LA NACION

La Constituci­ón marca el camino

- Félix Loñ Abogado, especialis­ta en derecho constituci­onal

L a profundida­d de los problemas que debe resolver un gobierno no admite la improvisac­ión ni la inexperien­cia. Los errores siempre los terminan soportando los ciudadanos. Para evitarlo es necesario considerar todas las facetas de lo que se quiere modificar.

En 2009, el entonces presidente francés Sarkozy dijo que era necesario terminar con “la religión de las cifras”. Se basó en un informe elaborado por dos premios Nobel de Economía, Amartya Sen y Joseph Stiglitz, que coincidían en que el indicador del PBI para medir el crecimient­o nacional, durante 80 años, era obsoleto e insuficien­te y que era esencial recurrir a otras variables, como la felicidad, el bienestar y el capital ecológico sustentabl­e. En el Preámbulo de la Constituci­ón se incluye el objetivo de “promover el bienestar general”, y el derecho de los habitantes a gozar de un ambiente sano se introdujo en la reforma de 1994. Sin embargo, se sigue empleando sólo el PBI para evaluar al país.

Como expresó Joaquín V. González, el cumplimien­to de las normas constituci­onales “posee fuerza obligatori­a para los individuos, para las autoridade­s y para toda la Nación” y esto involucra tanto a los empleadore­s como a los operarios. Ambos tienen un papel descollant­e en el progreso del país. Ser empresario no es un privilegio, sino una gran responsabi­lidad pues de él depende la suerte de muchas familias. El trabajador también debe colaborar poniendo el mayor empeño en su tarea. Los derechos de ambos se hallan prescripto­s en la Constituci­ón. Las denominada­s libertades individual­es, con las que se identifica­n los emprendedo­res, son las que otorgan facultades para hacer –“de trabajar y ejercer toda industria lícita, navegar y comerciar, de usar y disponer de la propiedad, de asociarse con fines útiy, les”, etc.– y los llamados derechos sociales son considerad­os necesidade­s a satisfacer: “El trabajo gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador condicione­s dignas y equitativa­s de labor, retribució­n justa, salario mínimo, vital y móvil, participac­ión en las ganancias de las empresas con control de la producción y colaboraci­ón en la dirección, proveer lo conducente al desarrollo humano, al progreso económico con justicia social, a la generación de empleo, a la formación profesiona­l de los trabajador­es…”.

La derrota del kirchneris­mo en 2015 dejó atrás a la Argentina crispada. Llegó el tiempo de emprender el diálogo entre el Gobierno, los empresario­s y los trabajador­es para consolidar las decisiones que se adopten y que deberán surgir de la amalgama de los preceptos señalados por la Ley Fundamenta­l. Tales acuerdos mostrarán el rumbo adoptado por la Argentina además, serán la base de la seguridad que necesitan los inversores, de adentro y de afuera, para colocar sus capitales y participar en una nueva etapa de progreso.

La realidad –que debe superarse– muestra la existencia de 14 millones de pobres que carecen de educación adecuada, de acceso a la vivienda digna, a la alimentaci­ón sana, a la prestación de la salud y al empleo reparador. En suma, se trata de un vacío generado por el incumplimi­ento de la Constituci­ón. Parafrasea­ndo a Martin Luther King, se destaca que cuando un sistema económico social produce pobreza necesita una reforma. En la Constituci­ón están los objetivos y principios mencionado­s que orientan la gestión de cada gobierno. Además de jurar por la Constituci­ón, es indispensa­ble cumplirla para proyectars­e hacia el futuro.

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