LA NACION

De Vido y Baratta buscan compañeros de celda

- Francisco Olivera

Los pocos leales que se le acercaron en estos días a Julio De Vido lo vieron del mismo modo: está muy molesto. Algunos le oyeron además una advertenci­a: hará lo posible por involucrar a otros en su desgracia. Es un mensaje hacia el establishm­ent, que hasta hace dos años le reportaba una amistad sin límites. Ese living del departamen­to que alquila sobre la avenida del Libertador, hoy casi vacío, tuvo en su momento más visitantes que el de ningún otro funcionari­o. Puede acreditarl­o Roberto Dromi, otro de los 25 que el juez Claudio Bonadio acaba de procesar en la causa por administra­ción fraudulent­a en las compras de gas natural licuado.

De Vido dice que esta causa es “política”. La supone pensada para no involucrar a sectores empresaria­les locales: a diferencia de otras investigac­iones, argumentan en su entorno, ésta roza principalm­ente a protagonis­tas que ya no gravitan en el país. Es cierto que el más importante de ellos, Antonio Brufau, CEO de Repsol, cerró hace varios años el capítulo argentino. En su momento, en una encendida conferenci­a que dio en Madrid el 18 de abril de 2012, pocos días después de la expropiaci­ón de YPF, el catalán llegó a amenazar con que, si no le daban un resarcimie­nto adecuado, hablaría sobre las “comisiones” que los operadores habían estado pagando por los barcos de gas. Fue un llamado de atención jugado, sin precedente­s en ese nivel ejecutivo, que se extinguió en el mismo momento en que se pactó con los españoles la indemnizac­ión de 5000 millones de dólares.

Brufau calló para siempre, pero De Vido tiene ahora menos que perder. Si habla, cualquiera de sus acusacione­s será autoincrim­inatoria y dará por sentado lo que todo el sector privado sabe: que la obra pública argentina ha sido estos años un festival de sobrepreci­os. Es el motivo que lleva a los empresario­s a seguir el caso con cierta perturbaci­ón. Pero tampoco están exentos algunos referentes de la política. El descargo de Roberto Baratta, que desde anteayer está preso por la misma causa en Marcos Paz, es en sí mismo una mancha venenosa. En un extenso recorrido, el ex subsecreta­rio expone que todas las compras funcionaro­n bajo la vigilancia de otros organismos. La AFIP, por ejemplo, entonces conducida por Ricardo Echegaray, que controló precios y volúmenes a través del “canal rojo” de la Aduana. Da, además, algunos nombres. Se acuerda de otro de los procesados, Juan José Carbajales, el camporista que Axel Kicillof puso en el directorio de Enarsa cuando empezó a sospechar de esas operacione­s. Y agrega que las importacio­nes no sólo eran aprobadas por Enarsa, el Ministerio de Economía, la Sigen o la AGN, sino además auditadas en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Llegado a ese punto, tiene la deferencia de citar a dos dirigentes de buena relación con Enrique Nosiglia y el macrismo: el entonces decano, José Luis Giusti, y el secretario de Extensión Universita­ria, Emiliano Yacobitti. Después se adentra en el sector privado. Argumenta no haber recibido ninguna objeción del resto de las petroleras por esas licitacion­es y se detiene en una: “No he tenido conocimien­to de que en esta etapa que describo algún proveedor oferente que no haya sido adjudicata­rio haya efectuado queja formal o informal, o algún reclamo administra­tivo o judicial por el hecho de no haber obtenido algún cargamento de GNL. Sirve como ejemplo el hecho de que la multinacio­nal Shell participó en muchas de las licitacion­es, siendo adjudicata­ria en algunos casos y en otros no; y Shell no formuló queja, ni reclamo ni acción administra­tiva o judicial por el hecho de no haber sido adjudicata­ria de algunas licitacion­es. Los señores Balboa (hoy presidente de Enarsa) y Wagner (director de Auditoría de Enarsa) trabajaron en la multinacio­nal Shell antes de ingresar en la función pública”.

Este descargo, que es mucho más detallado y extenso que el de De Vido, podría interpreta­rse como el pataleo final de un funcionari­o que no perteneció nunca a la corporació­n política. Baratta cuenta en la causa que era taxista y que un día de lluvia del año 2000 entró en el bar Moliere de Juncal y Uruguay, a pocos metros del departamen­to que los Kirchner todavía tienen en esa esquina, a esperar que parara de llover. De pie, mientras aguardaba, le preguntó al mozo si alguno de los clientes necesitarí­a un taxi. Sentado a una de esas mesas estaba Néstor Kirchner, que escuchó la conversaci­ón y lo invitó a tomar café. Entonces se da un diálogo parecido al que Carlos Teodoro Bonifati (Federico Luppi) y Arteche (Gianni Lunadei) tienen en su encuentro fortuito de la película Plata Dulce: Kirchner le pregunta qué hace, le ofrece trabajar para él y el aventurero acepta. Y en seguida le da el teléfono de De Vido, su ministro de Gobierno de Santa Cruz, que le encarga durante seis meses controlar importacio­nes y exportacio­nes de langostino­s.

Como le pasa a Bonifati con la huida de su jefe, en Plata Dulce, Baratta ya no tiene Arteche a quien reclamarle. Por eso el ex subsecreta­rio centra su defensa en el resto. Y en cuestiones técnicas como el cálculo que Bonadio hace para el desvío de fondos. Casi con las mismas palabras, él y De Vido cuestionan al ingeniero David Cohen, presidente del Consejo Profesiona­l de Energía Industrial y uno de los que aporta a la causa una comparació­n de precios. Mientras el ex ministro le atribuye a Cohen una búsqueda de informació­n “casi escolar” en Internet, Baratta le reprocha haber confundido costos con precios y tomado como referencia el Henry Hub, mercado de gas de Estados Unidos. Cita al respecto una recomendac­ión de Alfonso Prat-Gay, que prefería constatar los valores del gas argentino con los de Japón. Esta cuenta es clave, porque determina la cifra de la coima: sobre operacione­s por 15.300 millones de dólares durante ocho años, el juez consigna desvíos por 6900 millones. Casi la mitad.

El caso tiene además un valor simbólico para la Argentina actual. Se adentra en los desmanejos de la década pasada, pero interpela al mismo tiempo a protagonis­tas del presente. Habrá que ver hasta dónde deciden hablar los procesados. Entre ellos está, por ejemplo, Jorge Alberto Samarín, dueño de Marítima Meridiana, la remolcador­a que operó mediante contrataci­ones directas con Enarsa hasta 2012 y que, luego de un proceso de apertura al que el Gobierno convocó el año pasado para abaratar los costos y transparen­tar el sistema, ganó la licitación asociada con la multinacio­nal Svitzer. Ese sector, hasta hace pocos meses imperio de Omar Caballo Suárez, es tal vez la metáfora más grotesca del país: su depuración, que requerirá tiempo y coraje, hará muchas veces crujir el sistema desde sus cimientos. Es el trabajo que la implosión del Lava Jato le ahorró a Brasil. Construir de cero siempre es más fácil.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina