Estudiantes extranjeros
La matrícula de alumnos universitarios contabiliza numerosos estudiantes extranjeros, mayoritariamente provenientes de países de América del Sur. Particularmente es en Buenos Aires donde se observa de manera más notable esta presencia, determinada principalmente por razones tanto económicas como académicas. Contra la creencia generalizada de que son muchos los extranjeros en las universidades, la realidad demuestra lo contrario. Representan sólo un 2,8% de la matrícula universitaria, que contabiliza 53.000 extranjeros de origen peruano, brasileño, colombiano y boliviano, aunque no se agotan en esas naciones las fuentes de procedencia del alumnado pues también hay españoles e italianos.
Según lo establecen nuestras leyes, la universidad pública no fija cupos para extranjeros, por lo que deben responder a los mismos requisitos que un ciudadano de este país.
Buenos Aires es la primera ciudad en la región, según el QS Best Students Cities 2017, que ordena en un ranking las mejores ciudades para los estudiantes. Los estudiantes universitarios extranjeros en la Argentina representan el 2,8% de la matrícula universitaria considerando las carreras de grado y de posgrado, en los años recientes de 2015 y 2016. De ellos, el 67% optó por las universidades públicas. Esa decisión se funda seguramente en su condición de gratuidad.
La presencia de estudiantes extranjeros dispara, como es lógico, un rico intercambio de mutuo enriquecimiento. Además, quienes estudian aquí se llevan una imagen positiva del país, que difundirán luego por el mundo. En otras palabras, los estudiantes obran como embajadores que fortalecen las relaciones entre los países. José Pérez Sánchez, embajador de Perú, de donde proviene casi el 20% de los estudiantes del continente americano, pone el acento en la gravitación de las buenas relaciones bilaterales y suma a ese factor determinante la calidad de la enseñanza universitaria argentina.
El prestigio de nuestras casas de estudios y los menores costos respecto del precio por estudiar en sus países continúa impactando en la matrícula local. En este escenario, no podemos evitar plantear una vez más si la pseudogratuidad de nuestra universidad pública es sostenible. Una vez más, hemos de reconocer que es un mito impuesto por el falso progresismo considerar que la educación universitaria pública sea sin costo cuando involucra enormes presupuestos y partidas. Habrá que evaluar si los estudiantes extranjeros no estarían dispuestos a pagar una parte de su educación en nuestros claustros. Este eventual aporte, sumado al de muchos estudiantes locales provenientes de familias que no afrontan dificultades económicas, ayudaría a mejorar la infraestructura de las universidades nacionales y a costear fondos de becas para alumnos de condición socioeconómica humilde que muchas veces se ven obligados a renunciar a sus estudios por tener que salir a trabajar.