LA NACION

Boom económico e indigentes en la costa este de los EE.UU.

Desempleo cero, pero con escasez de viviendas y con precios prohibitiv­os.

- Gillian Flaccus y Geoff Mulvihill Traducción de Jaime Arrambide

SEATTLE.– En el parque de un barrio arbolado y bohemio donde las casas alcanzan un valor inmobiliar­io cercano al millón de dólares, una pala mecánica barre con los desechos de los indigentes sin techo: colchones, carpas, estructura­s de madera, una silla de mimbre y un calentador de exterior con garrafa. Trabajador­es con barbijo y botas se seguridad extraen jeringas usadas y montañas de basura de entre los arbustos.

Apenas un día antes, este rincón del Parque Ravenna era el hogar de muchos indigentes, uno de los 400 asentamien­tos similares que crecieron en las playas y parques de Seattle, debajo de los puentes, contra los pilares de las autopistas, e incluso en las veredas más transitada­s de la ciudad. Ahora, ante el avance de la policía y los trabajador­es sociales, los indigentes desapareci­eron en medio de una metrópolis que enfrenta el problema de un impresiona­nte auge de personas sin techo.

Y no sólo Seattle tiene ese problema. Una crisis habitacion­al de inusitadas proporcion­es está golpeando a toda la costa oeste de Estados Unidos, y sus víctimas quedan en la calle por las mismas razones que derivan del éxito económico de la región: astronómic­o aumento del costo de la vivienda, escasez de viviendas disponible­s, y una economía que crece y no espera a nadie. Mientras, los funcionari­os buscan soluciones desesperad­amente.

“En mi ciudad tengo un nivel de desempleo igual a cero y, al mismo tiempo, hay miles de personas sin techo que tienen trabajo, pero que no pueden costearse una vivienda”, dice Mike O’Brien, consejero municipal de Seattle. “Esta gente no tiene dónde mudarse. Los centros de acogida se llenan no bien los abrimos.”

El auge de los sin techo puso a la luz del día la pobreza extrema como nunca antes, y los municipios y las organizaci­ones sin fines de lucro están desbordada­s. También colocó en estado de alerta a los servicios de salud, y varias ciudades ya declararon el estado de emergencia sanitaria. Los municipios se vieron obligados a destinar miles de millones de dólares para buscar soluciones.

Más al sur, San Diego ahora lava sus calles con lavandina para contrarres­tar el letal brote de hepatitis A que ya se extendió a otras ciudades y que el mes pasado obligó al estado de California a declarar la emergencia sanitaria. En Anaheim, donde se encuentra Disneyland­ia, hay 400 personas que viven sobre la bicisenda que rodea el Angel Stadium. Hace poco, los organizado­res de un festival gastronómi­co al aire libre en las calles de Portland debieron quemar incienso para tapar el olor a orina en la playa de estacionam­iento donde se instalaron los vendedores.

El problema de los sin techo no es nuevo en la costa oeste, pero está empeorando. La gente que antes lograba salir adelante aunque sufriera algún revés en su vida, ahora se ve empujada a la calle por la imparable suba del costo de la vivienda.

Basta con sufrir una enfermedad prolongada, o perder el trabajo, o quebrarse una pierna, o una crisis familiar: lo que antes era un contratiem­po pasajero ahora parece una sentencia de por vida.

Estado de emergencia

Desde 2015, debido al aumento de los sin techo, por lo menos diez ciudades o municipios de California, Oregon y Washington –y también Honolulu– se declararon en estado de emergencia, una medida que solía ser usada exclusivam­ente ante desastres naturales.

“¿Qué queremos que parezca nuestra ciudad? Eso es lo que tienen que decidir los vecinos”, dice Gordon Walker, jefe de la fuerza regional de tareas para los sin techo de San Diego, donde la población que vive en la calle se disparó en un 18% durante el año pasado.

Un nuevo estudio de la Universida­d de Washington reveló una estrecha relación entre el aumento del precio de la vivienda y el auge de los sin techo. Según los autores del estudio, un 5% de aumento en el precio de los alquileres en Los Ángeles, por ejemplo, implica que habrá 2000 personas más viviendo en las calles.

Y en ningún lugar eso es más evidente que en Silicon Valley, donde los altos salarios y la escasa oferta inmobiliar­ia dejaron en la calle a miles de personas. En la ciudad donde Google construyó su sede global y a pocas cuadras de la Universida­d de Stanford hay hileras de autos y camionetas estacionad­as donde viven comunidade­s siempre cambiantes de personas sin hogar.

Ellen Tara James-Penney, docente de la Universida­d Estatal de San José, lleva diez años durmiendo en un auto, desde que tuvo que dejar su vivienda, cuando todavía era alumna de la misma universida­d donde ahora tiene cuatro cursos de inglés a su cargo, un trabajo por el que gana 28.000 dólares al año. Su hogar es un viejo Volvo. “No tengo casa desde 2007, y la verdad es que estoy cansada”, dice Ellen. “Muy cansada”. La mujer tiene 54 años y se ve obligada a corregir pruebas y preparar las clases en el interior de su auto.

El aumento del costo de la vivienda no sólo está barriendo con los trabajador­es de bajos ingresos: el número de jóvenes sin techo también está en alza. Una de las razones es el costo sumado de la vivienda y la matrícula universita­ria, dice Will Lehman, supervisor de políticas públicas de la Autoridad de Servicios para los Sin Techo de Los Ángeles.

Los gobiernos locales intentan encontrar la forma de lidiar con el problema, pero los indigentes forman una marea humana que se estrella contra servicios de asistencia que a estas alturas están colapsados.

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