Más que la eliminación, el drama italiano es el futuro
Generalmente, el éxito elimina las preguntas. Los grandes interrogantes vienen después de las grandes derrotas, porque si se gana no hay mucho que analizar. Eso le ha pasado históricamente a Italia. Siempre se le preguntó cuánto ganó y no cómo lo hizo… hasta hace diez o doce años.
En la última década el fútbol sufrió una enorme transformación. Aquello que alcanzaba hace un tiempo –defender con ocho hombres y ganar con dos o tres contraataques, por ejemplo– ya resulta insuficiente. Pero en Italia no supieron comprender lo que estaba pasando y el colofón es la catástrofe sucedida el lunes.
A quienes hemos seguido el desarrollo de los acontecimientos no nos resulta tan sorpresiva la no clasificación de Italia a Rusia 2018, sobre todo debido a la indefinición que gobierna su fútbol. Por un lado, se mantienen ideas residuales de un modelo tan arraigado que no se quiere abandonar; por el otro, los intentos de algunos entrenadores por modificar la esencia no llegaron a producir un giro, ni en la percepción del público, ni en la del periodismo, tal vez porque no fueron coronados con victorias resonantes.
Entonces manda la confusión. Con pocos días de diferencia, Giorgio Chiellini “acusó” a Guardiola de ser el gestor de la pérdida de la antigua fiabilidad defensiva italiana, mientras que Arrigo Sacchi estimó inconcebible que los italianos mantengan la fantasía de que la belleza va en detrimento del resultado. Contradicción pura.
En la final de la Eurocopa 2012, Italia sufrió una auténtica masacre futbolística contra una España que ese día jugó sin delanteros. Fue una señal. El fútbol quiso decirle que estaba quedando rezagada, que debía recomponerse, adaptarse a la nueva era, revisar la concepción de toda la vida; que sus murallas defensivas habían quedado obsoletas porque los demás habían encontrado los antídotos para destruirlas, con toque, movilidad, permuta de posiciones y jugadores bajitos.
Pero el fútbol italiano no acabó de interpretarlo. En el fondo sabe que debe dejar atrás su pasado, pero al mismo tiempo su conservadurismo y apego a la tradición le hace tener pánico al futuro, y ahí radica su verdadero dilema.
No sé si Italia cuenta en la actualidad con los jugadores adecuados para emprender una transformación de verdad. Pero tampoco tiene otra salida. No es cuestión de querer ni de gustos, se trata de ser inteligente. O comienza ya a formar técnicos y jugadores que comprendan el fútbol que se juega hoy o no evolucionará. Y los disgustos serán cada vez más frecuentes.