LA NACION

El futuro de Siria. Con el final de la guerra a la vista, Al-Assad resiste y se hace más fuerte

Pese a que el país está en ruinas y devastado, casi todos los escenarios incluyen al presidente en el centro del poder

- Zeina Karam AgENCIA AP Traducción de Jaime Arrambide

BEIRUT.– Su país es una ruina en llamas y gran parte de su territorio está bajo el control de facciones armadas, locales o extranjera­s. Murieron cientos de miles de personas, la mitad de la población se vio desplazada de su hogar y la mayor parte de Occidente lo considera un tirano y un violador de los derechos humanos. Pero el presidente sirio, Bashar al-Assad, parece haber sobrevivid­o a la guerra y es probable que, por lo menos a mediano plazo, se mantenga en el poder.

Los bandos de la guerra civil en Siria se preparan para la octava ronda de conversaci­ones de paz, cuyo objetivo es poner en marcha una transición política para terminar con casi siete años de conflicto armado. Y salvo alguna sorpresa de último momento, ninguna de las soluciones negociadas parece incluir la salida de Al-Assad.

Una de las razones es de orden militar. El año pasado, con el apoyo de una implacable campaña aérea rusa y de los combatient­es de Irán y Hezbollah, las fuerzas de Al-Assad cobraron gran impulso en el terreno. Ahora, el gobierno controla más del 50% del territorio sirio.

Normalment­e, controlar la mitad del país no debería ser causa de optimismo, pero es un 19% más que a principios de este año. Las tropas del gobierno controlan las cuatro principale­s ciudades de Siria, 10 de sus 14 capitales provincial­es y la costa. Ninguna fuerza en el terreno tiene la capacidad de desplazar a Al-Assad de ese escenario.

En el frente diplomátic­o, los principale­s aliados de los opositores al régimen, o sea Estados Unidos y sus socios, hace tiempo que retiraron su exigencia de que cualquier acuerdo debía incluir la remoción de Al-Assad. En cambio, ahora impulsan un plan que contempla la celebració­n de elecciones de las que surja un nuevo líder.

Pero el gran aliado de Al-Assad, Rusia, ahora controla el proceso de negociacio­nes, lo que implica que el presidente sirio no está muy presionado para aceptar elecciones hasta la finalizaci­ón de su mandato, en 2021. Bajo sus términos, una solución política sería incorporar a miembros de la oposición a un gobierno de unidad nacional.

La oposición a Al-Assad está desbandada. Anteayer renunció el principal negociador opositor, Riyad Hijab, tras acusar a las potencias extranjera­s de estar repartiénd­ose Siria. Esta semana, la oposición siria se reunirá en Arabia Saudita para consensuar una postura y una delegación unificada. Riad ya les dio señales de que deben hacerse a la idea de que AlAssad permanecer­á en el poder.

Al presidente sirio se lo ve cada vez más seguro y confiado. Este mes su oficina publicó en redes sociales una foto del presidente y de la primera dama, Asma, paseando sonrientes por los jardines de su palacio en Damasco. La imagen forma parte de una campaña de propaganda para presentar una situación de normalidad y confianza en el futuro. Y anteayer salió por segunda vez del país desde que inició la guerra para reunirse con Vladimir Putin (ver aparte).

En octubre pasado, el secretario de Estado norteameri­cano, Rex Tillerson, repitió el pedido de Washington de que el presidente entregara el poder, y recalcó que “el reinado de la familia Assad está llegando a su fin”. Pero convertir ese deseo en realidad exigiría un poder de injerencia que Washington no parece dispuesto a usar. En una declaració­n conjunta difundida a principios de este mes, Donald Trump y Putin acordaron que no hay solución militar para Siria.

Son pocos los escenarios que podrían precipitar la caída de AlAssad. Uno sería que Rusia lo forzara a aceptar una transición política que garantice su salida de la presidenci­a. Pero cuesta imaginar qué incentivo podría ofrecerle Estados Unidos a Rusia para que le suelte la mano a su aliado.

Otro escenario sería que Estados Unidos u otro país que se opone a la continuida­d de Al-Assad decidiera lanzar un ataque militar de gran escala. “Eso implicaría una escalada imparable de la guerra, empezar de cero para arrancarle a Al-Assad los territorio­s recuperado­s y lograr generar una oposición que fuera capaz de gobernar y que al mismo tiempo resultara digerible para la comunidad internacio­nal”, dice Aron Lund, del centro de expertos The Century Foundation. “Basta ver cómo está planteado el conflicto en este momento y cómo están retrocedie­ndo los aliados de la oposición para saber que eso no va a pasar”, concluye.

Trump canceló el programa que tenía la CIA para entrenar a las fuerzas rebeldes que buscaban derrocar a Al-Assad. Y Turquía, otro importante aliado de los rebeldes sirios, está más preocupada por frustrar las ambiciones de los kurdos que por derrocar a Al-Assad.

La principal zona controlada por los rebeldes que siguen peleando contra Al-Assad se encuentra en la provincia de Idlib, en el noroeste del país, pero está dominada por facciones aliadas a Al-Qaeda.

Mientras tanto, Rusia medió para lograr una serie de treguas locales entre las fuerzas de Al-Assad y los rebeldes en la mayoría de los frentes de batalla del país. Eso permitió que el presidente sirio y sus aliados puedan enfocarse en combatir a EI en el este del país.

“Por supuesto que habrá estallidos de violencia, bombardeos y disturbios –dice Lund–. Pero AlAssad está en el centro, controla a la mayor parte de la población, maneja la economía, las institucio­nes, y tiene un sitio en las Naciones Unidas… Tiene todo lo que necesita para seguir gobernando.”

En marzo de 2011, cuando se inició el conflicto en medio de masivas manifestac­iones, muchos pensaron que Al-Assad sería derrocado rápidament­e como otros líderes árabes. Pero la determinac­ión del presidente sirio no flaqueó en ningún momento a lo largo del conflicto, ayudado por la dispersión de la oposición, y por Rusia e Irán.

Nikolaos van Dam, autor del libro Destruir una nación: la guerra

civil en Siria, dice que los países occidental­es generaron falsas expectativ­as cuando pidieron la renuncia de Al-Assad, mientras que sólo ofrecieron un tibio apoyo a los rebeldes y subestimar­on la cohesión del liderazgo del presidente sirio.

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Las fuerzas del gobierno sirio festejan en Abu Kamal

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