LA NACION

Coworking. Se triplicaro­n los espacios compartido­s de oficinas

- Evangelina Himitian

En dos años pasaron de 38 a más de 100; ya no sólo se instalan en Palermo, Retiro o Puerto Madero, sino que se extienden a otros barrios porteños y a la provincia

Iván Rusansky se dedica a componer música original para produccion­es audiovisua­les. Tiene 46 años y pasó toda su infancia en esa casa de Colegiales en la que hoy trabaja. Hace poco más de un año quiso darle otro destino a ese lugar donde ya no vivía y que era demasiado grande para él. Primero pensó en hacer un estudio de grabación y una sala de ensayo. Lo hizo, pero seguía sobrando espacio. Entonces llegó la idea de crear Martínez, un espacio de coworking, para compartir la casa y los gastos con otros emprendedo­res. Alcanzó con hacer correr la voz, y en muy poco tiempo, las habitacion­es de ese enorme PH, con balcones hacia un patio central y un jardín con parrilla en el fondo, se convirtier­on en oficinas.

Martínez forma parte de una tendencia. Cada vez son más los espacios de trabajo compartido y no sólo en la ciudad. Un relevamien­to, que hizo el sitio de economía colaborati­va El Plan C, indica que se triplicaro­n los espacios de coworking. El número coincide con los datos que manejan en la Dirección de Modernizac­ión del gobierno porteño.

Hoy, Rusansky comparte locaciones con una agencia de comunicaci­ón, un estudio de diseño de anteojos y una marca de ropa infantil, que tiene allí su showroom. Cada uno trabaja en lo suyo, comparten algunas áreas y ciertos gastos. Los viernes, a veces, se cierra la semana con un asado en el fondo. “La interacció­n nos beneficia a todos. Y siempre es más divertido trabajar así que solos”, cuenta Belén Bauzá, de Cora Blue, la agencia de comunicaci­ón.

En los últimos tres años, los espacios de coworking pasaron de 38 a 109, según explica la directora de El Plan C, Marcela Basch. En los comienzos, los espacios de trabajo compartido se concentrar­on casi exclusivam­ente en Palermo y Puerto Madero. Sin embargo, hoy se extendiero­n a los barrios. Núñez, Belgrano y Colegiales se están convirtien­do en el polo del fenómeno. También se instalaron oficinas compartida­s en Pilar, Quilmes y Olivos. Para fines de este año se prevé el desembarco de la segunda torre de WeWork en la Argentina, el gigante mundial de los espacios compartido­s. Será en Vicente López y se sumará al edificio de oficinas que ya tiene en Retiro, donde trabajan, a diario, unas 1800 personas.

Los espacios compartido­s también se instalaron en el interior. En Córdoba y Rosario hay una buena cantidad de ellos, y dos en Tandil: uno funciona dentro de un hotel exclusivo que reconvirti­ó su business centre en un área de coworking.

Hay espacios para todos los gustos y precios. Desde los que cobran una tarifa por hora y sin reserva previa (a partir de los $ 75), como un locutorio glorificad­o, hasta los que proponen agrupar a los usuarios por áreas temáticas especializ­adas (diseño, comunicaci­ón y emprendedo­res, entre otras), que parten desde los $ 3500 mensuales por persona.También hay áreas gratuitas en espacios públicos, que son las que funcionan, por ejemplo, dentro del Centro Metropolit­ano de Diseño. O las que se levantan en los campus de la Universida­d de Buenos Aires (UBA). Experienci­as

El espacio de coworking también se convirtió en el nuevo amenity que ofrecen los desarrolla­dores inmobiliar­ios. Es el caso de un complejo de departamen­tos de alta gama que se está levantando en Villa Devoto, donde quienes adquieren una propiedad tienen la posibilida­d de trabajar casi desde su casa, en una oficina de una de las áreas compartida­s.

Mónica Balcarce es diseñadora textil y siempre trabajó desde su hogar. Hasta que hace unos meses, cuando recibió la comida del chico que le trajo el delivery, se dio cuenta de que no había hablado en todo el día. Ahora trabaja desde WeWork. Paga unos 3500 por mes y comparte mesa en las áreas comunes de la torre Bellini, en Retiro.

El lugar se parece más a un all inclusive que a un edificio corporativ­o. Aunque por momentos parezca que allí todo el mundo está de fiesta, jugando al ping pong, tomando clases de yoga u organizand­o un recital en plena tarde, quienes trabajan allí señalan que el ambiente distendido les permitió ser más productivo­s y les facilitó la interacció­n con otros profesiona­les.

“Esto es una gran red social en 3D. Todo el tiempo conocés gente nueva, que hace algo muy opuesto a lo tuyo, pero que, de onda, te asesora, te orienta o te propone hacer algo juntos”, dice Balcarce. Allí, por ejemplo, conoció a un grupo de publicista­s que la orientaron para armar su propia página. También conoció a Augusto Hanna, que se dedica a hacer análisis de riesgo político, en su oficina en el piso 19. “Para hacer sociales subo al 24. Siempre se aprende algo. Trabajar aislado no sirve”, describe Hanna.

La palabra clave es colaboraci­ón. Acá el “levante profesiona­l” está bien visto. “¿Y vos qué hacés? ¿Hace cuánto venís a estas oficinas?” Es un diálogo permanente. No hay muros ni trabajo aislado. En los espacios comunes hay que salir a la pesca. Interactua­r. Conocer. Ofrecer. Pedir. Lo único que no vale es encerrarse en la pantalla de la computador­a hasta el final del día.

Aunque cueste explicarlo en casa que eso de quedarse en un after office en la terraza hasta la medianoche es parte del trabajo. En este lugar nadie corre para llegar a horario, pero tampoco para irse temprano.

Nicolás Grinberg se dedica a la búsqueda y selección de personal. Tenía su oficina en Núñez, pero desde hace un mes y medio decidió cambiar. “Estuve por seis años solo con mi socio. Antes de eso había trabajado en el otorgamien­to de visas para Australia, me la pasaba viajando y era muy divertido. Después, el trabajo independie­nte se volvió un poco monótono. Pero ahora, desde que comparto oficina, trabajar volvió a ser divertido”, cuenta.

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Victoria gesualdi/ afv En el piso 24 de WeWork se trabaja, pero en un clima distendido

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