La sociedad argentina vomita a los tibios
Una de las conclusiones del reciente comicio es que “la avenida del medio” carece de sustento electoral. Representada por Sergio Massa tuvo escasa fortuna, quedando lejos de las principales fuerzas. Según el consenso de los analistas, los motivos del fracaso deben buscarse antes en las condiciones y el contexto de la competencia que en las equivocaciones del candidato. La dilatada polarización, se ha sostenido, es lo que impide erigir una tercera opción en la política nacional. La polarización prevalece, alimentada por una narrativa cuyos términos contradictorios lucen atractivos e insuperables: lo nuevo contra lo viejo, la liberación contra la explotación, lo honesto contra lo corrupto, lo público contra lo privado, lo eficaz contra lo ineficaz, la república contra el populismo. La pantalla se parte al medio, reproduciendo la lógica de los cuentos clásicos, que oponen bondad y maldad en un combate decisivo. No se parece a House of Cards, donde todos se revuelcan en el fango. Es una de príncipes buenos y brujas malas, que exige identificarse y tomar posición.
En el plano intelectual ocurre algo parecido. Y no se trata de un fenómeno argentino. Al mundo de hoy le atrae pensar en términos contradictorios, despreciando las gradaciones y valiéndose de una negación letal: se considera falso todo informe o dictamen que contradiga la ideología propia. Así, lo que podría ser un debate de ideas se convierte en un intercambio de prejuicios potenciado por el rechazo a la evidencia: los diagnósticos científicos o la información, aun verificada, carecen de legitimidad para los rivales. La verdad de todos se ha convertido en la posverdad de cada bando, como lo muestra el caso Maldonado. De ese modo, no hay medio de comunicación o comité de expertos que pueda saldar las controversias. Desapareció la más módica creencia en la objetividad: se asume que todos trabajan para un partido, por lo tanto nadie es imparcial. Los intereses liquidaron la pretensión de verdad, con efectos desastrosos para el consenso que requiere la solución de los problemas comunes. Eso significa haber reemplazado la razón democrática por la sinrazón bélica, pero en tiempos de paz. Quizás el líder de la principal democracia mundial exprese como ninguno esta tragedia contemporánea.
A propósito de la polarización extrema entre izquierda y derecha, Norberto Bobbio aludió a un concepto de la lógica clásica: el tercero excluido. Es una consecuencia de la contradicción, que anula los matices. Dos proposiciones contradictorias exigen que una sea verdadera y la otra falsa, no hay lugar para terceras interpretaciones. Si lo que dice Macri es verdad, entonces lo que sostiene Cristina es falso. Si Cristina representa la democracia, Macri es la dictadura. Si ella es corrupta, entonces él es puro; si él gobierna para los ricos, ella gobernó para los pobres. Si Maldonado, que era un militante popular, murió, lo mató Macri. Si Nisman, que era un fiscal incorruptible, apareció muerto, lo asesinó Cristina. Resulta cómodo y taquillero pensar así, porque la lógica binaria es atractiva y fácilmente comprensible para las masas, como toda simplificación moral.
La bipolaridad argentina, de la que hablaba Manuel Mora y Araujo, no ayuda a despolarizar. Hace apenas seis años se consagraba a Cristina Kirchner con el 54% de los votos. Le reconocían entonces la esforzada viudez, el liderazgo, la prosperidad y el consumo. La Justicia frenaba ante ella, cajoneaba expedientes, la sobreseía de las sospechas de enriquecimiento. Empresarios, sindicalistas y medios de comunicación florecían en su entorno buscando oportunidades de negocios y posicionamiento; toleraban sus diatribas, disimulaban sus perversidades, participaban de la corrupción o miraban para otro lado. Ahora, la desgracia se abate sobre ella y su séquito: representa todo lo repudiable, la escoria, el crimen. Ahora nadie la votó y la justicia federal se le atreve. Ahora el Gobierno explota su maldad, como antes ella estigmatizó a sus rivales, considerándolos enemigos. En poco tiempo, la sociedad, espoleada por sus elites oportunistas, convirtió a la diosa en pérfida, sin disimulo ni culpa.
En esta trama, la autonomía intelectual parece condenada al fracaso. La ecuanimidad no vende, abstenerse de facciones es sospechoso. La aspiración del sociólogo de Bourdieu de denunciar a la vez la mistificación del pueblo y de las elites desmotiva. La sociedad argentina se ha vuelto apocalíptica: vomita a los tibios. Con eso, no sólo abandona la mesura, subestima un enfoque histórico y estructural que describa la matriz de corrupción e insuficiencia económica que impide crecer. Si en lugar de pelearse los argentinos escucharan a los estudiosos que aborrecen tomar partido, acaso percibirían el extravío. Un rumbo autorreferencial y desfalleciente, que Borges metaforizaba así: “Cada día que pasa, nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos”.