LA NACION

Un pueblo recupera su cultura gracias a la marihuana Fiebre verde

El boom del cannabis devolvió a muchos inmigrante­s de la etnia hmong en EE.UU. a su primigenia vida agrícola

- Texto Thomas Fuller | Foto Jim Wilson

LLas amapolas rojas y violetas de la adormidera real que su familia cultivaba en laderas montañosas de la otra punta del mundo rezumaban una savia embriagado­ra y pegajosa que su madre intercambi­aba por monedas de plata para alimentar a sus hijos y ahorrar para escaparse. Adam Lee sonríe al recordar esa infancia en medio de la guerra en Laos y su viaje a Estados Unidos, donde tardó décadas en adaptarse al estilo de vida en las grandes ciudades. Ahora, a los 47 años, Adam ha regresado a las montañas –los Alpes Trinidad, en el norte de California– y ha retomado su carrera de agricultor, pero de otro cultivo que altera la conciencia: la marihuana. “Tenemos grandes sueños”, dice al contemplar su granja de marihuana desde la cima de la colina.

Adam es parte de la diáspora de unas 1000 familias de etnia hmong –uno de los subgrupos de la etnia miao– que vinieron a cultivar marihuana a este remoto y relativame­nte pobre rincón de California. El estado de California es hogar de la mayor comunidad hmong de Estados Unidos: son casi 100.000, que inicialmen­te se afincaron sobre todo en el Valle Central. Durante la última década, muchos de ellos se han mudado al norte, y algunos de otras partes del país están migrando a esta región de Calicombat­ió fornia para aprovechar el auge del cultivo de marihuana. Son apenas una pequeña porción de esa nueva y pujante industria que es la marihuana en el estado de California. En el condado de Trinity, los hmong están logrando revitaliza­r una zona rural que tenía problemas y estaba perdiendo a su población local.

El año pasado, con la legalizaci­ón de la marihuana para uso recreativo, se desató una especie de “fiebre del verde” en toda California, que de hecho ya era el epicentro del cultivo de cannabis desde hace décadas. Así como los antiguos buscadores de oro escarbaron esas montañas del norte de California hace 150 años, hoy los emprendedo­res de la marihuana llegan a la región con la esperanza de hacerse ricos.

Los hmong, una tribu de montaña que codo a codo con la CIA en su guerra encubierta contra las fuerzas comunistas en Laos en las décadas de 1960 y 1970, eran conocidos por su gran habilidad para el cultivo del opio, también conocido como adormidera real. Ese negocio continúa para ayudar a financiar a los insurgente­s en la región del sudeste asiático conocida como el Triángulo de Oro. Y algunos hmong son muy consciente­s de que ahora viven en una zona de California llamada el Triángulo Esmeralda, por el próspero negocio de la marihuana.

En California, muchos ven el cultivo de cannabis como una oportunida­d comercial, pero para los hmong, quienes al principio tuvieron problemas de asimilació­n en Estados Unidos, es una forma de volver a sus raíces agrícolas y a su estilo de vida rural. Para algunos de los más ancianos, que al llegar a Estados Unidos trabajaron

como personal de mantenimie­nto u obreros de fábrica, el bucólico entorno de las montañas california­nas es como un bálsamo que los ayuda a superar el trauma de la guerra y que les permite vivir rodeados de sus congéneres y amigos de antaño. “Es la independen­cia de vivir en libertad, y de vivir de la tierra”, dice You Ping Vang, un hmong nacido en Estados Unidos y fundador de Lonestar Trade, una empresa que vende la marihuana cultivada en la región. “Esta es la vida que nuestros padres y abuelos tuvieron que dejar atrás. Ellos aman todo esto”.

En un condado donde más del 85 por ciento de la población es blanca, los hmong son muy visibles. Según los residentes locales, el proceso de asimilació­n todavía se está consolidan­do. “Nos devanamos la cabeza para encontrar la manera de incorporar sus tradicione­s”, dice Debbie Miller, directora de la Escuela del Distrito Unificado de Mountain Valley, donde 30 de los 280 alumnos son de la etnia hmong. “Veníamos con una baja en la matriculac­ión, y ellos trajeron nuevos chicos a la zona”, dice Miller. “Ojalá lleguen muchos más”.

Inmigrante­s

Mai Vue, fundadora de Conscious Cannabis Resources, una ONG que ayuda a los granjeros hmong a tramitar la maraña de permisos y regulacion­es exigidas a los cultivador­es de cannabis, calcula que más de 1500 de los 13.000 habitantes del condado Trinity pertenecen a la etnia hmong. “Cuando llegaron a la región, hace unos 8 años, hasta tenían miedo de ir al supermerca­do”, dice Vue. “Yo iba porque mi esposo es blanco. Creo que era solamente temor, temor de ambos lados. Los hmong tal vez sentían que como era un pueblo chico, no los iban a aceptar”.

El año pasado, en el vecino condado de Siskiyou, los hmong que cultivan cannabis demandaron al jefe de policía local y a otros oficiales por lo que según ellos constituía un caso de intimidaci­ón electoral. Pero en Trinity la aceptación hacia los hmong es cada vez mayor. El año pasado, un equipo hmong ganó un prestigios­o premio local en un concurso de parrillada­s, y los alumnos de la escuela realizaron un desfile de moda hmong.

