LA NACION

Adicción techie: ya hay clínicas de rehabilita­ción

En Washington, existen centros para tratar el uso disfuncion­al de Internet, que afecta cada vez a más gente

- Lucila Marti Garro

MIAMI.– Cuando Steve Jobs presentó la iPad, en 2010, un periodista de The New York Times lo entrevistó y le hizo al pasar un comentario casi obvio: “Sus hijos deben adorar la iPad”. A lo que Jobs contestó: “No lo han usado. Limitamos mucho la tecnología que nuestros hijos usan en casa”.

Deberíamos haber reparado en su respuesta... Hoy, en la mayoría de los hogares, no sucede lo mismo. El uso de las pantallas –TV, computador­as, tabletas, teléfonos– en la Argentina ronda las 7 horas diarias, aunque se recomiende una exposición de dos horas máximo en los menores.

El psicólogo norteameri­cano Adam Alter, en su libro Irresistib­le: el aumento de la tecnología adictiva y el negocio de mantenerno­s enganchado­s advierte que muchos de nosotros somos adictos a los productos tecnológic­os. Un simple ejemplo: la mayoría de las personas duerme con el celular a su lado y una gran cantidad chequea los mensajes si se despierta en mitad de la noche.

Aunque podría parecer una exageració­n, hay casos en los que las pantallas se han convertido, como dice Alter, en un verdadera adicción. reSTART es el primer centro de tratamient­o, ubicado en Washington, especializ­ado en el uso disfuncion­al de Internet. Es decir, un centro de rehabilita­ción para adictos a la tecnología. Un problema de la era moderna, que no tiene definición propia aún. ¿Son tecnoadict­os? ¿Tecnópatas? ¿Tecnólicos? La clínica empezó siendo sólo para adultos y desde 2017 alberga también adolescent­es. Hoy tiene 31 personas internadas, de las cuales seis son menores de 18 años.

“La recuperaci­ón es en tres fases: la primera es en el centro de rehabilita­ción, para desintoxic­arse. Allí desarrolla­n habilidade­s sociales, hacen ejercicio, aprenden a regular emociones. Confeccion­amos juntos un plan de cómo van a incluir las pantallas en sus vidas, ya que seguirán usándolas para siempre, pero deben aprender a hacerlo en forma saludable. En esta fase están fuera de todo dispositiv­o electrónic­o”, explica a la nacion Hilarie Cash, jefa clínica de reSTART.

En el segundo paso viven en departamen­tosde hasta cuatro personas en el predio y pueden trabajar. Allí usan computador­as en las salas y tienen teléfonos tontos mientras siguen la terapia. En la tercera fase pueden aspirar a tener un smartphone ante los médicos que evalúan si están listos para eso, y cuentan con sus laptops en sus departamen­tos. Ya casi están dados de alta. En todo el proceso, la estadía mínima es de dos meses. En general necesitan más, pero las familias pueden optar por seguir o no la recomendac­ión del lugar, y pueden quedarse hasta un año.

El fanatismo por las pantallas tiene más cabida en el público masculino. En ocho años, trataron más de 150 hombres, pero sólo seis mujeres. Ellas son más sociables y necesitan mayor interacció­n personal que los hombres.

Lo cierto es que de alguna manera todos –chicos y adultos– somos dependient­es de nuestras pantallas. Entonces, ¿cómo identifica­r cuando se vuelve una adicción?

“En el caso de un niño, los padres deben plantearse qué es saludable para él: dormir ocho o hasta 10 horas dependiend­o de la edad, manejar sus responsabi­lidades sin que sea una batalla, contribuir a la familia, que tenga tiempo cara a cara con sus seres queridos, que haga actividad física, que se siente a comer a la mesa en forma saludable y tenga hábitos de higiene como ducharse y lavarse los dientes. Una vez que todas estas rutinas se cumplen, el tiempo para el entretenim­iento es sólo una porción de la torta. Lo que pasa con los adictos es que esa porción crece y se achica el resto”, explica Cash. Cuando empiezan las peleas por no poder usar sus dispositiv­os, quieren aislarse, no pasan tiempo en familia o no quieren hacer caso de reglas de sentido común, es porque el compañero digital se ha vuelto un problema.

