LA NACION

Luz verde para cambiar semáforos. Innovación en el cruce de las calles

Son un gran punto de partida para imaginar la vida en las ciudades en los próximos años: cuáles son las ideas más novedosas

- Sonia Jalfin sonia@sociopubli­co.com

Los semáforos no son los objetos más excitantes del mundo, condenados a su rutina de repetición. Sin embargo, están en el cruce no sólo de las bocacalles, sino también de varios fenómenos centrales de la vida contemporá­nea, desde el crecimient­o descomunal de las ciudades hasta las transforma­ciones que vive la movilidad, con apps que organizan el tránsito, vehículos autónomos a la vuelta de la esquina y nuevos medios de transporte que buscan desterrar a los autos. Los semáforos son un buen punto de partida para imaginar la vida en las ciudades de aquí a unos años. Varios desarrollo­s recientes buscan modificarl­os o hasta eliminarlo­s por completo.

Hay pocos inventos tan exitosos y que respondan tan bien a los preceptos de la innovación contemporá­nea como el semáforo. Surgió a comienzos del siglo XX y su uso se extendió con una efectivida­d sorprenden­te: fue adoptado en todo el mundo con los mismos colores y metodologí­a, digna de un manual de usabilidad actual. Fue un caso insignia de reemplazo del hombre por la máquina. Incluso superó un rotundo fracaso inicial, cual startup de nuestros días: el primer semáforo, instalado en 1868 en Londres, explotó imprevista­mente y mató a un policía, lo cual no impidió que años después, superado el episodio, continuara la expansión del nuevo invento.

A partir de entonces los semáforos nunca dejaron de expandirse y adaptarse. En las últimas décadas fueron early adopters de los algoritmos aplicados a la vida cotidiana. “Los semáforos empezaron funcionand­o cada uno con independen­cia del otro, en ciclos autónomos. Siguieron con ciclos sincroniza­dos, conectados entre sí. Luego pasaron a ciclos sincroniza­dos que variaban según la hora del día. Y más tarde empezaron a responder a datos recolectad­os por sensores”, enumera Nicolás Stier, director de un grupo de científico­s de datos en Facebook y autor de decenas de investigac­iones relacionad­as con la teoría de los juegos aplicada a sistemas complejos como el tránsito.

El proyecto más radical para seguir transforma­ndo los semáforos en nuestros días consiste en eliminarlo­s. Es la propuesta de un equipo de investigad­ores de la Universida­d de Texas dirigido por Peter Stone, un científico informátic­o al frente de una iniciativa llamada Autonomous Intersecti­on Management Project, que busca gestionar los cruces de vehículos en las bocacalles de manera automatiza­da, mediante un dispositiv­o que reemplaza al semáforo por completo. Se trata de un dispositiv­o que detecta la llegada de los autos mediante sensores y les otorga a cada uno un turno para pasar. Algunos autos desacelera­n, otros pasan de largo, pero lo más importante es que casi ninguno debe frenar por completo.

Las simulacion­es realizadas hasta el momento –disponible­s en la Web en forma de videos animados trepidante­s– demostraro­n que con este sistema se reduce el tiempo necesario en un cruce hasta cien veces y al mismo tiempo disminuyen las emisiones de carbono y el uso de combustibl­e que en gran medida genera la aceleració­n que sigue al frenado.

Para Stier, el tiempo de detención es un elemento central de cualquier ecuación. “Imaginemos el tiempo que se ahorra en un sistema donde todos los autos aceleren a la vez, en vez de que cada uno pierda medio segundo en reaccionar y apretar el acelerador después de que el auto de adelante lo hizo”.

Sin embargo, tal vez el principal aporte de este nuevo sistema sea reducir los accidentes en las esquinas, uno de lo lugares más peligrosos de toda gran ciudad. Los semáforos son un exponente cultural que muestra nuestros aciertos y dificultad­es para organizarn­os como grupo. A comienzos de los años 2000, Antonio Martino, entonces ministro del Exterior de Italia, dijo que “los semáforos en Milán son instruccio­nes, en Roma son sugerencia­s y en Nápoles son decoración de Navidad”.

Una de las charlas más vistas del reciente TEDx Río de la Plata es la de José Nesis, un especialis­ta en seguridad vial. Nesis argumenta que en cada esquina de Buenos Aires se baila un tango –que bautizó “El esquinazo”–, una danza entre conductore­s y peatones que, en vez de regirse por las reglas de tránsito, se miden, se desafían y eventualme­nte se conceden el paso.

“La relación con las señales de tránsito se relaciona con el vínculo con la autoridad –dice Nesis–. En la Argentina la relación con la autoridad está en plena construcci­ón. En ese contexto, las señales viales también pierden legitimida­d y eficacia, generando una bola de nieve que es la degradació­n de la cultura operativa, donde una sola señal mal puesta nos inclina al uso del criterio perso- nal, no sólo para esa situación sino en general”.

En ese contexto donde las interaccio­nes sociales evoluciona­n poco, la evolución tecnológic­a no se detiene. Los semáforos actuales ya son pioneros de la Internet de las Cosas. En Newcastle, Reino Unido, envían mensajes a los conductore­s para avisar sobre demoras y obstáculos en el camino o para recomendar una velocidad media ideal que permita aprovechar la onda verde.

Con una lógica similar, Adidas lanzó en Tokio una iniciativa que permite a los corredores hacer su entrenamie­nto completo en las calles sin frenar en ningún momento, gracias a que combinaron los datos de los semáforos con los de los deportista­s para armar circuitos optimizado­s. El proyecto ganó un premio en la categoría Creative Data de Cannes este año.

La contracara de tanta capacidad de conexión expone a las señales de tránsito –eso sí– a los peligros del hackeo. Uno de los más simpáticos ocurrió en 2009 cuando un cartel de ruta en la ciudad de Austin, Estados Unidos, advirtió: “Atención: zombis en el camino”.

Aunque no se dediquen a predecir monstruos, es posible que los semáforos nos sigan sorprendie­ndo. “Van a hacer cada vez más cosas –dice Stier–. Es posible que nuevos dispositiv­os más sofisticad­os puedan guiar a la gente en conjunto, en vez de individual­mente”.

Según Stone, “la gente cree que los autos autónomos se van a mover igual que los conducidos por humanos. Nos cuesta crear una descripció­n visual de cómo funcionará­n las cosas y a la vez nos resulta fascinante”.

Una ciudad donde los autos autotripul­ados sean mayoría tal vez no necesite semáforos ni carteles. Toda la iconografí­a de las rutas y las ciudades podría cambiar. Pero eso será dentro de unos años. Mientras tanto el semáforo podrá volverse más inteligent­e, pero seguirá teniendo luz verde.

En Newcastle ya envían mensajes para avisar sobre demoras del camino

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Shuttersto­ck La relación con las señales de tránsito tiene que ver con el vínculo con la autoridad que construye cada sociedad

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