Confratern­izar

El año pasado, el granjero Bobbi Chadwick fue elegido para integrar el Comité de Supervisor­es y su eslogan de campaña fue “Unamos a Trinity”, que fue entendido como un llamado a la unidad entre los blancos y los hmong del condado. Chadwick se ha hecho amigo de sus vecinos hmong, organizó un festín en su propiedad para agasajarlo­s y hasta intercambi­ó con ellos técnicas de faenado de animales. “Vinieron seis hombres a mi rancho, y faenamos dos jabalíes y una cabra”, comenta Chadwick.

Los hmong empezaron a llegar a Estados Unidos en 1975 desde la selva y los campos de refugiados del sudeste asiático, durante la invasión comunista de Laos y la caída de Saigón. Llegaron en la pobreza, en su mayoría con un bajo nivel educativo, y se vieron abrumados por la sociedad industrial­izada con la que se encontraro­n. Se diseminaro­n por Estados Unidos, en regiones con climas extraños para habitantes originario­s de montañas tropicales, y debieron soportar los gélidos inviernos de Minnesota y Wisconsin y los veranos tórridos del Valle Central de California.

Mark E. Pfiefer, experto en el sudeste asiático y editor de la publicació­n académica Hmong Studies Journal, dice que los hmong constituye­n uno de los casos de migración exitosa más recientes, ya que no apostaron a la ayuda del gobierno, sino que encontraro­n un nicho en la economía norteameri­cana, como los restaurant­es asiáticos en Michigan o el negocio de la floricultu­ra en el estado de Washington. Según el censo de 2015, en Estados Unidos viven unas 285.000 personas de la etnia hmong.

En una zona llamada Trinity Pines, tres montañas conectadas por una red de escabrosos caminos de tierra, los hmong más ancianos han podido recuperar el estilo de vida que siempre conocieron: cultivar pequeñas parcelas familiares en las laderas escarpadas. Mientras conduce su pickup por la zona, Vang va nombrando los diferentes estados norteameri­canos desde donde migraron recienteme­nte los nuevos vecinos hmong. “Estos de acá vinieron de Alaska, y esos de allá de Arkansas”, detalla Vang. “Texas… Minnesota… Y ese es de Wisconsin”.

El padre de Vang, Neng Vang, trabajó para la CIA como operador de radio en Laos durante la que se conoce como la Guerra Secreta. Neng era teniente del ejército de Vang Pao, el líder de las fuerzas anticomuni­stas hmong que trabajó codo a codo con los asesores militares norteameri­canos. “Nos diseminamo­s por todo Estados Unidos: norte, sur, este y oeste”, relata Neng Vang. Ahora tiene 61 años y está feliz hasta las lágrimas por ese reencuentr­o azaroso con amigos del pasado: viejos camaradas del ejército, compañeros de la infancia y primos perdidos hace mucho tiempo, todos llegados a Hayfork para cultivar marihuana. En una estación de servicio de la localidad, Neng se topó con uno de sus antiguos subordinad­os en el ejército de Laos. En un vivero de la zona, lo reconoció un antiguo compañero de escuela. “Me dijo que pensaba que yo seguía en Laos. Creía que estaba muerto”, dice Vang. “No nos veíamos desde que vine a este país.” Cualquiera que visite la granja de la familia Vang será recibido con recuerdos de su patria natal. En la cocina, hay un cuchillo clavado en un enorme tronco de pino usado para hachar la carne. Sobre la hornalla, una olla con forma de reloj de arena para cocinar el arroz, y sobre la mesada, un mortero para moler las especias.

El mayor de los Vang dice que si bien los hmong se sienten como en su casa en el condado de Trinity, no está seguro de cuánto podrán quedarse. Las regulacion­es que el condado y los funcionari­os del estado de California están imponiendo a los cultivador­es de cannabis –cada parcela sembrada debe tener una vivienda que cumpla con determinad­as caracterís­ticas– hace que muchos hmong se pregunten si el negocio es rentable a futuro. Los pequeños productore­s de toda California enfrentan cada vez más competenci­a de las grandes plantacion­es industrial­es.

Los hmong no son la primera etnia del sudeste asiático que migró masivament­e al condado de Trinity durante el boom de alguna actividad económica. En Wearville, a 45 minutos de auto de Hayfork, lo único que queda de una comunidad china que se instaló allí durante la fiebre del oro del siglo XIX es un templo taoísta luego convertido en museo.

Vang tiene la esperanza de que los hmong consigan los permisos correspond­ientes que les permitan hacer del condado de Trinity su hogar permanente. “Si nos permiten cultivar, los hmong nos quedaremos”, dice con confianza.

En la cocina, hay un cuchillo clavado en un enorme tronco de pino

Sobre la hornalla, una olla con forma de reloj de arena para cocinar el arroz y sobre la mesada, un mortero

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Unas mil familias inmigrante­s de la etnia hmong se concentran en Hayfork, California, para recuperar su estilo de vida aprovechan­do la legalizaci­ón del cultivo de marihuana

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