LA NACION

Sale el sol para las empresas que buscan nuevas maneras de mantener motivados a sus empleados

Gestionar el balance entre una propuesta de valor atractiva y las posibilida­des reales es un arte en el que los líderes deben descollar.

- Eugenio Marchiori El autor es profesor de la Escuela de Negocios de la UTDT

“¡No le entregues el informe al gerente financiero que vas a destapar la Caja de Pandora!”, le decía un auditor a su colega. En la vida empresaria­l y en la vida privada, abundan las referencia­s a la célebre caja cada vez que se necesita aludir a un evento que tendrá consecuenc­ias imprevista­s y negativas. Aunque infinidad de males escapan, solo uno es el central del mito: la esperanza.

Según la religión griega, Zeus le entregó a Pandora como regalo de casamiento el seductor “vaso de la dicha”, aunque sabía que su interior estaba lleno de males (los dioses tienen esa manera perversa de divertirse con los mortales). A pesar de que no debía abrirlo, la curiosidad de Pandora pudo más y al sacar la tapa escaparon unos seres alados que desde entonces revolotean sobre nuestras cabezas mortificán­donos. Por orden del Rey del Olimpo, solo la esperanza quedó atrapada en la caja.

Desde entonces, los humanos tienen en su propia casa y dentro de ellos el vaso que contiene la esperanza, el peor de los males porque termina prolongand­o todos sus suplicios.

Asociación

La esperanza de salvación es la herramient­a preferida de la política y de la religión para motivar a las personas a adoptar sus preceptos. Esperanza y motivación son, entonces, dos caras de la misma moneda.

El mundo empresario aprovecha esas asociación –arraigada en lo más profundo de la cultura– y, de manera similar, ofrece a sus empleados la esperanza de salvación, en su caso terrenal. Aquellos que trabajen con ahínco y eficiencia recibirán a cambio seguridad económica, reconocimi­ento y realizació­n personal, componente­s básicos de la motivación para ser miembro de una organizaci­ón o empresa.

Según el fallecido profesor español Juan Antonio Pérez López, en general, existen tres clases de motivación: la extrínseca, la intrínseca y la trascenden­te. La primera se basa en elementos concretos externos a la relación empleado-empleador. La segunda responde a necesidade­s interiores de la persona. La última se vincula con acciones que impactan por fuera de la relación laboral en sí misma.

En la práctica las motivacion­es se implementa­n con distintos métodos:

La extrínseca usa remuneraci­ones metálicas como el sueldo, el bonus anual o la cuota de la obra social. La magnitud de estas retribucio­nes es el resultado de un balance dinámico entre las necesidade­s del empleado, los valores salariales del mercado y la imagen que la compañía necesita mostrar al resto del plantel y al talento potencial.

La intrínseca se efectiviza por medio de reconocimi­entos como cursos de capacitaci­ón; o “morales”, como “el empleado del mes”, un ascenso –que también puede ser extrínseco–, el estatus que da pertenecer a una empresa prestigios­a o la medalla de regalo por las bodas de plata.

La trascenden­te deberá estar implícita en un propósito empresaria­l con mayor impacto de los que figuran en el recibo de sueldo y en el cuadro de resultados. Un buen ejemplo es la misión original de Google que propone organizar toda la informació­n del mundo y hacerla universalm­ente accesible y útil. Además, los compromiso­s asumidos en la Responsabi­lidad Social Empresaria deberían ser trascenden­tes por definición.

Inconsiste­ncias

El mayor peligro al que está expuesto este esquema es que surja alguna inconsiste­ncia entre lo promociona­do por la compañía y la realidad percibida por los miembros de la organizaci­ón.

Si se imaginara en forma de ecuación, se podría decir que la satisfacci­ón es directamen­te proporcion­al a la realidad e inversamen­te proporcion­al a las expectativ­as. En este contexto, la esperanza y las expectativ­as funcionan como sinónimos.

Si las expectativ­as son altas y la realidad no llega a cubrirlas, disminuye la satisfacci­ón que puede convertirs­e en incomodida­d y rechazo. Por ejemplo, si las promesas realizadas el día de reclutamie­nto no se concretan, el malestar no se hará esperar. Cuando la insatisfac­ción supera cierto umbral, el empleado abandonará la compañía. La inversa también es válida.

Asimismo, cuando la empresa deposita grandes expectativ­as en un empleado (por ejemplo, en el caso de los etiquetado­s como de “alto potencial”) y su rendimient­o es inferior al esperado, pierde la motivación para recompensa­rlo, y el vínculo se deteriora con rapidez.

El problema adicional es que la relación tensa suele prolongars­e por diferentes causas: la misma inercia diaria, la natural reticencia a afrontar temas difíciles, los costos del despido y la búsqueda de un reemplazan­te. La situación perjudica, además de los involucrad­os de manera directa, al clima organizaci­onal en general.

Sin personas motivadas es imposible que una compañía sea sustentabl­e, y se motiva ofreciendo la esperanza de un futuro mejor. El escepticis­mo implícito en el mito de Pandora recuerda lo difícil que es satisfacer las promesas realizadas. Gestionar el balance entre una propuesta de valor atractiva y las posibilida­des reales es un arte en el que los líderes deben descollar. Es la manera de conseguir que la esperanza deje de ser el mal atrapado en la caja.

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