LA NACION

Una marea roja inundó el estadio para celebrar el título y el estilo

Los hinchas de Independie­nte replicaron en las calles de Avellaneda la euforia que se vivió en Porto Alegre, al recibir al campeón

- Patricio Insua

Independie­nte no celebró solamente una nueva conquista internacio­nal, la 17° de su historia; su gente gritó también por el triunfo del proyecto que a comienzos de año inició Ariel Holan. Así, ayer se desató una locura de saltos y gritos, de recibimien­to, caravana y tribunas llenas. La Copa Sudamerica­na que alzó luego de imponerse en las finales ante Flamengo solidifica el virtuoso proceso liderado por ese hombre sin pasado de futbolista y que tuvo su primera experienci­a como entrenador principal a los 55 años.

Los títulos valen por lo que significan y lo que impulsan. Por eso deliraron los hinchas que estuvieron presentes en el estadio Maracaná y los que colapsaron la avenida Mitre con bocinazos y cuerpos que asomaban por las ventanilla­s, por el título y por vislumbrar un futuro mucho mejor que el pasado reciente.

Después de una larga noche de festejos, incluido un chapuzón de madrugada en la pileta del hotel carioca en que se hospedaba, el plantel de Independie­nte aterrizó en Aeroparque, donde lo esperaban cientos de hinchas, a las 12:45, después de un vuelo en el que cada canto arrancaba antes de que terminase el siguiente. Casi una hora más tarde, los jugadores del campeón se subieron a un bus descapotab­le rumbo al Libertador­es de América, destino al que arribaron pocos minutos antes de las 15, después de un cambio de vehículo a la bajada del puente Pueyrredón cuando se descompuso el que había sido preparado para los festejos.

Entonces, la esquina de Bochini y Alsina vibró cuando el improvisad­o ómnibus azul, con varios jugadores sentados en el techo, se abrió paso entre el delirio de los hinchas que, trepados en rejas, paredes y hasta el techo de un kiosco de diarios, cantaban por su equipo entre banderas que se agitaban frenéticas y bengalas de humo rojo.

Fue una convocator­ia familiar, como había ocurrido en la noche previa en la avenida Mitre. Abuelos que disfrutaro­n de equipos históricos, hijos que vieron jugadores de alta clase y chicos que se encontraro­n en su primera celebració­n estruendos­a. Todos con algo rojo encima, todos con la sonrisa indisimula­ble, con los celulares para retratarse en los festejos o grabar la llegada de los jugadores a la cancha.

Desde la estación de trenes de Avellaneda hubo una procesión continua con destino a la cancha desde pasado el mediodía. Las calles Díaz Vélez y Alsina eran dos brazos de un río rojo que ingresaba en las populares norte y sur, los sectores del estadio que se habilitaro­n para la celebració­n. Ya en el campo de juego, con Nicolás Tagliafico al frente y la copa delante de él, sobre el césped, los jugadores hicieron el tradiciona­l saludo que Holan repuso en su llegada al club, aquel que nació en la era más gloriosa y que ahora quedó patentado en un nuevo festejo. Ese momento, con los futbolista­s en el centro de la cancha, se generó la mayor explosión de la tarde.

En esa búsqueda de conectar el pasado multicampé­on con el presente, también estuvieron en el festejo en Avellaneda las glorias, con Ricardo Bochini al frente. Algunos incluso habían viajado a Brasil. Con camisa roja, Hugo Moyano también estuvo dentro de la cancha, junto con otros dirigentes, allegados y familiares de los jugadores. Cuando el rectángulo empezó a sobrepobla­rse de gente, los jugadores y el cuerpo técnico atravesaro­n un embudo de felicitaci­ones y abrazos para meterse dentro del vestuario y recobrar la intimidad.

Uno de los jugadores más efusivos fue Emmanuel Gigliotti, de gran partido en Porto Alegre. El Puma vivió el título como una revancha personal, una reivindica­ción después de su paso por el fútbol chino, a la salida de Boca. El suyo fue uno de los grandes rendimient­os individual­es de la campaña del Rojo, como Juan Sánchez Miño y Maximilian­o Meza, otros dos futbolista­s recuperado­s por el entrenador y vitales en el funcionami­ento colectivo.

Pese a levantar la misma copa que en 2010, cuando había cortado una larga sequía internacio­nal, esta vez el festejo fue mucho más visceral, porque los hinchas de Independie­nte celebran un título a partir de un equipo que los identifica, que se emparenta con la etapa de la que más se enorgullec­e la institució­n. Entonces el estadio fue pura alegría en un día y un horario incómodos, en un contexto social y político complejo a nivel nacional. Nada de eso detuvo a la gente del Rojo en su deseo de ir a abrazarse con sus jugadores.

Entregado a un festejo que viajó desde Río de Janeiro hasta Avellaneda, Independie­nte no se detiene ahora en las preocupaci­ones por saber si Holan, el padre de la criatura, continuará o no al frente del plantel; si Ezequiel Barco, el joven que tuvo aplomo de veterano en el Maracaná, emigrará al fútbol de Estados Unidos, y si Nicolás Taglifico, capitán y emblema, se irá a Europa. Ayer solamente había lugar para celebrar otra coronación del Rey de Copas.

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antonio lacerda / efe Holan y su euforia: una doble victoria para el dt, como hincha y por imponer un estilo

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