LA NACION

El camino hacia una nutrición sin marcas

- Soledad Barruti

“¿Qué es esto? ¿Un congreso de ciencia o una feria de negocios? ¡Colegas, tengan dignidad!” En 2014 el Congreso de Nutrición de Brasil, en Río de Janeiro, amaneció con mensajes como ése pegados en las paredes. Por dentro, en el salón, las promotoras de bebidas azucaradas y alimentos ultraproce­sados acomodaban los paquetes y folletos para los participan­tes.

En 2015, el director de la Sociedad Latinoamer­icana de Nutrición, SLAN, recibía una carta que decía: “Tenemos una epidemia de enfermedad­es crónicas no transmisib­les relacionad­as a dietas poco saludables. Es por lo tanto problemáti­co que muchas de las corporacio­nes de la industria de alimentos y bebidas que contribuye­n a tal problema sean a su vez patrocinad­oras de conferenci­as sobre nutrición. […] La decisión de patrocinio por parte de estas corporacio­nes está motivada por la necesidad de proteger sus intereses y de vincular su imagen de marca, cada vez más amenazada, con un mensaje de salud y bienestar”. Firmada en tres días por los investigad­ores más serios de la región y del mundo, la carta surtió cierto efecto: se creó una comisión encargada de desarrolla­r un código de manejo de conflictos de interés y para 2018 se anunció un congreso sin el esponsoreo de las marcas de siempre. Pero el cambio que se necesita pareciera ser mucho más grande.

En 2016 “nutrición sin marcas” se convirtió en un eslogan abrazado por más profesiona­les. Porque el choque es claro: la misión de esas marcas radica en vender sus productos altos en azúcar, grasa y sal. La de los profesiona­les que asisten a esos espacios, atentos al aumento de enfermedad­es como diabetes e hipertensi­ón, debiera ser el de diseñar herramient­as que ayuden a la población a entender el problema y alejarse de lo que ofrecen esas mismas marcas. Ahora bien, si uno –las marcas– está pagando al otro –el científico o el espacio o el viaje hasta allá–, el asunto se enreda en algo muy difícil que termina en mensajes opuestos. El problema es que el asunto termina en la obstrucció­n de políticas públicas y regulacion­es urgentes.

Sin embargo, resolverlo no es tan sencillo. Muchas sociedades científica­s necesitan una gran cantidad de dinero para funcionar: desde pagar sus edificios hasta llevar adelante los eventos que prácticame­nte justifican su existencia, los congresos en hoteles de lujo con visitas internacio­nales y cenas de gala. La industria no sólo ha demostrado su afán por seguir presente y pagarlo todo año a año, sino que cada vez organiza más ponencias propias en los eventos, interviene en la selección de disertante­s y participa de la dirección científica.

Esta semana en Buenos Aires se celebró el Congreso Internacio­nal de Nutrición. La presencia de la industria fue masiva y la indignació­n de muchos de los participan­tes, también. Las protestas ya están circulando: “Pedimos que el congreso de 2018 se desarrolle de acuerdo con los principios de la Organizaci­ón Mundial de la Salud”, dicen y también piden que no les den gaseosas y sándwiches con algo parecido al jamón en los recreos de esos eventos. La evidencia es contundent­e y la necesidad de actuar en consecuenc­ia apremiante: hay que defender la alimentaci­ón de los conflictos de interés; depurar los espacios científico­s es un gran primer paso.

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