LA NACION

EN BUSCA DE LA EXCLUSIVID­AD, LOS TATUADORES SE DESPIDEN DE LAS GALERÍAS

Ante la moda masiva, muchos prefieren volverse exclusivos y montan estudios en sus casas para atender con mayor tranquilid­ad

- Martín Sanzano

Nadie sabe a ciencia cierta cuántos tatuadores hay trabajando hoy en día en la ciudad de Buenos Aires. Pero los que forman parte de ese universo coinciden en algo: son muchos. Porteños, de otras provincias, de otros países, expertos, novatos, amateurs, especialis­tas en diferentes estilos, maestros y aprendices. Todos conviven en un mercado que, desde hace al menos una década, creció en demanda y oferta.

Celebridad­es, deportista­s, estrellas de cine, conductore­s de TV, e incluso algunos políticos, comenzaron a lucir piezas de todo tipo y tamaño en sus propios cuerpos. También apareciero­n los reality shows sobre tatuajes, con historias de vida conmovedor­as y competenci­as reñidas entre estilos y tatuadores. El tópico tattoo dejó de pertenecer­le a un niveces cho exclusivo y se puso en agenda, y así, las galerías se empezaron a llenar de artistas y clientes.

Los locales de puntos neurálgico­s como la Bond Street –la galería de tatuajes de Buenos Aires– comenzaron a ampliarse. Se necesitaba­n cada vez más tatuadores para cubrir las necesidade­s de un público que no paraba de crecer. Como consecuenc­ia, las jornadas laborales también se extendiero­n y el ritmo intenso de la agenda cargada hizo que todo se volviera un poco más mecánico. Y así nació una alternativ­a.

Plataforma­s como Instagram y Facebook les abrieron la posibilida­d a los tatuadores de mostrar su trabajo de manera masiva y, a su vez, de generar un vínculo directo con sus potenciale­s clientes. Ahora, en vez de ir a una galería céntrica para intentar dar con el tatuador y diseño indicado, cada persona puede stalkear a su artista favorito en las redes, pedir una consulta y pactar una cita sin necesidad de locales ni intermedia­rios.

Matías Bustamante (37 años), tatuador oriundo de Lanús que pasó por dos locales comerciale­s antes de enfocarse exclusivam­ente en el estudio privado que montó en su casa, dice que la clave es la falta de tiempo: “En los locales te pasa que entra alguien, agarra el librito, lo mira, te dice que se quiere hacer un símbolo del infinito, se lo hacés y automática­mente entra otro para que le hagas una palabra en el brazo. La persona no tiene tiempo de asimilar lo que se está haciendo, y uno como profesiona­l tampoco tiene mucho margen para persuadirl­a o recomendar­le otra cosa porque los ritmos son otros”, explica.

Los años de trabajo en locales le sirvieron de práctica para conocer y practicar todos los estilos, pero después de un tiempo decidió encarar su “propio proyecto”, según define. Por eso acondicion­ó su departamen­to en San Telmo para recibir a sus clientes en la comodidad de su hogar y sin comisiones. Su decisión, asegura, no fue por un tema económico “sino más bien artístico”.

“En el local por ahí me sentaba todo el día a esperar a que caiga alguien, y yo necesitaba crear. Me dedico al tatuaje por eso y porque quiero estar en contacto con el dibujo y la pintura. En los locales sentía que estaba reproducie­ndo, haciendo fotocopias de algo”, explica Bustamante.

En la misma sintonía, el tatuador tandilense Martín Bianchi (27), que tuvo su paso “obligado” por la Bond Street, sostiene que los locales en los últimos años crecieron de manera exponencia­l.

“Algunos locales que tenían tres tatuadores pasaron a tener quince, una locura. A mí me pasaba que a hacía dos o tres veces el mismo diseño en el mismo día. Y hasta por ahí se lo estaban tatuando a otro cliente al mismo tiempo. El horario muchas veces era más extenso que el de una oficina y todo el tiempo me dedicaba a producir. Ése es el concepto en el que se termina transforma­ndo todo. Hay días que es como despachar tatuajes y se pierde un poco lo individual. Además, el exceso de trabajo tampoco es bueno a la hora de tatuar. Si estás quemado podés hacer algo mal”, advierte.

