetarian­as y gluten free–, estada y servicios públicos para todos sus voluntario­s.

“Este viaje me permitió confirmar mi vocación como profesora. Para ellos la educación es muy importante. Ver que mis alumnos vienen con tantas ganas y ponen tanto esfuerzo en las clases –aún cuando trabajan durante el día– me llena de esperanza y orgullo”, concluye Victoria. Detrás de las fotos

El perfil del Instagram de Milagros Villasuso está repleto de caras de niños sonriendo. A pesar de las sonrisas, las historias trágicas se suceden detrás de cada imagen. Ella llegó a Kenia desde Córdoba, también a través de una empresa que encontró en Internet. “Hacía mucho tiempo que quería hacer un viaje largo y conocer África. Me parecía una cultura muy interesant­e y quería hacer algo, aunque no sabía qué. Finalmente, después de googlear un poco y consultar a varias personas, me decidí por Kenia. Me atrajo que era un lugar superexóti­co”, dice.

Al principio no fue fácil. Milagros llegó al orfanato de Kikuyu, a 18,4 kilómetros de Nairobi, y no entendía ni una palabra del idioma de la zona, el suajili. “Fue difícil. Estaba sola, no entendía nada, vivía bastante lejos del orfanato y no sabía cómo manejarme”, comenta.

En Makimei Children’s Home viven 63 chicos de diferentes edades. La mayoría de ellos llegan al hogar porque alguien los encontró abandonado­s en alguna parte o porque sus propios padres no pueden cuidarlos. El espacio es muy pequeño: sólo tres habitacion­es, algunos niños comparten una cama de una sola plaza entre cinco. Mili era la única argentina entre los voluntario­s que se encargaban de cuidar, alimentar y asear a los niños. “La única vez que me había ido varios meses de casa fue cuando hice un work and travel, pero la verdad que este viaje fue totalmente distinto. Fue meterme en otra cultura al 100%, vivir, comer y hacer todo como ellos”.

A Milagros le tocó hacer de todo: desde ordenar la casa hasta darles de comer a los más chicos y, los fines de semana, ayudar a los más grandes con el lavado de la ropa.

Luego de un mes de convivir con los niños de Makimei, decidió recorrer Kenia, Tanzania y Sudáfrica. Captó con su cámara y guardó en su memoria playas paradisíac­as, safaris exóticos y paisajes exuberante­s. El lugar que más le gustó: Masái Mara, una reserva natural en el sudoeste de Kenia. Esta sabana es el hogar de 1,3 millones de animales salvajes, incluyendo leones, cebras y jirafas. “Fue algo hermoso”, agrega.

Más interesado­s

Aisec es una asociación que en los últimos cuatro años llevó a más de 2000 voluntario­s argentinos a vivir su experienci­a alrededor del mundo. En 2010, cuando creó el “producto” voluntario global (porque antes sólo trabaja con pasantías internacio­nales) pasó de coordinar 500 voluntaria­dos en el mundo a más de 50.000, en sólo un año. Valeria García, directora nacional de relaciones públicas, explica: “Los jóvenes actualment­e nos hemos vuelto mucho más nómadas. Poco a poco los limitantes de tiempo o dinero dejan de ser determinan­tes; sumado a eso muchas organizaci­ones o empresas así como iniciativa­s del estado o cooperació­n internacio­nal apuestan a que más personas puedan vivir una experienci­a internacio­nal que sume a su hoja de vida y también los desarrolle personalme­nte”.

Luciana Cassain, jefe de Proyectos Sociales y Voluntaria­do Corporativ­o en la Fundación Telefónica de Argentina, detalla: “Este año, mediante el programa de vacaciones solidarias, la fundación llevó a 145 voluntario­s de 21 países a trabajar en nueve proyectos alrededor del mundo. Está aumentando la gente que se inscribe y por eso se ha transforma­do en nuestro producto estrella”. El programa invita a aquellas personas que sean parte de Telefónica a hacer voluntaria­dos en otras partes del mundo donde también hay sedes de la empresa. Es un voluntaria­do de tipo corporativ­o a nivel mundial.

Este año hubo 90 argentinos que se postularon para ocupar uno de los 145 lugares vacantes. De los 145 voluntario­s que viajaron, finalmente, 12 fueron argentinos.

“Es una tendencia que crece más que nada entre los jóvenes. Ellos quieren viajar, pero también sentir que ese viaje les deja algo”.

Paco Susmel va cargando cada vez más anécdotas en su mochila. “Hay un concepto asombroso: el de familia ampliada. Todos se tratan como hermanos, hijos, papás y mamás a pesar de no ser familia directa. Desde hace ocho meses que trato de esa manera a cualquiera que sea mayor que yo y que se me cruce en la calle o en una reunión o en el almacén. Para quienes muchas veces vivimos sin conocer a nuestros vecinos o a nuestros primos segundos, es un aprendizaj­e muy potente”.

Luego de los meses de trabajo en la construcci­ón, se dedicó a viajar y a recorrer Namibia, Sudáfrica, Malawi, Zambia, Zimbabwe, Kenia, Tanzania y Ruanda. “Hice couchsurfi­ng, conocí mucha gente local y pude indagar la cultura y la tradición de cada lugar. También conocí muchas organizaci­ones y visité asentamien­tos donde me pudieron contar los desafíos de la zona –explica–. Sin embargo, el voluntaria­do no puede ser la excusa de un viaje de placer. Hay que poner el compromiso por encima del lugar al que uno viaja y de las cosas que se pierden al estar trabajando al rayo del sol y no tirado en una playa”.

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Milagros Villasuso, en el orfanato de Kikuyo, a pocos kilómetros de Nairobi, Kenia
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Francisco Susmel (con sombrero), en Mozambique; arriba, en el centro, Victoria Guevara en Camboya: “Me interesaba combinar dos cosas que me gustan mucho: enseñar y viajar”
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