Un dramaturgo que juega con las contradicciones
Oscar Martínez no sólo es un experto observador, sino también un analista puntilloso de los vínculos, y para eso utiliza su agudo conocimiento como actor. Es el ejemplo de cómo la mirada del intérprete puede volverse vital en la construcción dramática. Su esencia artística, tan bien volcada en su libro Ensayo general. Apuntes sobre el trabajo del actor (2017), contribuye en la construcción de obras que no sólo puede degustar el espectador, sino también el artista que las interpreta. Plantea todo, minuciosamente, desde las complejidades de cada criatura hasta las situaciones que deberá abordar.
Ella en mi cabeza (2005) fue su auspicioso debut como dramaturgo; un gran éxito que permaneció en cartel varias temporadas, primero con Julio Chávez y luego con Darío Grandinetti en el papel protagónico, y ahora se replica en múltiples puestas en escena en diferentes ciudades del país. En esa pieza retrató la obsesión de un hombre con sentimientos encontrados respecto de su mujer, que no puede sacarse de la cabeza... casi tanto como a su psicólogo. Luego estrenó Días contados (2006), en la que también exploró las relaciones afectivas, ya no sólo de pareja sino familiares, y continuó con Pura ficción (2009), también con su inquietud puesta en un matrimonio de artistas.
Hay puntos en común en su dramaturgia: le encanta jugar con las contradicciones, no puede evitar el análisis psicológico abordado con total conocimiento, el humor delicado que se hace visible en lo reconocible, y el encuadre en ámbitos teatrales, ya que le gusta que sus criaturas revelen la ficción que construyen.