Mugabe tiró la toalla y se despidió de 37 años de gobierno a discreción
El dictador presentó su renuncia formal tras una semana de presiones del ejército, rivales y aliados
HARARE.– La agonizante dictadura de Robert Mugabe tuvo su punto final ayer, cuando el líder más veterano de África y del mundo presentó su renuncia a la presidencia, tras una semana de resistir contra las cuerdas las presiones de rivales y de aliados que lo abandonaron a su suerte.
Mugabe presentó su renuncia en una carta enviada al Parlamento poco después de que los legisladores de las principales bancadas, reunidos en sesión extraordinaria, abrieron un juicio político en su contra cuyo previsible desenlace, estimado para hoy, era la destitución.
“Yo, Robert Mugabe, entrego formalmente mi renuncia como presidente de la República de Zimbabwe con efecto inmediato”, decía la carta que leyó en voz alta el presidente del Parlamento, Jacob Mudenda. Un eufórico estallido de alegría cerró la lectura de la dimisión, el primero de los muchos festejos que se extendieron al resto del país.
La renuncia cerró una semana de incertidumbre que comenzó cuando los militares tomaron el control con un golpe de Estado, el miércoles pasado, tras la decisión de Mugabe de destituir al influyente vicepresidente Emmerson Mnangagwa y sus esfuerzos por colocar a su mujer, Grace Mugabe, de 52 años, como su sucesora.
Grace y Mnangagwa lideraban las dos facciones dominantes de la elite de gobierno, en una pugna interna que se saldó con el golpe palaciego del ejército a favor del vicepresidente, considerado por los uniformados como héroe de guerra.
“Invito al presidente Mugabe a tener en cuenta los llamados lanzados por el pueblo para su dimisión de forma que el país pueda avanzar”, dijo Mnangagwa, el favorito de los militares para encabezar la transición política, horas antes de que Mugabe flaqueara en su resistencia y tirara la toalla para abandonar el palacio de gobierno.
Muga be, que llevaba 37 años manejando a voluntad los hilos del poder de Zimbabwe, estaba rodeado de enemigos e incluso de viejos amigos que saltaron del barco y lo presionaron cuando se hizo evidente que no tenía verdaderas posibilidades de sobrevivir como jefe de Estado.
La dirección del partido oficialista, el ZANU-PF, acusó al dictador de “haber autorizado a su esposa a usurpar sus poderes” y de “no tener ya capacidad física para asegurar su papel”. Con esos cargos lo despojó de la jefatura partidaria y le dio un ultimátum hasta el lunes para dejar la presidencia, vencido el cual activó el juicio político.
La gente había salido a las calles de Harare y de la segunda ciudad del país, Bulawayo, durante el fin de semana con la misma expectativa de renuncia, al grito de “Bye bye, Robert” o “Adiós, abuelo”. Los veteranos de la guerra de la independencia, uno de los pilares del régimen, hicieron reiterados llamados desde entonces instándolo a “despertarse”, tomar sus cosas e irse a su casa.
Con los militares, los ciudadanos comunes y sus viejos aliados volcados en contra, Mugabe se resignó a cerrar el largo capítulo de su presidencia, que se extendió por toda la vida independiente de Zimbabwe, conseguida en 1980 a expensas de una minoría blanca que manejaba a su antojo los resortes claves de la sociedad, la economía y la política de la colonia británica.
Dotado de una retórica brillante que siempre vestía de forma elegante, Mugabe sorprendió inicialmente con una política encaminada a la reconciliación entre blancos y negros. La economía crecía y el gobierno realizaba exitosas inversiones en salud y educación. Sin embargo, también demostraba ser un hombre sin escrúpulos cuando se trataba de vencer en las luchas de poder, y fue ésa la única variable que se mantuvo intacta en cuatro décadas.
Si bien el vicepresidente Mnangagwa, apodado “Cocodrilo” por su estilo despiadado de poder, tampoco es precisamente un demócrata convencido, los militares, líderes políticos y demás factores de poder apuestan a que pueda liderar la salida electoral.
Conocida la renuncia del nonagenario líder, la Casa Blanca dijo que es una “oportunidad histórica para el pueblo de Zimbabwe”.
“El pueblo de Zimbabwe debe decidir el futuro” del país, afirmó la vocera del Departamento de Estado, Heather Nauert, quien llamó a la celebración de “elecciones libres y justas”.