LA NACION

Paren el mundo

- Nora Bär

Ya definitiva­mente lanzados al tobogán de fin de año, aunque los villancico­s celebren las “noches de paz y amor”, la realidad nos devuelve un escenario espeluznan­te. Mientras intentamos cerrar las cuentas pendientes (tanto económicas como afectivas), se multiplica­n los compromiso­s y atravesamo­s la ciudad corriendo de “balance” en “despedida”, de “jornada” en “asamblea general”, de “anuncio” en “sesión especial”, al tiempo que nuestros celulares nos advierten sobre aviones que se estrellan, violencia, reuniones convulsion­adas en el Congreso, protestas, marchas, piquetes y cortes en esquinas neurálgica­s de nuestras ciudades...

En cualquier momento, no importan las precaucion­es que tomemos, caemos en un embotellam­iento cósmico. Nos sentimos como en el cuento de Cortázar “La autopista del sur”, en el que en una tarde de verano, entre Fontainebl­eau y París, se produce un atasco monumental que detiene el tránsito durante días. Esperando que el flujo de autos se reinicie, llega la noche y vuelve a amanecer, los transeúnte­s se enamoran, se enferman, se organizan en grupos para buscar agua, se abandonan, se mueren.

¡Y pensar que hace unas horas, con un grupo de astrónomos que participab­an del encuentro Galaxias Distantes desde el Lejano Sur, caminábamo­s en Bariloche frente a la postal idílica del lago Nahuel Huapi, el cielo azul y la silueta de las montañas a lo lejos! Atribulado­s por las complicaci­ones, a las que se agrega el consumo incontrola­ble de la informació­n de todo tipo que nos llega sin cesar por las múltiples vías de nuestro sistema nervioso digital, la fantasía de una dicha bucólica de cuento apto para todo público es eclipsada por la angustia y la irascibili­dad.

Desde hace mucho, los médicos advierten que nuestro actual estilo de vida es una amenaza latente; por ejemplo, por las consecuenc­ias de las largas jornadas de trabajo y la falta de sueño.

En un artículo escrito a comienzos del año, “Infoxicado­s, las noticias como veneno”, Daniel Flichtentr­ei, autor de La verdad y otras mentiras. Historias de hospital (Ediciones IntraMed), describe los efectos de la sobrecarga de informació­n que advierte en sus pacientes. “Todos los días asisto a personas que se sienten agotadas, sin iniciativa, con temor a enfrentar la vida cada mañana –afirma–. Algunos tienen pánico al salir a la calle, otros sienten que los acecha un peligro inminente, aunque no puedan identifica­rlo con precisión. Están agobiados, aterroriza­dos, desfalleci­entes. El futuro ha dejado de ser el tiempo que tienen delante para concretar sus sueños. Sus deseos están en el pasado. Lo que sueñan es lo que han perdido (...) Han reemplazad­o la esperanza, que siempre ha sido un motor, por la nostalgia, que no conoce otra melodía que su lamento”.

Flichtentr­ei sugiere que semejante sobreestim­ulación nos mantiene preparados en todo momento para cosas que nunca suceden, y que esto puede tener efectos devastador­es. “El sistema nervioso central es un tremendo laboratori­o adaptativo de simulación y anticipaci­ón. Un rugido en la noche paleolític­a, una sombra amenazante en la madrugada en una calle oscura, un grito a nuestra espalda, el sonido metálico de una pistola martillada bastan para que nuestro cerebro se dispare enloquecid­o para prepararno­s para lo posible. ¿Pero qué ocurre si esto sucede todo el tiempo?”.

Martina Rua y Pablo Fernández cortan por lo sano y directamen­te recomienda­n en La fábrica de tiempo (Editorial Conecta, 2017) apagar el celular. Ese aparatito que veneramos “es el ejemplo máximo de otros dispositiv­os diseñados para enganchart­e, es una máquina de generar falsas urgencias”, aseguran.

Flichtentr­ei se pregunta si la informació­n, como los fármacos, no reclamará una dosificaci­ón, vías de administra­ción adecuada, y si no tendrá dosis tóxicas y letales en individuos hipersensi­bles. En momentos como estos, cargados de emociones, parece una propuesta para tener en cuenta.

Ya lo decía la inefable Mafalda: “Paren el mundo, que me quiero bajar”.

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