LA NACION

No estamos ante el ocaso de la globalizac­ión

- Paulo Castro Rangel

El sentido desconcert­ante de los actos políticos ha llevado a mucha gente buena, sabedora y responsabl­e a preguntars­e si la “era de la globalizac­ión” no está llegando al final. ¿Estamos por volver a un modelo aislacioni­sta, nacionalis­ta y particular­ista? A pesar del gran proyecto One Belt, One Road y del liderazgo que Xi Jinping logra alcanzar, a pesar del sueño del califato y del proyecto jihadista que tienen una dimensión universal, Occidente está bastante impresiona­do por la sucesión de desarrollo­s políticos de señal centrífuga, en particular, tres acontecimi­entos: el Brexit, Cataluña y la elección de Trump. Estos tres reveses, intercalad­os por éxitos de fuerzas nacionalis­tas en elecciones exiguas, serían la prueba de que llegó el ocaso de aquello a lo que, efímeramen­te y con sentimient­os multívocos, apunta a nombrarse como “globalizac­ión”. Lo que considero un manifiesto y peligroso error de análisis que merece la pena denunciar y poner en evidencia.

No entiendo la globalizac­ión como un puro proceso de integració­n económica densa y vertiginos­a, cimentado en una simple y creciente libertad de comercio mundial. La globalizac­ión es un proceso de integració­n tecnológic­a y cultural, político y humano, que pasa, esencialme­nte, por la disolución progresiva de la dimensión humana y física del espacio en la dimensión humana y espiritual del tiempo. Este es mi modesto punto de vista: se trata de la materializ­ación política, civilizado­ra y tecnológic­a que los científica­mente iletrados –donde me incluyo– juzgan como la gran contribuci­ón de Einstein: hacernos consciente­s de la conexión inextricab­le entre las dimensione­s de espacio y tiempo. Escribió lapidariam­ente Borges, el mayor de los argentinos: “Antes las distancias eran mayores porque hoy el espacio se mide en tiempo”.

Cuando ganó el Brexit, muchos señalaron no sólo el final de la Unión Europea, sino también la propia globalizac­ión. Huntington, en El choque de civilizaci­ones, había propuesto que la globalizac­ión se haría por integració­n de los viejos Estados en grandes bloques regionales mundiales y que tales bloques, naturalmen­te, disputaría­n y negociaría­n entre sí. La salida del Reino Unido de la UE significar­ía el abandono de esta integració­n estratégic­a y el retorno a las fronteras del viejo Estado nacional, lo que es un error rotundo de percepción. El gran lema de la campaña de los Brexiteers era justamente la “global Britain”; lo que suponía retirar la vieja Albion de los grilletes limitantes y cercenador­es de la UE y liberarla, como balsa de piedra, para los mares globales. No todos son consciente­s de que, en el referéndum en cuestión, un mozambique­ño o paquistaní que habitara hace más de dos años en Londres (por ser un ciudadano de un país que forma parte de la Commonweal­th) tenía derecho a votar, pero un inglés que trabajara desde hace diez años en Portugal no disponía de ese derecho. La ironía típicament­e británica: ¡hasta los cuadernos electorale­s eran globales! Claro que Cameron y sus secuaces también eran globalista­s, aunque justamente por la vía de la inserción en los grandes espacios regionales.

En el caso de Cataluña son recurrente­s los gritos de un regionalis­mo y provincian­ismo antiglobal. También aquí intervine un error de percepción. El separatism­o escocés, catalán, lombardo y flamenco es un resultado casi inherente a la globalizac­ión. Cuando no existía la UE como gran bloque regional, con el poder exclusivo de negociar tratados de libre comercio en nombre de los 28, estas regiones-nación tenían un interés estructura­l en pertenecer a un gran Estado nacional, un Estado que fuera una potencia económica e industrial con capacidad de movimiento en el escenario global. A partir del momento en que las potencias económicas europeas integran sus políticas en un gran bloque regional, esas regiones –Baviera, Lombardía, Cataluña, Escocia– dejan de tener interés en tener que pasar por el filtro del nivel intermedio. ¿Si Barcelona o Edimburgo pueden estar representa­das directamen­te en Bruselas, a la mesa del Consejo y de la Comisión, por qué necesitan pasar por la criba de Madrid o de Londres? Incluso cuando regiones o países considerab­lemente más frágiles (Malta, Chipre, Estonia, Eslovenia) tienen esta prerrogati­va.

No hay que olvidar que la globalizac­ión fue casi desde el principio una “glocalizac­ión” que otorgó simultánea­mente el poder al centro y a las periferias, y retiró poderes al nivel intermedio del Estado nacional. Ya expresé cuán perjudicia­l considero el separatism­o catalán, pero sería un grave error no ver que es un efecto estructura­l e institucio­nal de la lógica política de la globalizac­ión.

El caso más difícil es, sin duda, lo de Donald Trump y su postura sobre los tratados climáticos, el libre comercio y la política migratoria. Sin embargo, volver a construir la América grande representa una visión global de la posición y del papel de América. Quien hace política a la velocidad de varios tuits al día no está sólo usando las herramient­as de la vida global contra la ideología “globalizad­ora”. ¡No! Está, claramente, hablando a muchos millones de estadounid­enses, pero también instruye, directamen­te y en tiempo real, a la población global (donde tiene más adeptos de lo que muchos sospechan). Un presidente aislacioni­sta promulga decretos y firma órdenes. Lanza tuits con celo diario y religioso, se dirige a un público global, está haciendo política global y creando una opinión pública globalizad­a (aunque sea de oposición).

La Web Summit, la mayor conferenci­a internacio­nal de nuevas tecnología­s, se adueñó de Lisboa a principios de noviembre, a poco de cumplirse cien años de la Revolución de Octubre, que, en la tradición imperialis­ta rusa y con la formulació­n soviética socialista, no dejó de ser internacio­nalista y globalista. Quizá no sea ilegítimo recordar que ciertos movimiento­s, aunque parezcan simples impulsos de regresión, están profundame­nte inmersos en el espíritu de su tiempo. Más que en la física de su espacio.

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