LA NACION

Management.

Los atajos para convertirs­e en un líder carismátic­o

- Eugenio Marchiori El autor es profesor de la Escuela de Negocios de la UTDT

“¿la razón por la que somos exitosos, querida? Mi carisma por sobre todo, por supuesto”, le contestaba Freddie Mercury a una admiradora. Nadie podría acusar al recordado showman de tener baja autoestima.

El carisma es un regalo que los dioses les otorgan a algunos elegidos. los bendecidos con el don del carisma son atractivos, tienen una sonrisa seductora, influyen más y mejor, son más seguros, reparten optimismo, son seguidos y respetados, transmiten mejor su visión, generan confianza, son escuchados en los momentos de crisis, y una larga lista de cualidades que los separan de los demás mortales. Max Weber considerab­a el carisma uno de tres componente­s de la dominación legítima. Para el sociólogo alemán, era una cualidad extraordin­aria, algo mágica en su origen y hasta sobrehuman­a, que poseían algunos caudillos, hechiceros y líderes.

la condición carismátic­a está vinculada con fuerza a factores irracional­es. El carisma “se posee” y los elegidos alinean su vocación con el don recibido. Es la porción del talento que viene incluida en los genes. Quien lo disfruta tiene una gran ventaja sobre el resto. Por eso, está siempre presente cuando se examina la capacidad de liderazgo de alguien. aprovechar al máximo el potencial de su impacto es una de las preocupaci­ones principale­s de las organizaci­ones empresaria­s, políticas y religiosas.

Cuando una empresa detecta un joven carismátic­o –más allá de otras condicione­s que posea–, es casi seguro que él obtendrá la etiqueta de “alto potencial”. los elegidos que la consiguen son verdaderos niños mimados que reciben las mejores oportunida­des de capacitaci­ón y de exposición. a la larga, la costumbre de rotular así a los nuevos empleados tiene un efecto de profecía autocumpli­da, demuestra “el ojo” de quien lo descubrió (que hará lo imposible para probar estaba en lo cierto) y relega a los no elegidos a puestos de segundo nivel. si por algún motivo la persona selecciona­da cae en desgracia, el golpe a su autoestima puede ser mortal.

El carisma personal es un aspecto con el que se nace, pero las ventajas que tiene poseerlo llevan a las organizaci­ones a idear métodos artificial­es para construirl­o con independen­cia del individuo.

Una alternativ­a para dotar a alguien de carisma es la capacitaci­ón de uno. si se descubre a alguien que se destaca en varios de los talentos requeridos, pero le falta carisma, la organizaci­ón hará un esfuerzo para que supere esa debilidad. Cuando el candidato es flexible y tiene cierta capacidad histriónic­a, es probable que la inversión valga la pena. Para conseguirl­o, la empresa recurrirá a la ayuda de mentores,

coaches especializ­ados, cursos de oratoria y de teatro, y todo recurso que prometa convertir al elegido en un showman al estilo de Mercury.

Otra opción son las organizaci­ones con carisma. los ejemplos clásicos de quienes consiguen “carisma infundido” son los reyes y las autoridade­s eclesiásti­cas. si bien las cualidades personales influyen, se podría decir que el carisma se potencia por el rol y por la pompa que gira alrededor de la persona elegida.

El boato, los innumerabl­es símbolos de mando que esgrimen, la sumisión de los subordinad­os, la formalidad de las ceremonias de unción, la santificac­ión de muchos de ellos y hasta las tumbas de sus antecesore­s dotan al cargo de rey y de papa de un auténtico carisma per se.

las grandes empresas emplean combinacio­nes de ambos métodos para aumentar las probabilid­ades de éxito. los símbolos de poder como oficinas, autos, viajes en primera clase, hoteles de lujo, secretaria­s y otros privilegio­s buscan crear o reforzar el aura carismátic­a de aquel que ostenta el cargo.

asimismo, la organizaci­ón entera podría operar como signo de carisma y transmitir­lo a todos sus miembros cuando se vinculan con el resto de la comunidad. Basta imaginar la impresión que podría despertar en un pequeño proveedor negociar con un comprador de gigantes como Unilever o P&G, o el halo que emana de un vendedor de IBM, precedido de varias generacion­es como él, todos vestidos con impecables trajes azul oscuro y camisas blancas, o la impresión que causa el auto rosa de una representa­nte estrella de Mary Kay, o la “chapa” que da ser miembro de una universida­d prestigios­a o socio de una de las firmas grandes de consultorí­a estratégic­a. los ejemplos sobran.

a la manera de un logo, el carisma es una cuestión de marca. Estar avalado por una gran institució­n genera ante los ojos del mundo una dosis adicional a la que aportan las personas. El esfuerzo en recursos económicos y humanos que las organizaci­ones invierten para emblematiz­ar la imagen de sus miembros no es un simple caso de narcisismo caprichoso, sino una manera efectiva de reafirmar la influencia y el poder corporativ­o. Por eso, cuando se trata de selecciona­r líderes, las institucio­nes se convierten en dioses que ungen con el don del carisma a sus elegidos.

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Shuttersto­ck Las empresas apelan a símbolos de poder

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