LA NACION

Lo sublime

- Texto Pablo Gianera | Foto Christoph Stache AFP

Hay un cuadro del pintor romántico Caspar David Friedrich que, aunque no de los más famosos entre los suyos, da una idea muy clara de eso que nombramos como “lo sublime”. El cuadro se llama Monje en la orilla

del mar y no es más que eso: un monje de túnica oscura que camina a la orilla del mar. Pero el monje es tan minúsculo en relación con el cielo y el horizonte que también nosotros, cuando lo miramos, nos sentimos ínfimos. Sobre ese cuadro, otro romántico, el poeta Heinrich von Kleist, escribió: “Parece como si a uno le hubieran cortado los párpados”. Lo mismo pasa con este paisaje del lago Spitzingse­e, en Baviera. Vemos ahora un espacio enorme, el del lago, que da la ilusión de un sublime en miniatura (los lagos son como un mar en escala, un jardín en comparació­n con la selva). En lugar del monje, tenemos dos paseantes. La blancura de la nieve de la orilla también nos lleva a lo sublime. Sí: siempre es bueno sentirse menos de lo que uno cree que es.

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