Desconsuelo de los familiares y bronca contra la Armada
En el grupo se quebró la paciencia; “nos mintieron”, dijeron indignados
MAR DEL PLATA.– El llanto brotó espontáneo. Descarnado. Con varios por el piso, desmayados, y otros a los tropiezos y empujones, apurados para llegar al frente y ponerse cara a cara y a los gritos con los altos jefes que a medias pudieron contarles las noticias del día, cargadas como nunca de pesimismo. Todo fue reproches e insultos envueltos en el mayor de los desconsuelos.
Entonces se quebró algo más que la paciencia. Más allá de tecnicismos, rápido entendieron que les decían que las chances de reencontrarse con sus familiares, tras ocho días de espera y una posible explosión en aguas profundas, se diluían como nunca. Anticipados sobre lo que podía ocurrir, oficiales y suboficiales se habían dispuesto en torno al grupo de visitas para cobijarlo y controlarlo. Las camisas blancas del uniforme naval se las llevaron empapadas con lágrimas de parientes de sus compañeros de armas.
El parte se dio poco después de las 10.30 en ese living que durante los últimos seis días se había convertido en sala de espera. Allí, a diario, escuchaban y preguntaban. También se ilusionaban y rezaban. Hasta que ayer el clima se quebró.
Se despertó entonces lo peor de los ánimos. La bronca, también con mucho de impotencia, para algunos se volvió incontenible. “Se roban la plata los jefes, son unos hijos de puta. Mataron a mi hermano”, gritó el primero de los familiares, que, raudo y sin identificarse, salió del predio cuando aún ni siquiera había comenzado en Capital Federal la conferencia de prensa del vocero de la Armada. “Los sacan con alambre a navegar, hay que echarlos a todos”, dijeron antes de partir.
Afloraron a la par otras quejas que apuntaron a la forma en que durante estos días les comunicaron los resultados del operativo. “Nos mintieron, nos mintieron”, dijo a María Rosa, madre del la nacion teniente Fernando Villarreal y una de las que con mayor tranquilidad habían sobrellevado estos días. Esta vez estalló: “Me voy a Punta Alta, no vuelvo más porque no quiero que me mientan”. “Se lo dije en la cara”, aclaró. Le pidió al jefe de la fuerza “que se vaya” y al presidente de la Nación, “que ponga orden”.
Ya anteayer se había percibido un cambio de clima en la base naval. El parte de esa noche, último del día, había generado expectativas. “Trascendente”, se lo anticipaba. E instaló entonces aquella definición de “anomalía hidroacústica” que poco se entendía, pero anticipaba algo concreto y extraño en las profundidades, muy cerca de la última ubicación conocida del submarino.
Con ese lastre, temprano, volvieron ayer a la base naval. La conducción de esta unidad, encabezada por el contraalmirante Gabriel González, cumplió con la premisa de anticiparse al informe de prensa y leyó el último parte de prensa a más de 70 parientes y amigos de los 44 tripulantes del buque. Ninguno de los familiares pudo ni pidió mucho más del informe oficial. Todo mutó en un reclamo de explicaciones en busca de por qué no se actuó antes.
La madre de uno de los tripulantes se abrazó a un veterano submarinista presente en el lugar y le preguntó a los gritos, casi en shock: “No los vamos a ver más, ¿no? ¿No los vamos a ver más?”, repitió, antes de ser asistida por dos de los enfermeros de la base naval. Las dos ambulancias que estaban en la puerta tuvieron que realizar al menos dos salidas con pacientes descompensados.
Un familiar que se presentó como hermano del suboficial Víctor Enríquez estuvo a punto de tomarse a golpes con personal de uno de los controles de guardia, cuando antes de alejarse de la base naval planteaba el difícil duelo que empezaba a vivir. “Vine a buscar a mi hermano y me vuelvo con una foto, porque ni siquiera el cuerpo tengo, ni un cajón que velar”.