¿Qué es la historia del conocimiento?, de Peter Burke
Breviario sobre los saberes
No es una cuestión de tamaño sino de alcance: algunos libros pueden describirse como pequeños y otros como compactos. Éste es el caso de ¿Qué es la historia del conocimiento?, de Peter Burke. De la noción de intelectual a la de innovación, de la cuestión de la autoridad a la de censura, de la problemática de las tradiciones a los regímenes de ignorancia, este breviario logra presentar todo un nuevo campo de indagación en menos de doscientas páginas.
Se trata de una versión condensada de la magnífica Historia social del conocimiento de Burke, publicada en dos tomos entre 2008 y 2013. En momentos en que se reducen los tiempos de lectura, integra una colección de textos breves del sello Polity, que incluye títulos sobre la historia ambiental (por Donald Hughes), sexual (por Jeffery Weeks), militar (por Stephen Morillo y Michael F. Pavkovic), intelectual (Richard Whatmore), cultural (por el propio Burke) y del libro (por James Raven).
Junto a autores como Carlo Ginzburg o Jacques Le Goff, Burke es representante de una generación que amplió la mirada sobre qué es hacer historia, llevando al centro de la escena la vida cotidiana, las fiestas, los gestos, los sueños, así como los saberes y las técnicas, artesanales o eruditos. Varios de sus trabajos, como La cultura popular en la Europa moderna, La revolución historiográfica francesa, Historia y teoría social, se han convertido en referencia ineludible. Formado con los jesuitas y tras enseñar en las universidades de Oxford y Sussex, se mudó a Cambridge, donde hoy es profesor emérito de historia cultural del Emmanuel College.
La historia del conocimiento es una especialidad novísima que resulta de la confluencia de por lo menos tres líneas: la historia del libro, la historia de la ciencia y los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. Desde los años noventa, Burke se convirtió en uno de sus principales impulsores.
Burke insiste en la consolidación de esta “semidisciplina”, como la llama, en cuanto superadora de visiones previas. En su visión, se deben enfrentar tres desafíos: ir más allá de la noción de “ciencia”, acuñada en el siglo XIX; recuperar los conocimientos prácticos de los oficios, es decir, de los sectores populares, e incorporar los “logros intelectuales de las culturas no occidentales”. Se trata, entonces, de un esfuerzo por visibilizar y entender el aporte de “los otros”.
Nombres de tradiciones tan diversas como Michel Foucault, Bruno Latour, Edward Said, Donna Haraway, Stephen Shapin, Jacques Le Goff y Walter Mignolo se cruzan en las páginas de ¿Qué es la historia del conocimiento? El lugar de autoridad de Burke queda de manifiesto no sólo por su atrevimiento para convocarlos y articularlos en un recorrido iluminador, sino también por su capacidad para consagrar algunas de sus obras como nuevos clásicos.
El listado también deja en evidencia el esfuerzo de Burke por ampliar el campo de los saberes, al incluir los estudios poscoloniales y de género, pero también sus límites: como han señalado algunos críticos, quedan fuera China e India, por ejemplo.
La edición incluye una cronología de hitos de la historia del conocimiento, que comienza en 1605 con El avance del saber, de Francis Bacon, e incluye unas pocas obras de los siglos XVIII y XIX, como Introducción a la historia del saber, de Gottlieb
Stollen, o Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, de Condorcet, e Historia de las ciencias y de los científicos. La balanza se inclina decididamente a favor del siglo XX, acelerándose fuertemente a partir de los años setenta.
Como todo buen historiador, Burke sabe que el pasado interesa sobre todo para interrogar el presente. “Si la historia del conocimiento no existiera ya, habría que inventarla, en especial para poner la reciente ‘revolución digital’ en perspectiva”, argumenta. Burke es optimista sobre el futuro en términos de la disponibilidad de fuentes que ofrece Internet, pero no es ingenuo: sabe que esa extraordinaria abundancia es controlada por unas pocas megaempresas. Deja abierta, entonces, la pregunta por la gestión política del conocimiento en la “sociedad de la información”.