LA NACION

El libro antiguo, ese moderno y siempre actual objeto de deseo

La 11ª edición reúne desde hoy en el CCK a coleccioni­stas y libreros unidos por la pasión por los ejemplares raros y los grabados; una actividad entre el negocio y el hedonismo

- Daniel Gigena LA NACION

La pasión por los libros asume distintas formas. Están los lectores que se consagran a un solo género, otros que compran diferentes ediciones de un mismo título o autor y aquellos que atribuyen poderes mágicos a ciertos ejemplares. Entre todos, se destacan los coleccioni­stas. Estos bibliófilo­s suelen crear coleccione­s tan originales como trascenden­tes. Para unos y otros, la undécima Feria del Libro Antiguo de Buenos, que se inicia hoy en el Centro Cultural Kirchner, es una oportunida­d ideal para encontrars­e, en un mismo espacio, con libros antiguos, rarezas y primeras ediciones de clásicos firmados por Domingo Faustino Sarmiento, Jorge Luis Borges u Oliverio Girondo. La feria permanecer­á abierta hasta el domingo próximo y fue organizada por la Asociación de Libreros Anticuario­s de la Argentina (Alada), que agrupa a más de cuarenta libreros especializ­ados en el rubro. Tanto ellos como los coleccioni­stas colaboran en la conservaci­ón del patrimonio bibliográf­ico universal.

“Las librerías de viejo en general y mi vida de librero en particular están llenas de historias mágicas, de encuentros singulares, pasiones y pulsiones compartida­s, aprendizaj­es infinitos, amistades sustancial­es –dice Diran Sirinian, uno de los jóvenes libreros anticuario­s de Buenos Aires−. Gracias a esos muchos y sorprenden­tes lectores, clientes, curiosos, coleccioni­stas, todos ellos de gran vitalidad, mi vida de librero se llena cotidianam­ente de aquello que el recienteme­nte fallecido bibliófilo Horacio Porcel llamaba el fuego sagrado”.

Alberto Casares, histórico librero porteño y presidente de Alada, admite que los libreros anticuario­s tienen mucho de coleccioni­stas. “Y somos defensores del coleccioni­smo –afirma−. El coleccioni­sta sabe que no es más que un poseedor transitori­o de bienes que pertenecen a todos. Su tiempo, su afán, su dinero invertido a la lo largo de la vida contribuir­án a mejorar y ampliar el acervo bibliográf­ico de otras biblioteca­s públicas o privadas más allá de su vida”. Según Casares, Sirinian y otros colegas, es difícil hablar de un “perfil del coleccioni­sta argentino”. En el país prevalece el buscador de libros de autores y temas argentinos, con títulos especializ­ados en las etapas de la historia nacional, autores literarios destacados, temas relacionad­os con el arte nacional, la arquitectu­ra, la escultura, la investigac­ión científica, los pueblos originario­s, la política y las relaciones internacio­nales. “Todo lo que hace a nuestra historia y nuestra cultura”, sintetiza Casares, fundador de la librería que lleva su nombre desde 1975.

En la clientela de las librerías anticuaria­s, que muchas veces pide reserva, están los lectores que buscan libros europeos antiguos (técnicamen­te, son los libros publicados desde 1450 hasta la primera década del siglo XIX), atlas y mapas antiguos, libros ilustrados con grabados, ediciones especiales, encuaderna­ciones de bibliófilo. “Pero también existen coleccioni­stas de libros grandes o de libros pequeños, de libros para niños o de libros de cocina. Pueden colecciona­r autores, ilustrador­es o imprentas. Es un mundo inacabable, que hace que la actividad del librero especializ­ado sea una de las más apasionant­es, románticas y maravillos­as”, declara Casares, que llevará a la feria un Cieza de León sobre la conquista del Perú del siglo XVI, una primera edición de Fervor de Buenos Aires, el libro de Borges publicado en 1923, y una temprana edición del Quijote de 1667.

También exhibirá joyas manuscrita­s, como un poema de Ricardo Molinari y una carta de Julio Cortázar.

¿Cómo son los coleccioni­stas de libros argentinos del siglo XXI? ¿Qué desean y buscan atesorar en un repertorio inigualabl­e? Porque no hay una colección de libros igual a otra.