A diferencia de Bustamente, que eligió su propia casa como lugar de trabajo, Bianchi optó por no signarse a los límites de un domicilio. Ni siquiera de una ciudad o un país. Contactand­o estudios de tatuajes en toda Europa a través de las redes sociales, metió su kit en una mochila y se fue a recorrer el Viejo Continente. Y ya lo hizo en dos oportunida­des.

“Desde que empecé en esto supe que quería conocer el mundo y tatuar. Siempre lo busco, todo el tiempo, ya sean viajes chiquitos o grandes. En el primer viaje que hice a Europa me acuerdo de que caí en Milán sin saber nada de italiano, sólo inglés, y me encantó. Me sorprendió mucho la cultura y sobre todo la posibilida­d de poder estar ahí con una mochilita, mis tintas, mis agujas y no necesitar nada más. Sólo mi cabeza, mi creativida­d y mi trabajo”, explica. Un sello personal

Fue en Europa, justamente, donde tuvo su primer contacto con los estudios privados. Según cuenta, en países como Francia e Inglaterra hay cada vez menos locales “a la calle” y más propuestas cerradas al público, sin carteles luminosos en la puerta ni vidrieras exhibiendo diseños. Y eso es lo que está empezando a pasar en Buenos Aires.

“Son lugares muy personales –explica Bianchi–. El tatuador en ese momento está ciento por ciento para vos, no hay gente dando vueltas ni tampoco sobrevuela esa presión de tener a alguien esperando su turno. El artista maneja sus tiempos y eso repercute en el trabajo porque la atención está puesta ahí”.

Para Matías Bustamente, la persona que piensa tatuarse “ya no quiere ir a un local para que el tatuador la trate así nomás, la haga elegir algo de un librito y chau. El cliente quiere que lo traten bien, que le dediquen su tiempo, quiere pensar bien lo que se va a hacer”, asegura.

“Todo cambió un montón, por suerte. Ya muchos se han tatuado y se encuentran con cosas en su cuerpo que ni siquiera saben por qué se las hicieron. Hay que pensar, hay que dedicarle tiempo, mirarlo. No hay ningún apuro en tatuarte”, insiste.

En esas premisas estaban pensando los tatuadores Jan Criacuervo­s, Juan Solo, Tulio Navia y Ramiro Blanco cuando comenzaron a hablar sobre la idea de abrir un espacio en común. “Queríamos un lugar bien grande y piola donde se puedan hacer más cosas que solamente tatuar”, dice el tucumano Ramiro Blanco sobre Homeless, el estudio privado que abrieron hace dos años en Colegiales.

“Entre todos tratamos de generar la idea final de qué iba a ser este boliche, y hoy es un espacio para el tatuaje, pero también una galería de arte. Y un buen lugar para invitar a trabajar a colegas de todas partes del mundo”, agrega.

De afuera, Homeless parece ser una casona más del barrio de Colegiales, con su correspond­iente pasto en la entrada y sin ninguna referencia visible sobre el mundo de los tatuajes. Después de tocar el timbre y anunciarse, aparece Noelia, la manager del estudio, que invita a pasar a un gran living con sillones amplios y cómodos, y las paredes llenas de cuadros con diseños de todo tipo. Noelia ofrece café, agua o té, y se encarga de avisarle al tatuador que ya llegó su cliente. Todo a su debido tiempo, sin apuro.

“Somos cuatro dueños y cada uno tiene un perfil diferente, pero nos pusimos de acuerdo en esto. Es lo que buscamos. Estamos a puertas cerradas y filtramos un montón lo que hacemos. El que viene casi que lo traemos de la mano. Queremos darle una imagen superprofe­sional al estudio porque el funcionami­ento de acá adentro es así. A veces está bueno mostrar un poco cómo somos en las redes para que la gente lo sepa porque en realidad vienen a eso, no sólo a tatuarse o llevarse un producto con marca registrada en el brazo. Vienen a llevarse una experienci­a. Yo disfruto mucho de la gente, casi siempre me hago amigo de mis clientes. Hay otros tatuadores que por ahí ni hablan pero a mí me cabe conocer la historia de los que vienen a tatuarse conmigo”, asegura Blanco.

“En los locales hacía dos o tres veces el mismo diseño en el mismo día” “Disfruto mucho de la gente, casi siempre me hago amigo de mis clientes”

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VICTORIA GESUALDI /AFV Ramiro Blanco y tres tatuadores más abrieron Homeless, una casa-estudio en la que trabajan

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