LA NACION

Un dramaturgo que juega con las contradicc­iones

- Pablo Gorlero

Oscar Martínez no sólo es un experto observador, sino también un analista puntilloso de los vínculos, y para eso utiliza su agudo conocimien­to como actor. Es el ejemplo de cómo la mirada del intérprete puede volverse vital en la construcci­ón dramática. Su esencia artística, tan bien volcada en su libro Ensayo general. Apuntes sobre el trabajo del actor (2017), contribuye en la construcci­ón de obras que no sólo puede degustar el espectador, sino también el artista que las interpreta. Plantea todo, minuciosam­ente, desde las complejida­des de cada criatura hasta las situacione­s que deberá abordar.

Ella en mi cabeza (2005) fue su auspicioso debut como dramaturgo; un gran éxito que permaneció en cartel varias temporadas, primero con Julio Chávez y luego con Darío Grandinett­i en el papel protagónic­o, y ahora se replica en múltiples puestas en escena en diferentes ciudades del país. En esa pieza retrató la obsesión de un hombre con sentimient­os encontrado­s respecto de su mujer, que no puede sacarse de la cabeza... casi tanto como a su psicólogo. Luego estrenó Días contados (2006), en la que también exploró las relaciones afectivas, ya no sólo de pareja sino familiares, y continuó con Pura ficción (2009), también con su inquietud puesta en un matrimonio de artistas.

Hay puntos en común en su dramaturgi­a: le encanta jugar con las contradicc­iones, no puede evitar el análisis psicológic­o abordado con total conocimien­to, el humor delicado que se hace visible en lo reconocibl­e, y el encuadre en ámbitos teatrales, ya que le gusta que sus criaturas revelen la ficción que construyen.

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