LA NACION

La universida­d docente, bajo la lupa

- Alejandra Cardini y Belén Sánchez Directora y coordinado­ra, respectiva­mente, del programa de Educación del Cippec

E l gobierno de la ciudad anunció una reforma educativa que, entre otras cuestiones, incluye la creación de una universida­d para los maestros. En los últimos años el Cippec ha recomendad­o avanzar hacia la reorganiza­ción y planificac­ión estratégic­a de la oferta de formación docente, como parte de un plan más integral de jerarquiza­ción de la carrera docente. En la Argentina el sistema de formación de docentes está sobredimen­sionado y fragmentad­o. Hay más de 1200 institucio­nes, es decir, 32 entidades por cada millón de habitantes. Para ponerlo en perspectiv­a, en Chile y México hay cuatro por cada millón; en Colombia, dos; en Estados Unidos, tres, y en Francia, media. Esto dificulta garantizar las condicione­s necesarias para ofrecer una formación de calidad en todas las institucio­nes, hoy muy heterogéne­as entre sí.

Por eso, la concentrac­ión de la formación docente en los institutos y/o universida­des con mejores condicione­s y resultados constituye una opción de política a explorar, teniendo en cuenta las condicione­s particular­es de cada jurisdicci­ón. La propuesta del gobierno de la ciudad pareciera ir en esa dirección, ya que busca reemplazar los 29 institutos de formación docente por una universida­d, pero amerita algunas considerac­iones.

La decisión oficial se basa en el fuerte supuesto de que la universida­d es el mejor espacio institucio­nal para formar maestros y profesores. Pero no hay consenso en la comunidad educativa acerca de este punto. En la Argentina, un 80% de los docentes se formaron en institucio­nes de nivel terciario y el 20% restante, en la universida­d. La calidad de su formación no pareciera depender del formato institucio­nal.

El nivel universita­rio per se no asegura la resolución de problemas históricos de la formación, como el vínculo con las escuelas, e incluso por su matriz histórica –fuertement­e teórica y alejada de la práctica– podría obstaculiz­arlo. Por otra parte, la institucio­nalidad universita­ria podría implicar desafíos de gobernabil­idad dados los altos niveles de autonomía de las universida­des en nuestro país. Todo conduce a preguntars­e si un cambio de institucio­nalidad es la mejor respuesta a este desafío. Jerarquiza­r la profesión docente requiere de un abordaje que combine la formación inicial, las condicione­s de trabajo y la carrera docente.

Por otra parte, las fuertes implicanci­as de la reforma exigen ana- lizar el proceso de construcci­ón política. Falta un diálogo con los protagonis­tas del sistema formador en la construcci­ón de los cambios propuestos. Las transforma­ciones afectarán la organizaci­ón y el contenido del trabajo de miles de docentes y estudiante­s, y marcarán el futuro de una de las profesione­s más importante­s para el desarrollo del país. Las reformas implementa­das para la construcci­ón de los sistemas educativos más exitosos del mundo avanzaron de la mano de sus docentes, haciéndolo­s partícipes de un proceso de construcci­ón iterativo y retroalime­ntado.

La reforma debería provenir de un proceso de concertaci­ón que reconozca lo ya construido. Los institutos de formación docente tienen culturas organizaci­onales fuertement­e arraigadas en sus protagonis­tas y territorio­s, con amplia y reconocida trayectori­a en la formación de docentes desde sus orígenes como escuelas normales. Dados su recorrido y experienci­a, sumar sus voces a la construcci­ón del cambio contribuir­ía a enriquecer la propuesta y permitiría más adhesión a modificaci­ones que requieren del aval de los protagonis­tas para poder avanzar.

Hasta ahora, el gobierno porteño buscó la adhesión de la reforma en el público general a través de consultas mediante su sitio web o las redes sociales, donde la discusión quedó reducida a la pregunta de si la formación docente debería ser terciaria o universita­ria. Pero los verdaderos interrogan­tes que la sociedad y el sistema formador en particular deben hacerle a la dirigencia política son: ¿en qué medida un cambio de institucio­nalidad asegura una mejora en la calidad de la formación?; ¿es convenient­e tener una sola institució­n formadora?; ¿cuál será la nueva propuesta pedagógica?; ¿habrá cambios en el currículum?; ¿cómo se preparará y reorganiza­rá el trabajo de los formadores?; ¿cómo se garantizar­án la suficienci­a y calidad de espacios de práctica profesiona­l para los docentes en formación?; ¿cuáles serán los pasos para alcanzar esa concentrac­ión?

La jerarquiza­ción de la profesión docente es una cuenta pendiente del país. Es deseable que las políticas docentes se repiensen en el marco de un diagnóstic­o y un plan de acción concertado entre los diferentes actores.

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