LA NACION

El mellizo gracioso, la relación con los padres y los hermanos no amigos

- Texto Claudio Cerviño |

Familia, en presente y también en el recuerdo. Horacito Heguy no resigna su esencia al hablar de sus padres, Horacio Antonio y Norita, y de su mellizo Gonzalo, los tres fallecidos. Y tampoco al referirse a sus otros dos hermanos, Marcos y Bautista, con quienes ganó la mayoría de sus títulos de Triple Corona representa­ndo a Indios Chapaleufú. Con la formación de los cuatro hermanos, tuvieron su momento de esplendor entre 1991 y 1995, cuando se adjudicaro­n cuatro veces el Campeonato Argentino Abierto.

La primera conquista, la más sorpresiva, fue sin Bautista: los mellizos y Marcos jugaban con Alejandro Garrahan. Fue en 1986 y vencieron en la final a La Espadaña, en la única derrota en Palermo del equipo de Gonzalo y Alfonso Pieres, Ernesto Trotz y Carlos Gracida.

La coronación de 1995 tuvo connotacio­nes especiales. Seis meses antes, en Inglaterra, Horacito sufrió un serio accidente, al recibir un bochazo que le costó la visión del ojo derecho. Con agallas y un profundo amor propio, llegó a jugar la temporada y fue campeón. Un título muy celebrado.

Aunque el más sensible para todos fue el de 2001. Ya no estaba Gonzalo, fallecido en un accidente automóvilí­stico en La Pampa el año anterior. El gol de oro en la final contra La Dolfina lo marcó nada menos que Mariano Aguerre, el hombre que llevaba la camiseta N° 2 de Gonzalo. Un tributo que los tres hermanos le rindieron al gladiador del equipo.

–¿Cuánto extrañás a tu viejo, a tu vieja, a Gonzalo? ¿Qué cosas valorás más de ellos con el paso del tiempo?

–No extrañarlo a Gonzalo es difícil. No porque haya sido mi hermano mellizo, sino porque era un tipo extraordin­ario. Increíblem­ente gracioso. Realmente muy gracioso para estar con él. Tenía alegría para vivir y te la transmitía. No hay tantas personas así. Y que sea tu hermano era mejor todavía porque lo tenías más cerca para disfrutarl­o. Después, las madres y los padres tienen cosas buenas y malas. Extraño algunas cosas y otras no (risas). La relación con tus padres no siempre es la mejor. Con papá me llevaba bien, con mamá no tanto, me peleaba más. Eso no quiere decir que mamá no tuviera las mejores intencione­s del planeta. Pero a veces, pese a eso, no ayudan tanto. Y papá tampoco tuvo una vida tan prolija, pero era un tipo divertido. Tenía algunas cosas de Gonzalo. Era alegre, buen tipo. Tenía esa facilidad de saber ubicarse, no se metía demasiado en tu vida. Nos ayudaba, pero no era coach ni estaba cerca. No se involucrab­a en nuestro polo, miraba los partidos en la tribuna. Polísticam­ente logró algo bueno, que fue que nosotros jugáramos sin meterse tanto. Tácticamen­te nunca nos marcó nada. Nos decía “bien”, “bien jugado”. Alberto Pedro tiene un poco eso también con sus hijos. Los mira, por ahí los pondera, por ahí los critica, pero no es invasivo. No lo ves en el palenque. De hecho, el coach era Daniel González.

–Especiales, sin dudas.

–Sí. Papá y Alberto eran muy amateurs para ver el polo y te transmitía­n esa forma de jugar. Con la disciplina de Coronel Suárez, con la manera de sentir el polo que era la lógica para ese momento. Nos enseñaron a jugar bien. Es muy difícil que de 8 hijos, 7 hayan llegando a 10 goles, más ellos dos. Alguna habilidad tenían esos tipos, más allá de las condicione­s nuestras. También estaba Pancho Bensadón, otro primo que jugaba bien. Había un microclima ahí que polísticam­ente dio muchos resultados.

–¿Y con Bautista y con Marcos como la llevás?

–Ehhh, como cualquier hermano. No soy amigo de ellos: soy hermano. Si tengo un problema, no llamo a ninguno de los dos (risas).

–No serían precisamen­te tus asesores...

–No, porque probableme­nte me asesoren mal. Así que llamaría directamen­te a otra persona.

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