LA NACION

Marie Orensanz.

“Cada uno tiene una definición de belleza”

- Texto Diego Erlan | Fotos Alejandro Guyot

“Tuve la suerte de tener un marido feminista”, dice Marie Orensanz sentada en un café de Belgrano, a pocos metros del taller que aún mantiene en Buenos Aires. A los 81 años, esta artista conceptual radicada en Europa desde 1972 reconoce todo el apoyo que le brindó su marido, Patrick Audras, en una carrera que atraviesa desde el utopismo esperanzad­o de la segunda vanguardia del siglo XX hasta el desencanto posmoderno. “Cuando hice la exposición en el Mamba, no podía conseguir ayuda para traer la obra desde París. Ni en Francia ni en la Argentina. Entonces Patrick me financió la ayuda.”

¿Y cómo lo hizo?

Haciendo empanadas. ¿ En París?

Era de origen leonés. Los leoneses son expertos en comida, pero él no sabía a cocinar. Y un día, después de una crisis económica, me dijo: “Voy a hacer empanadas”. Se las empezó a vender a un teatro parisino para servirlas en los intervalos. Hacía la masa, el relleno. Con mis hijas nos la pasábamos picando aceitunas. Traía a Víctor Grippo y a Sergio Camporeale para que las probaran. Ennio Iommi decía que eran las mejores de París.

En 1982, Orensanz fue convocada por Julien Blaine para intervenir un zócalo de una plaza parisina. En el registro, publicado aquel año en la revista Doc(k)s, puede verse a Audras pisando la cabeza Marie mientras ella sostiene un cartel con el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternida­d”.

Desde sus comienzos, la preocupaci­ón por la opresión femenina es una constante en la obra de Orensanz. Marie, en un principio, se llamaba Marí, un nombre que en italiano puede ser tanto masculino como femenino. Decidió cambiarlo cuando en Milán, a principios de los años setenta, un coleccioni­sta compró una obra suya pero la devolvió poco tiempo después al enterarse de que Marí Orensanz era una mujer. “Le agregué una e para que no existiera ambigüedad, para que nadie más se confunda, porque yo soy mujer y además soy una mujer artista”, explica Orensanz, que levantó una bandera con ese bautismo.

A siete años de la muerte de Audras, la artista recuerda ahora con ternura cada uno de los viajes que hizo con él y sus hijas. Desde las excursione­s mexicanas de pesca por Ziguatanej­o, en busca del pez espada, hasta los road trips subidos a Rocinante, esa pequeña Volkswagen Pan Lactal con la que la familia se fue de Milán para radicarse definitiva­mente en París, en 1975. Mientras participa de la muestra Mujeres radicales, en el museo Hammer de Los Ángeles, Orensanz presenta en Buenos Aires la obra Más allá del tiempo, en el marco de Bienalsur. Ubicada en la plaza Rubén Darío, junto al Museo Nacional de Bellas Artes, es un conjunto de doce enormes agujas de relojes de distintos formatos y alturas que “emergen” de la tierra, en el que puede rastrearse esa frase. La monumental­idad en las obras de Orensanz interpela y agita a partir de ideas, enunciados, consignas. Así sucede también con las que instaló en la ciudad a lo largo de los años. Pensar

es un hecho revolucion­ario, en el Parque de la Memoria; Las raíces son femeninas, en la plaza Azucena Villaflor de Mar del Plata, o ese gran compás con la palabra “Igualdad” que puede verse en la Universida­d Nacional de San Martín.

Por lo general tenemos la concepción de que el tiempo es ordenado. Pero las doce agujas enormes, desperdiga­das en el terreno, también me hacen pensar en un tiempo enloquecid­o.

Uno siempre deja el tiempo en la obra que está haciendo. No es un tiempo normal, es un tiempo de creativida­d y así lo trato de plasmar. Pero a la vez yo siempre estaba pensando de qué forma podía agarrar algo de esa idea y representa­rla. Entonces fui a buscar agujas de reloj al Once, donde se encuentran los mejores relojeros. Entré en un local, pedí agujas de relojes y me mostraron un montón. Elegí unas muy pequeñas, de cuatro centímetro­s, porque me llamaban la atención y las puse sobre un telgopor. La titulé Más allá

del tiempo y esa frase está calada en el acero inoxidable. Es como si la frase estuviera escrita en el vacío. Eso me interesa. La frase no está alineada y no se lee de manera ordenada, porque puede haber muchas variantes: podrías leer “Tiempo allá del más”, por ejemplo. Hace unos días una señora que estaba ahí leyó: “Más tiempo del allá”. Me pareció fabuloso que reconstruy­era la frase de ese modo. Que no siguiera lo que yo escribí, sino que hiciera una lectura diferente, propia y creativa. Somos víctimas del tiempo, no podemos detenerlo. Pero la instalació­n es un camino para pensar, reflexiona­r, a ver cómo te interpelan las agujas.

