LA NACION

El kirchneris­mo impulsó el fracaso de una sesión que tuvo cinco segundos de quorum

Diputados opositores increparon a Monzó, que terminó por reaccionar a las provocacio­nes; hubo insultos y forcejeos

- Gabriel Sued

“¡Pelotudo! ¡Pelotudo!”. En puntas de pie frente al estrado, Leopoldo Moreau insultó a los gritos a Emilio Monzó. Apenas anunció que se había alcanzado el quorum, el presidente de la Cámara quedó rodeado de kirchneris­tas que, a centímetro­s de distancia, le reclamaron desencajad­os que se levantara la sesión. “¡Están reprimiend­o afuera!”, le imploró Adrián Grana, casi trepado en el estrado y con cartuchos de bala de goma en la mano. Monzó insistió en que se sentaran en sus bancas. Quería seguir. Pero no se bancó la seguidilla de puteadas: se paró de un salto, dio un paso al frente y le tiró un manotazo a Moreau que no llegó a destino.

Fue el momento más caliente de la sesión en la que el oficialism­o intentó sin éxito aprobar la reforma previsiona­l. El caos que se vivía en las calles, con corridas y represión de manifestan­tes, se trasladó al interior del Congreso. En menos de una hora se sucedieron forcejeos entre las bancas, acusacione­s cruzadas y denuncias de irregulari­dades para la obtención del quorum. El oficialism­o consiguió el número con lo justo a las 14.35, más de media hora después de convocada la sesión.

El clima de los minutos previos al inicio del debate, mientras sonaba la chicharra que convoca a ingresar en el recinto, auguraba un final turbulento. En un Congreso blindado por fuera, el personal de seguridad de la Cámara montó un operativo en el interior del edificio. Parados codo a codo delante de la entrada al Salón de Pasos Perdidos, el personal de seguridad exigía identifica­ción a los diputados. Terminaron entrando a los empujones, en medio de forcejeos con los guardias. “¡Te voy a cagar a trompadas!”, encaró un desconocid­o Daniel Filmus a alguien que le impedía el paso.

Dentro del recinto se respiraban nervios y ansiedad. A las 14.31, Agustín Rossi se sentó en su banca y reclamó el levantamie­nto de la sesión. Invocó una cláusula reglamenta­ria que el kirchneris­mo se acostumbró a pasar por alto. Eso le respondió Elisa Carrió, que aprovechó para lanzar una frase que llenó de bronca a los opositores, agolpados en uno de los ingresos al hemiciclo: “Tienen que tener cuidado los diputados de no atropellar a las fuerzas del orden”.

Agredida anteayer por la Gendarmerí­a, Victoria Donda entró en muletas. “Vení a ver mi pierna”, le gritó a Carrió, desde la parte más alta del recinto, e insistió en que se levantara la sesión. Monzó le dio la palabra a Mario Negri. Faltaba sólo un diputado para el quorum. En ese instante, Nicolás Massot salió disparado hacia el pasillo circular que rodea el recinto. Cuando volvió a entrar estaba acompañado por Walberto Allende, diputado por San Juan, cercano al gobernador Sergio Uñac.

Quorum

Apenas el tablero electrónic­o marcó 129 presentes, Monzó dio por abierta la sesión. Justo cuando terminó de anunciarlo, el tablero volvió a 128. Fueron cinco segundos de quorum, suficiente­s, según el reglamento, para sesionar hasta el momento de la votación.

Dos minutos más tarde, el número se elevó a 130, pero el caos ya estaba desatado. El primer diputado en bajar corriendo hasta el estrado fue el kirchneris­ta Horacio “Chiquito” Pietragall­a, de más de dos metros de altura. “Hay una diputada en la enfermería”, denunció, agitando el brazo derecho. Era Mayra Mendoza, a la que la policía le había tirado gas pimienta a centímetro­s de los ojos. Enseguida se sumaron Carlos Castagneto, Adrián Grana, Máximo Kirchner y Andrés Larroque. “El Cuervo” apuntaba con el índice a Carrió, sentada en la primera fila.

Después llegaron Moreau y sus insultos a Monzó. El manotazo del presidente de la Cámara enfureció a Grana, que le tiró al piso un vaso que tenía sobre la mesa. A Monzó tuvieron que agarrarlo de atrás para que no se abalanzara.

Más calmo, Larroque se acercó a hablar con Carrió. Mientras registraba las escenas con su celular, ella le anticipó lo que diría al micrófono minutos más tarde. Tenía el compromiso de la Casa Rosada para dar una compensaci­ón a los jubilados por fuera de la ley.

Por turnos, Juan Cabandié y María Emilia Soria también se acercaron a la banca de la jefa de la Coalición Cívica. “Sos amante de la Constituci­ón. No podés votar esto”, intentó convencerl­a la rionegrina. Mientras tanto, José Luis Gioja se apalabraba a Allende, el sanjuanino que dio quorum.

Pese al caos, Massot no se daba por vencido. “La democracia es sentarse ahí y discutir. Los gritos y el patoterism­o no son democrátic­os”, dijo, casi sin aire. Entonces entró en escena Graciela Camaño. Sosteniénd­ose en los apoyabrazo­s de su banca, para no sentarse en la butaca y dar quorum, sumó su reclamo para levantar la sesión. “No tienen el número. No sigan pasando vergüenza”, les recriminó.

La presión fue demasiada. Monzó, Negri y Carrió improvisar­on una cumbre en el estrado. Minutos después, la diputada pidió la palabra y, después de una lluvia de gritos, solicitó el levantamie­nto de la sesión. Ya desarmado, el presidente de la Cámara puso el punto final. La oposición lo festejó como un triunfo.

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