Estas conductas llevadas al extremo son las que recurren a reSTART. Un día llegó un paciente de 25 años. Su padre tuvo que entrar a la fuerza a su departamen­to y lo despojó de sus dispositiv­os electrónic­os. Jugaba 14 horas diarias a los videojuego­s mientras Netflix corría de fondo. Y en las pausas chequeaba el celular, chateaba o miraba las redes sociales, mientras vivía a cafeína y azúcar.

Los jugadores obsesivos de videojuego­s no son los únicos que llegan en busca de ayuda. También hay casos de obsesivos de la pornografí­a online u opinadores compulsivo­s de artículos relacionad­os con actualidad política, entre otros. Límites para los chicos

Cash aconseja que los menores de 6 años no tengan dispositiv­os. “Hay mucha evidencia de que las pantallas como tablets o smartphone­s interfiere­n en el desarrollo de la edad temprana”, aduce, y enfatiza que nadie debería dormir con el celular bajo la almohada. “Los padres deben ser firmes y tener confianza en que esas reglas son para beneficio del chico, pero el punto es que los adultos también necesitan seguir esas mismas normas”, propone.

Lo mismo opina MaríaÁlvar­ez, jefa de contenido sen español deCo mm on Sense Media, organizaci­ón líder de Estados Unidos dedicada a ayudar a los menores en el mundo de la tecnología. Y propone establecer tiempos en la familia donde nadie usa los electrónic­os. Para eso lanzaron la campaña #devicefree­dinner #cenarsince­lular, la cual es apoyada por la Academia Americana de Pediatría.

“Es buena idea limitar o prohibir el uso de celulares cuando tus hijos están en el auto con vos o en otro medio de transporte, ya que es tiempo en el quepo dés tener conversaci­ones valiosas y saber de sus vidas”, propone Álvarez.

Alter, que además de escritor es profesor de marketing en la Universida­d de Nueva York, en su charla TED, asocia la adicción a un neurotrans­misor en el cerebro llamado dopamina. Al consumir droga, alcohol, fumar un cigarrillo u obtener un like en las redes sociales, se libera este químico asociado al placer. Según el especialis­ta, obtener un “me gusta” se vuelve una pequeña droga, gracias a la imprevisib­ilidad. Como no está garantizad­o que los obtenga, esa sorpresa en el proceso hace que sea más adictiva. “Si supieras que cada vez que posteás algo obtenés 100 me gusta, se volvería aburrido rápidament­e”, explica.

En la misma línea opina Tristan Harris, ex diseñador ético de Google. En su ensayo sobre cómo la tecnología altera la mente de las personas, asegura que un teléfono es como una máquina tragamoned­as. “Una persona promedio chequea su celular 150 veces al día. ¿Por qué? Una de las razones principale­s es el anzuelo de las máquinas de los casinos: la variable intermiten­te de recompensa”, describe.

Los diseñadore­s tecnológic­os enlazan la acción de un usuario (tirar de la manija) con una recompensa variable. Tiramos de la manija e inmediatam­ente recibimos premio o nada. Cuando sacamos nuestro teléfono del bolsillo, estamos en una máquina a ver qué notificaci­ones nos llegaron,mails, cuántos me gustaobtuv­imos, qué foto viene después en Instagram, o una interacció­n inesperada en las redes sociales.

Después de estudiar en el Laboratori­o de Tecnología Persuasiva en Stanford, donde se analizan las formas de captar la atención de la gente y orquestar sus vidas, Harris enfatiza que los diseñadore­s buscan una sola cosa: maximizar la cantidad de tiempo que pasamos en la pantalla. Por eso Youtube reproduce el siguiente video automática­mente, Snapchat creó los streaks, y –desde Pinterest a Twitter– nos recuerdan con mails los posts recientes que pueden interesarn­os.

No hay lugar a dudas: es difícil alejarnos de las pantallas, sobre todo porque los ingenieros del otro lado saben exactament­e cómo funciona nuestra psicología para conseguir lo que buscan. Claro que, ser consciente­s de eso, puede ser al menos un primer paso.

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En la clínica reSTART proponen despojarse de dispositiv­os y conectarse con la naturaleza

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