sergio raMírez
Un CervAnteS CentroAmeriCAno
En un día de gloria para él, Sergio Ramírez cuenta que le hubiera gustado brindar con Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar. “Lo primero en que pensé fue en ellos, mis grandes ausentes”, dijo a la nacion desde su casa de Managua. Se oía el bullicio de los festejos familiares al otro lado de la línea. El escritor nicaragüense, de 75 años, acababa de enterarse de que el gobierno de España le otorgó el Premio Cervantes, el máximo reconocimiento de las letras en castellano.
La noticia lo encuentra en plenitud literaria, con un libro recién salido de imprenta, Ya nadie llora por mí ( Alfaguara): una novela negra, que llegará a la Argentina recién en junio de 2018, en la que retrata el trasfondo de corrupción que da sustento al gobierno de Daniel Ortega, aquel a quien acompañó como vicepresidente en los inicios de la revolución sandinista.
Otros tiempos. El legado triste de los años en la política impregna su literatura. “A la revolución entré como escritor y salí como escritor. Es una etapa cerrada. Me he quedado en la posición del observador crítico que no le gusta lo que ve y lo dice. Es lo que quiero seguir siendo: un cronista de mi país y de América a través de la ficción”.
Un jurado presidido por el director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, destacó a Ramírez “por aunar en su obra la narración y la poesía, y el rigor del observador y el actor, así como por reflejar la viveza de la vida cotidiana convirtiendo la realidad en una obra de arte”. Lo eligió después de siete votaciones reñidas frente a otros candidatos de la región como los poetas Ida Vitale ( Uruguay) y Rafael Cárdenas ( Venezuela).
Ramírez es una de las voces esenciales del postboom latinoamericano, con una bibliografía marcada por el realismo, la mirada política y un estilo que nunca rehúye del sentido del humor. Castigo divino ( 1988); Margarita, está linda la mar ( Premio Alfaguara 1998); Sombras nada más ( 2002), y La Fugitiva ( 2011) resaltan entre sus 12 novelas, 10 volúmenes de cuentos, ensayos y memorias.
Publicó su primer libro en 1963 ( Cuentos), poco antes de graduarse como abogado. En esos días desbordaba de admiración por Borges y Horacio Quiroga, y creía que el relato breve lo colmaría como escritor. Fue su padre – premonitorio– el que le dijo: “Ahora me tienes que traer una novela”, recuerda ahora, con una risa de nostalgia.
Se ganó la vida como periodista – sigue siendo columnista habitual en diarios iberoamericanos, entre ellos, la nacion– y se involucró desde joven en la oposición a la dictadura de Anastasio Somoza.
Cuando triunfó la revolución sandinista en 1979, se integró a la junta de gobierno como presidente del Consejo Nacional de Educación. En 1984 asumió como vicepresidente de Ortega. Duró hasta 1990. Poco después dejó la política y la literatura lo capturó para siempre. Su desazón con el sandinismo quedó plasmada de manera tan serena como desgarradora en su libro de memorias Adiós muchachos ( 1999).
Ortega volvió al poder en 2007 y gobierna desde entonces con ansias de eternidad. Tiene a Ramírez entre sus enemigos predilectos. “Lamentablemente lo que tenemos hoy es una caricatura de revolución”, señaló el escritor. Pero escapa al pesimismo: “Vender desesperanza no me gusta. Mi país y América latina irán para adelante”.
Ramírez recibirá el Cervantes, dotado con 125.000 euros, el próximo 23 de abril en Alcalá de Henares, de manos del rey Felipe VI. Un honor que nunca tuvo otro centroamericano. – ¿ Cómo fue la reacción en su país? Imagino que habrá mucha gente contenta, pero no en el gobierno de Ortega. – No es momento para que alguien exprese antipatía. Somos un país pequeño y yo siento que este premio es para Nicaragua. Es una gran oportunidad para mi país y para Centroamérica de que salga a la luz su cultura, su literatura. Es un orgullo especial que me den esta alegría en el 150° aniversario del nacimiento de Rubén Darío.
– El jurado destaca su doble papel de “actor y observador”. Si mira atrás, ¿ con qué Ramírez se queda, con el escritor o con el político?
– Me quedo con el escritor. No desprecio ninguna de las etapas de mi vida. Pero cuando entré en la revolución lo hice como escritor y cuando salí, salí como escritor. Dejé la política cuando creí que la revolución había terminado. Me he quedado en la posición del observador crítico que no le gusta lo que ve y lo dice. Siento que es mi deber como ciudadano. Uno puede ser un buen escritor sin hablar de lo que ve. Pero yo estoy tras la huella de Carlos Fuentes, de Jorge Amado o de Mario Vargas Llosa, que nunca se han callado.
– ¿ Cree en el compromiso político como parte de la literatura?
– No, yo creo que el escritor debe ser crítico. La literatura no debe ser una defensa de ideologías. Mis convicciones las expreso fuera de las páginas del libro.
– Sus novelas transmiten la desilusión con el destino de la revolución sandinista. ¿ Se arrepiente de su papel en ese proceso?
– Si me pongo en aquel momento, haría lo mismo. No quiero pensar en que desperdicié los que pudieron haber sido mis años más fructíferos como escritor. Me cuido mucho de no caer en la amargura al ver en lo que derivó la revolución.
– ¿ Le queda espacio para ilusionarse con la política?
– La ilusión hay que construirla. Yo no vendo desesperanza. Una cosa es el comportamiento de los personajes o el uso del humor negro como instrumento para describir
una realidad que no me gusta. Pero yo quiero proyectar mi vida en la literatura hacia adelante y crear una esperanza. No estamos desahuciados en Nicaragua como país ni América latina como región.
– ¿ Imagina cómo será el final de Ortega?
– A Nicaragua lo tiene que salvar la gente. No con la violencia. Las guerras no sirven para nada; son sólo la sangre de los jóvenes que se desperdicia. Confío más que nunca en que la expresión cívica del voto desatará el cambio en mi país y en otros, como Venezuela. Allí desgraciadamente la profundidad de la crisis es lo que va a dar la solución. Es un régimen cada vez más dictatorial, un socialismo
obsoleto que sólo produce miseria. No hay manera de que dure.
– ¿ Cómo analiza el giro político en el resto de América latina?
– Acabo de estar en la Argentina. Me di cuenta de que hay una esperanza que consiste en que el sistema democrático pueda valer en sí mismo. Que el voto puede cambiar las cosas y que las instituciones pueden ir bien, no importa quién gane. América latina puede ir hacia adelante si entiende la necesidad de la alternancia, de respetar el voto y de recuperar la moralidad. La corrupción ha sido la semilla que trajo tantas desgracias, como vemos en Nicaragua y en tantos otros de nuestros países, más allá de las ideologías.