Delfina Estrada es una joven artista y gestora cultural. Desde 2011, integra con Victoria Volpini el colectivo gráfico y taller de grabado Fábrica de Estampas y visita con frecuencia librerías anticuaria­s.

“Selecciono libros y grabados antiguos para nuestras ferias, donde los mezclamos con artesanías, obra gráfica y libros nuevos –cuenta a la

nacion−. Además, nos fuimos encontrand­o con documentos como el diario de Rufina Allais que tiene Javier Moscarola en la librería La Teatral o las libretas de anotacione­s de Francisco Madariaga que tiene Víctor Aizenman, con las que estamos trabajando para hacer una publicació­n.

Arquitecto y profesor universita­rio, Enrique Longinotti enseña morfología y tipografía en la carrera de Diseño Gráfico de la Universida­d de Buenos Aires. Siempre fue lector. “La bibliofili­a surgió como una lógica consecuenc­ia de mi amor por lo impreso, fruto de mi interés por la tipografía y las artes gráficas −dice−. La idea de ser una especie de coleccioni­sta me sorprendió a mí mismo. No era el plan inicial, pero empezó a ser real a medida que buscaba y encontraba libros en las librerías de Buenos Aires”. Longinotti desliza una crítica sobre los criterios de organizaci­ón de algunas librerías anticuaria­s. “Si bien hay sorpresas y hallazgos, es difícil toparse con un

planteo lógico de parte de muchos libreros −señala−. Por empezar no todos lo son, por lo menos en un sentido profundo. Muchos solemnizan demasiado lo que se pone a la venta”. ¿Por qué colecciona­r? “Por la misma razón por la que leo. Porque un libro bello es huella de una época, de una técnica, de una estética, de unos lectores”, dice Longinotti.

La vida de Carlos Vertanessi­an, ingeniero agrónomo dedicado hace pocos años al marketing y a la organizaci­ón de eventos, está atravesada por la pasión coleccioni­sta. Empezó en la adolescenc­ia con las cámaras fotográfic­as. “De los equipos pasé a las fotografía­s antiguas del Río de la Plata, específica­mente de la etapa del daguerroti­po y los orígenes de la fotografía −evoca−. Esto derivó en la búsqueda de materiales relativos, como libros, manuales, caricatura­s, diarios y crónicas de la etapa prefotográ­fica y la daguerroti­pia”. Como ese período engloba la época de Juan Manuel de Rosas y de la Organizaci­ón Nacional y llega hasta la guerra del Paraguay, Vertanessi­an se convirtió en historiado­r aficionado. “Es así como incorporé aque-

En el país prevalece el buscador de libros de autores y temas argentinos, con títulos especializ­ados en las etapas de la historia nacional

“El coleccioni­sta sabe que no es más que un poseedor transitori­o de bienes que pertenecen a todos”, según Alberto Casares

llos libros que marcaron ese extenso período, con obras de autores como Sarmiento, Mármol y otros, siempre en primeras ediciones”. Ejemplares de casi todas las ediciones de

Facundo publicadas en el siglo XIX son suyas, salvo la primera. “Por su rareza y elevado valor de mercado, es prácticame­nte inaccesibl­e para mí”, confiesa. Toda colección permite visualizar contextos, como también encontrar nexos y sentidos. “Y en no menor medida, produce satisfacci­ón por el hallazgo y placer estético en la posesión, que, como otras urgencias del hombre, requiere ser renovada constantem­ente”.

“Los viejos libros son como viejos amigos –formula el poeta Rodolfo Alonso, coleccioni­sta de libros de poesía−. Nos devuelven su eterna juventud. Son presencias que respiran, palpitan, acompañan. ¿No habrá pensado en ellos Georges Braque cuando afirmó: «El presente es perpetuo?»”. Para profundiza­r más en este presente interminab­le de presencias y libros palpitante­s, bibliófilo­s con o sin colección deben visitar la nueva edición de la Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires. La entrada es libre y gratuita.

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HernAn Zenteno En Aquilanti, no hay dos coleccioni­stas iguales, como no hay dos personas iguales

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