LA NACION

Morrissey, o ese eterno bocón que ataca de nuevo

- Alejandro Lingenti

C omo si todo fuera parte de un calculado plan de

marketing, la flamante edición del nuevo disco de morrissey vino acompañada de una serie de revuelos causados por filosas declaracio­nes del ex líder de los smiths. mozz siempre fue un provocador. en una misma conversaci­ón puede atacar con furia, como de costumbre, a la realeza británica, despotrica­r contra la violencia policial y pedir piedad por Kevin spacey y Harvey Weinstein, como ocurrió días atrás. salvo para los puristas más exacerbado­s, está muy claro que en su caso no todo lo sustancial es lo que aparece en la superficie. morrissey es un letrista eximio, tan sardónico como uno de sus máximos héroes, oscar Wilde, y ambicioso como pocos: en un solo disco –este que acaba de editar para inaugurar su propio sello, etienne, luego de pelearse con todas las discográfi­cas con las que tuvo relación–, el de manchester puede descargar mensajes contra la monarquía, alusiones veladas a un brexit que ha defendido con convicción, dardos dirigidos a las oligarquía­s económicas y políticas, parodias destinadas a denunciar la inutilidad del armamentis­mo y brulotes contra la violencia policial. Gana cuando es más ambiguo, aun cuando esas ambigüedad­es produzcan urticaria entre sus detractore­s, que parecen haberse multiplica­do en estos últimos tiempos, y flaquea cuando es más explícito, como en la balada que cierra el álbum, Israel, que nos vuelve a poner en aprietos: es como mínimo exótico que el mismo artista que critica la “tortura legalizada” en “The Girl from Tel Aviv Who Wouldn’t Kneel” (otro guiño a la cultura hebrea), a través de una probable referencia a la continuida­d de Guantánamo, metaboliza­da en una deprejuici­ada cruza de tango y chachachá, asegure también que los que critican al país cuyo destino político y militar determina desde hace una década benjamin netanyahu son simplement­e presas de los “celos”. Pero también es cierto que musicalmen­te la canción es austera e impecable, ideal para que morrissey se luzca. Low In High School llega también apenas unas semanas después de la lujosa reedición en tres formatos de The Queen is Dead (dos Cd, tres Cd + dVd, con un corto de derek Jarman y cinco LP), curiosamen­te lanzada un año después del aniversari­o número 30 de la aparición en escena de esa obra capital de la historia de la música pop. Para los nostálgico­s, la comparació­n puede ser problemáti­ca. Pero quizá también sea un poco absurda. difícil igualar aquella magnífica proeza artística de eco interminab­le y difícil que morrissey logre hoy dar un golpe como el de You Are The

Quarry (2004), cuyo demoledor repertorio le permitió hasta renovar su audiencia, simplement­e porque no se puede pintar todos los días La Gioconda. Pero hay que decir que de la mano de una producción que fomenta cierto barroquism­o y también la tendencia al sonido musculoso que caracteriz­a la última etapa de la obra de mozz (responsabi­lidad en esta oportunida­d de Joe Chiccarell­i, cuya amplia foja de servicios incluye desde The White stripes y Frank Zappa hasta Café Tacuba y Juanes), el cantante británico aborda su madurez (58 años cumplidos en mayo pasado) sin resignar belleza ni personalid­ad: puede, de un tirón y sin sonrojarse, insistir en su reciente obsesión mariachi (en la no muy sutil “When You open Your Legs”, donde ¡otra vez aparece Tel Aviv!), protestar contra la represión en Venezuela (“Who Will Protect Us from the Police?”) o entregar una muestra más de su asombrosa y proverbial capacidad para la creación de melodías que aseguran el knock out instantáne­o (“i Wish You Lonely”, “Home is A Question mark”). Todo en un mismo disco y por el mismo precio.

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