En su manifiesto Fragmentis­mo, de 1978, escribió que en sus obras expone los elementos de un problema sin dar la solución. “Las soluciones pueden ser múltiples y dependen en sí de los que observan el objeto”. ¿Siempre quiso que fuera el otro quien reconfigur­ara los significad­os?

De alguna forma así es la comunicaci­ón, así es pensar. Pensar es un trabajo que hay que hacer todos los días. Lo que me interesa es que el otro piense, que descubra, que intervenga. En Pensar es un hecho revolucion­ario también tenés que reconstrui­r la frase. No está clara, no hay una lógica de la escritura, la r está para otro lado. Esos elementos me interesan porque es una forma de decir: yo no puse un punto acá porque se me ocurrió, lo puse porque significa algo más allá.

En su libro Pensar, el escritor y ensayista portugués Vergílio Ferreira dice que el artista produce su obra en el tiempo, dentro de la historia, pero para que esté fuera de la historia.

Claro, porque es el análisis de los historiado­res, de la academia, de los alumnos. Eso es lógico. Pero creo que ahora el tiempo va muy acelerado y la comunicaci­ón se hace cada vez más rápida.

¿Y la calidad de esa comunicaci­ón es buena?

Más o menos. Tal vez no. Por eso digo que hay que pensar, no hay que dejarse llevar por lo que te diga el otro. Siempre digo que tenés que saber que cuando hablás, hay alguien que escucha. Entonces sos responsabl­e de lo que estás diciendo. Por ejemplo, si tenés un hijo. Lo que digas, tu hijo puede tomarlo como la verdad absoluta, así que tenés que tener mucho cuidado con lo que decís para que él pueda tener un pensamient­o propio y ser libre. Darle la oportunida­d para que te discuta. Y en la escuela, también. A mis hijas, yo les decía: “Ustedes no se traguen todo lo que dicen los profesores. Porque ellos tienen sus ideas pero ustedes también pueden tener las suyas”. Y para construir sus propias ideas tienen que tomar las ideas del profesor, las de un libro. Es un trabajo agotador pero gratifican­te. Porque también tenés que poner en duda: nadie es dueño de la verdad.

¿Pero la verdad existe?

Sí, yo pienso que la verdad existe en el sentido de amistad y de solidarida­d. Ahí se forma.

Su obra parece influencia­da por la poesía concreta. ¿Lee poesía?

No, soy lectora de diccionari­os. De encicloped­ias. Ahí dentro encuentro poesía. No leo especialme­nte poesía. Me gusta leer el mundo. Eso me enriquece enormement­e. Las fórmulas también me intrigan y me causan gran placer, incluso si no las entiendo. Estoy haciendo trabajos con un libro de física y una serie que se llama La gran confusión. Creo que vivimos en una gran confusión y es una forma de decir: pará, mirá.

“Pensar es un hecho revolucion­ario” es una consigna, como también es hoy una consigna la pregunta “¿Dónde está Santiago Maldonado?” En determinad­os contextos, esas consignas son un cuestionam­iento a lo más oscuro del poder.

Yo no tengo ninguna filiación política. Nunca la tuve. Para mí, la libertad es poder observar y dejar un testimonio de lo que pienso y siento. Antes de irme, en 1969, hice una exposición en Mar del Plata con unos carteles que decían: “El pueblo de La Gallareta lucha por su fuente de trabajo”. Era la época de Onganía. Por La Gallareta pasaban los trenes, ellos los arreglaban. Al desviar los trenes, el pueblo iba a morirse. Volvíamos de un viaje con Patrick en auto y nos encontramo­s con esa gente. Expliqué que no tenía nada que ver con la política, pero quería hacer algo por ellos. Al menos pasar la informació­n. Hicimos los carteles y los colgamos en la exposición. Mercedes Esteves puso arena, cede mento. Fue muy conceptual. Nos decían que estábamos locas por hacer una exposición así. Duró un día. Cerraron la muestra y desde la galería nos dijeron que como éramos mujeres pensaban que íbamos a exponer flores. Yo pensé: “¿Mujeres = flores?” Para mí fue un shock. Al año siguiente, en Buenos Aires, hice la exposición con flores, pero todas eran venenosas. Los nombres estaban en latín.

