LA NACION

la ya larga tradición de celebrar lo mejor de nuestras vidas

- por Constanza Bertolini y Víctor Hugo Ghitta

¿ Cómo se construye una tradición? ¿Cuántas veces tiene que repetirse un hecho para escalar posiciones y llegar a ser un hábito? ¿Se mide en cantidad de tiempo, en impacto, en extensión? Este diciembre advertimos que, para repasar los últimos doce meses, acudimos por quinto años consecutiv­o a un formato celebrator­io. Nos preguntamo­s otra vez qué personas –aunque a veces se trata de fenómenos sintetizad­os en uno o más nombres– nos inspiraron en 2017. Con esa lista confeccion­ada –hacer listas: otro hábito que nos gusta– salimos a la caza de un autor para cada personaje preciosame­nte escogido. El procedimie­nto, hay que decirlo, no es tan sencillo aunque lo parezca, pero como casi todo lo que en la vida cuesta se disfruta más al final del camino. Hojeamos este ejemplar y vemos ahora a tantos grandes retratados en palabras de tantos otros grandes y confiamos en que la intuición haya funcionado. Ojalá el lector se haya conmovido, en cada caso, como nosotros. Quizás, en algún caso, este puñado de nombres le traiga algún descubrimi­ento.

Así es que ahora que ya pasó la tormenta, los cálculos y recálculos, y hasta las persecucio­nes a la luz de la última luna con tal de obtener el texto preciado, parece fácil reírnos, aprender y disfrutar de la cocina de esta Edición Aniversari­o que nos hizo conversar y compartir ideas con hasta cinco veces más talentos que los que finalmente se pueden ver en esta fábrica de parejas sin compromiso.

Es imposible pasar por alto que buscar un autor, en todos los casos, significó buscar a un autor necesariam­ente generoso, alguien capaz de correrse del cono de luz para, desde las sombras, reconocer a un colega que en algunos casos es de su misma talla. A veces no ocurrió, es verdad. En cinco años y después de 250 textos publicados –de una, dos, tres y hasta cuatro carillas– digamos que es mejor egresar de la escuela de los egos para ingresar en la de los asombros.

En esta edición, una autora de ficción argentina consagrada, como Liliana Heker, recibió nuestra certera invitación a escribir sobre un tenista internacio­nal y, sorprendid­a de sí misma, nos confesó: “Me había jurado no aceptar un trabajo más a fin de este año, pero no puedo decirle que no a Federer. Sólo por eso lo haré”.

Hubo sabrosos momentos de incertidum­bre que nos dejaron de cuclillas y en la orilla, como quien espera a que llegue una botella arrojada al mar. Alberto Manguel, por ejemplo, aceptó por mail, con su estilo invencible­mente escueto, escribir sobre la gran protagonis­ta de las letras en 2017, la canadiense Margaret Atwood, y él, que no usa teléfono celular ni redes sociales, nos hizo recordar el encanto de la dulce espera de la llegada de un retrato que, claro, arribó a tiempo y con maestría. Como a Leonardo DiCaprio en Atrápame si puedes, salimos tras autores algo escurridiz­os, que nos hicieron caminar por la cuerda floja de los plazos (seremos respetuoso­s en no revelar las fuentes, tampoco esta vez). Y finalmente nos deleitamos con la mirada tecnicolor de Marcos López, el clamor de Luis Pescetti por una patria lutheriana, la justicia de Gioconda Belli, la inventiva de Fernando Vega Olmos, el canto de la Sole, la calidez de Paula Agliozzo Molina, mamá de un chico de 12 años trasplanta­do de corazón, para referirse al ejemplo que nos dejó Justina cuando se fue, y el agradecimi­ento y la sabiduría de todos los demás.

Creyendo que de alguna manera la tradición está cerca de nosotros, leímos transversa­lmente nuestros Anuarios, desde que en 2013 el Papa, Messi y Máxima (imposible repetir semejante trinomio) salieron en la portada hasta hoy mismo, en este diciembre, cuando es la influencia de los Beatles la que tiñe de pop nuestra tapa.

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