Nadie rescató al equipo del apagón
l a mayor certeza con la que la Argentina cerró el año es que Messi no se puede ni resfriar. No aparecen jerarquías alternativas para darle espesura al modelo cuando el futbolista más fabuloso del planeta está siguiendo a su selección por TV. El proyecto pierde profundidad si el equipo se paraliza en la adversidad y queda atrapado en un ataque de melancolía. Sin Messi no hay respuestas. La Argentina necesitaba clausurar el año previo al Mundial con la esperanza de saber que en su abanico de recursos había algo más que el as de espadas. Era esencial medir qué tan amplia es su plataforma de desarrollo. Para calibrar categorías complementarias y analizar la evolución del funcionamiento. Si el 2017 fue traumático por el calvario de las eliminatorias, la despedida no trajo alivio: sembró interrogantes.
Un buen primer tiempo precedió al derrumbe entre retrocesos tardíos, malas lecturas defensivas e incorrectas coberturas por las bandas. Y ya nadie fue capaz de rescatar a la Argentina del hundimiento, el detalle más alarmante en Krasnodar. El desconcierto se contagió en todos y nadie se escapó del aturdimiento. Se evaporó el carácter, se olvidaron los conceptos. Hubo un apagón. Suficiente en una Copa del Mundo para certificar una eliminación.
El compromiso grupal ante la ausencia del líder futbolístico no sobrevive al suspiro. Sin la tutoría de Messi, la Argentina no fue capaz de llevar esa mochila con autoridad. La estructura colectiva crujió tanto que activó alarmas que ya se creían en desuso. La Argentina hace años que es un equipo adictivo, siempre pendiente de Messi. Él es el cheque en blanco, el único refugio ante un ataque de nervios. Cuando falta, todo gira alrededor del motor de la añoranza. Y el futuro entra en pánico.