Los riesgos de tomar decisiones en grupo
La conciencia moral puede disolverse en un grupo. Es un principio básico que debemos enseñar a nuestros chicos. ¿Cómo funciona? Simple. Supongamos que Juan, de 8 años, les dice a sus amigos: “¿Entramos esta tarde a la casa de mi vecino? Se fueron de vacaciones y se olvidaron una ventana abierta”.
Lo dice para hacerse el vivo, no porque quiera realmente hacerlo. Pero entonces, Pedro se entusiasma con la idea (como no fue su idea no siente culpa ni responsabilidad) y lo mismo le pasa a Felipe.
Juan no se anima a echarse atrás por miedo a que le digan “miedoso”, pero tampoco se hace cargo de la decisión porque ellos dijeron que sí. Ahora bien, si les preguntáramos individualmente quién tomó la decisión los tres responderían: “¡Yo no!”. La responsabilidad queda en tierra de nadie. Quizás tengan suerte y aprendan por el doloroso camino de tener que atenerse a las consecuencias de su conducta si, cuando son descubiertos, deben enfrentarse a su accionar.
La dificultad para pensar bien se complica más cuando agregamos la invisibilidad que ofrece una red social, y el resultado puede ser perjudicial para muchos. Esos chicos que toman decisiones grupales (“Yo sé la contraseña de Mariana, entremos en su Facebook y escribamos como si fuéramos ella”), al no ver a sus interlocutores, tampoco registran el efecto que causan con lo que escriben, con la foto que suben, o con el comentario que hacen a esa foto.
Entonces, junto al concepto de que la conciencia moral puede alterarse cuando están en grupo, podemos enseñarles a hacerse tres preguntas básicas antes de tomar decisiones: ¿Lo haría si estuviera solo? ¿Lo haría si un adulto me estuviera mirando? ¿Me gustaría que me lo hagan a mí?
Con esas tres preguntas, pueden volver a su eje y resolver de acuerdo a su propio criterio personal, en lugar de hacerlo “cebado” por los amigos. No se trata de tener una sola conversación para que las incorporen sino que hay que aprovechar distintas situaciones, de ellos, de amigos, del diario, del noticiero, hasta estar nosotros (los adultos) tranquilos de que tienen claro el tema. Ojo, no se trata de vacunas que los salvan, pero sí les permiten conocerse, y posiblemente tener más opciones a la hora de decidir. Es importante que lo vayamos conversando a partir de los cinco o seis años. Nuestros niños, con un lóbulo prefrontal todavía inmaduro, necesitan incorporar estas “hojas de ruta” para tomar mejores decisiones, y muy especialmente, cuando están en grupo.