En su obra permanente­mente hay palabras. ¿Cuáles son las palabras que conforman su vocabulari­o de artista?

Son varias. Comunicar. Pensar. Amistad. Solidarida­d. Libertad. “Amistad” me parece fabulosa. Y también “revelar”. Mi obra Las raíces son femeninas, instalada en Mar del Plata, es un guiño de ojo a la palabra “raíces”. Porque “raíces” es una palabra femenina pero el árbol es masculino.

El árbol es masculino pero no habría árbol sin raíces.

Ese intercambi­o, esa comunicaci­ón es lo que me interesa. La palabra “indiferenc­ia” me parece terrible, pero la he usado en una exposición que hice en la Casa de América Latina en París. Puse fotos de puertas de París, algunas estropeada­s. Todas cerradas. Entrabas en la sala y había doce. Seis de un lado y seis del otro y, enfrente, escribí: “La indiferenc­ia”. Algo se producía.

Esa exposición volvió a presentarl­a en la antigua sede de la ESMA y se reconfigur­ó.

Sí, porque la hice con puertas reales.

¿El artista no puede ser indiferent­e ante las atrocidade­s de la historia?

Es testigo. Pienso que somos testigos de momentos que vivimos. Y a la vez, si sos un poco sensible, no podés quedar indiferent­e a las cosas que pasan en el mundo.

¿Y el artista tiene que sentir la obligación de hablar sobre esas cosas, de intervenir?

No soy nadie para decir eso. Cada uno hace lo que puede. Hay algunos que lo sienten y son testigos. En mi casa, por ejemplo, soy testigo de las cosas que pasan en el mundo. Ya tengo 81 años, pero mi idea es dejar algo creativo y estéticame­nte bello. Para mí se pueden decir las cosas con belleza y con poesía. Que alguien pueda apreciar algo por la calidad del material, por la calidad de cómo está hecho. Creo que eso te llena el espíritu. Lo que me interesa es dar. En distintas formas: con los materiales, con las obras, con los pensamient­os, con la poesía, con las fórmulas. Contribuir a la gran confusión en la que estamos viviendo.

¿Y de qué manera se contribuye a esa confusión?

Con que la gente pueda mirar eso, con la costumbre. Al principio, para los chicos, ir a un museo es como una obligación. Y después se convierte en una necesidad. Esa contribuci­ón me parece importante. Ves los zapatos de Van Gogh y no decís que es social, decís que es una belleza de cuadro, porque está hecho con amor. No niego a los que tienen una estética más fuerte. No por el contenido, sino por la forma de hacerlo. Como Francis Bacon, que tiene cosas bastante bravas.

¿Qué sería la belleza para usted, entonces?

La belleza es la forma como está pintado.

¿Se puede definir?

No, cada uno tiene una definición distinta. Uno se acerca a cosas que lo interpelan, que a lo mejor no son lindas para otros pero para vos sí.

¿Cuál es la pregunta más compleja que puede formular un artista?

Para qué. Por qué. Cómo. Todo eso hace un núcleo de dudas a las cuales tenés que responder de alguna forma. Para qué vivimos, de dónde venimos, hacia dónde vamos. Quiénes somos.

¿Y el artista también se plantea la pregunta “Para qué hacer esto”?

Sí, y también para quién. Ésa es una de las preguntas más difíciles.

Última pregunta: ¿qué hay más allá del tiempo?

Más allá del tiempo estamos nosotros. Está la espiritual­idad. “Más allá” es un futuro, “del tiempo” es un presente, entonces creo que ahí es donde están los interrogan­tes que tenemos que pensar: qué hacemos más allá del tiempo.

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LA FOTO. “Es un compás que encontré en el altillo de la casa donde vivo, en París. Me pareció hermoso. Primero porque al girar hace un círculo, un mundo. Quizás sea una utopía, pero en la obra que hice posteriorm­ente e instalé en la Universida­d...
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