LA NACION

Renato Gaúcho, el sabio que reclama la estatua

Controvert­ido, vanidoso, el ídolo histórico de Gremio está a un paso de cumplir su obsesión

- Cristian Grosso

Cuatro veces condujó a Fluminense y cuatro veces lo echaron. La última, en 2014. Pasó dos años sin dirigir hasta que firmó con Gremio. En el paréntesis no viajó a Europa para mirar prácticas y charlar con Guardiola, Ancelotti o Mourinho. Eligió la playa para jugar futvolei con Djalminha, Romario y Edmundo. Tres meses luego de su vuelta ganó la Copa Brasil: “Los que saben de fútbol se quedan junto al mar jugando futvolei; los que no, van a Europa a estudiar y a intentar aprender algo”, dijo. Burlón, altanero, carismátic­o, Renato Portaluppi está preparando el asalto final.

Renato Portaluppi es Renato Gaúcho, el mayor ídolo en la historia de Gremio. “Merezco una estatua en el estadio”, clamó en 2016 al alzar la Copa Brasil y cortar una larga sequía del club. Adoran a ese ex delantero desfachata­do que se llevaba el mundo por delante, que trepó al cielo con la conquista de la Libertador­es en 1983 y meses después se instaló en el Olimpo

gaúcho al hacerle dos goles a Hamburgo para alzar la Interconti­nental. Hoy la leyenda busca nuevas puntadas de gloria. Y no esconde su vanidad: “¿Cuántos títulos más deberé ganar para que el club me haga una estatua ?¿ O piensa esperarhas­ta mi muerte ?”, se preguntó hace una semana. Está a un paso de otra Libertador­es, 34 años más tarde, ahora como entrenador.

Dice que su hija Carol es como un talismán. No estuvo en ningún partido, pero no se perderá esta final. El polémico Portaluppi cree que nada le arrebatará el título, aunque ya no cuente con Douglas –rotura de ligamentos–, un zurdo exquisito que manejaba el eje central, ni Pedro Rocha, delantero explosivo que se fue a Rusia. Renato siente debilidad por la Libertador­es y la impuso como prioridad. Descuidó los otros torneos, aunque en el Brasileirã­o se las ingenió para escoltar a Corinthian­s... a 10 puntos. La Copa es la obsesión.

Debutó en 1982, en Gremio, claro, y sólo en una temporada estuvo lejos de Brasil: la 88/89, cuando jugó en Roma con Bruno Conti, Rudi Völler y Daniele Mazzaro. Futbolista y DT de fronteras adentro, se atreve a soñar con el Scratch: “Hoy Brasil está muy bien con Tite, pero estoy seguro de que si sigo ganando títulos y haciendo jugar bien a mis equipos, voy a ser el entrenador”. No le falta confianza –ni pedantería, cierto– al hombre que entró en los últimos minutos en el superclási­co del Mundial de Italia, cuando la Argentina le supo a hiel. Como en 2008, cuando dirigía a Fluminense y en los penales perdió la final de la Libertador­es ante la Liga de Quito de Edgardo Bauza. Lanús puede ser un escollo para el destino de estatua que sueña Renato Gaúcho.

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