Mentiras verdaderas
Afines de los años noventa, el físico de la Universidad de Nueva York Alan Sokal provocó uno de los escándalos más resonantes de la ciencia internacional. Fraguó un artículo plagado de sinsentidos y jerga seudocientífica, y lo envió para su publicación a la revista de estudios culturales Social Text.
El trabajo, titulado Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity (“Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”), se publicó efectivamente en el número de primavera/verano de 1996, a pesar de que planteaba la insostenible tesis de que la gravedad era una construcción social; es decir, que sólo existe porque nos comportamos como si existiera.
Tal vez, la anécdota no hubiera pasado de una socarronería juguetona compartida por un grupito de entendidos, si el propio Sokal no hubiera anunciado el mismo día en otra revista (Lingua Franca) que el artículo era un engaño en el que había reunido las “citas más estúpidas que había podido encontrar sobre matemática y física” para poner de manifiesto la grandilocuencia y el absurdo de muchos universitarios “posmodernos” de las ciencias sociales. Como era previsible, ardió Troya.
Los ecos del affaire, que se difundió como un reguero de pólvora en cuanto llegó a los medios de comunicación y hasta dio pie a acusaciones de traición y xenofobia, se prolongaron durante más de una década. En 1997, Sokal, junto con el físico belga Jean Bricmont, planteó su tesis en el libro Imposturas intelectuales (traducido al inglés con el título de
Fashionable Nonsense: Postmodern Intellectuals Abuse of Science, algo así como “Sinsentidos de moda: el abuso de la ciencia por parte de los intelectuales posmodernos”).
Derrida lo criticó en Le Monde, diciendo poco menos que Sokal daba pena porque pasaría a la historia por este episodio banal y no por sus aportes, y el filósofo de la ciencia Baudouin Jurdant le respondió en 2003, con Imposturas científicas: los malentendidos del caso Sokal, en el que matemáticos, físicos, sociólogos y filósofos le enrostran que sus lecturas eran superficiales, y que ignoraba los recursos literarios y lingüísticos de la filosofía francesa.
El affaire Sokal se centró en una particular discusión académica entre las “dos culturas”, pero hoy la proliferación de afirmaciones que aparentan ser verdad, aunque no están respaldadas en ningún tipo de evidencia válida, está alcanzando proporciones epidémicas, especialmente entre los internautas “silvestres”. Y en la mayoría de los casos,
En el mar de discursos seudocientíficos, cada día resulta más crucial el ejercicio del pensamiento crítico
el truco para que sean aceptadas sin pestañear es que se planteen en lenguaje aparentemente científico.
Basta con que una noticia comience con la fórmula “la ciencia afirma” y contenga algunas frases muy utilizadas como “un estudio de investigadores de tal o cual universidad demostró...”, para que se den por probados los hechos más insólitos, como que usamos el 10% del cerebro, que podemos vivir hasta más allá de los cien años con una dieta basada en ciertos alimentos, o que los países que comen más chocolate son los que tienen más premios Nobel. En otros casos, las “falsas verdades” son menos “inocentes”. Como cuando se esgrimen dudosos estudios para sembrar dudas sobre la vacunación, se difunde que el cambio climático es una conspiración internacional o se ofrecen tecnologías supuestamente “de punta” que carecen de comprobación experimental, como
apps para detectar el cáncer con el teléfono celular.
El mar de discursos seudocientíficos en el que estamos envueltos hace que cada día resulte más crucial el ejercicio del pensamiento crítico. En los cafés, en la calle, en el colectivo, en la escuela. Einstein pensaba que “es difícil decir qué es la verdad” (Einstein entre comillas, Norma, 1997), pero a la luz del panorama actual, a veces lo complicado (y aquello para lo que debemos estar preparados) es identificar qué es mentira.