LA NACION

CÓMO DERRIBAR LAS PANTALLAS Y CONVERTIR TODO EN VERDAD

EL ARTISTA, EL COMPAÑERO DE AVENTURAS, EL PRODUCTOR, EL PADRE DE FAMILIA, EL HOMBRE; TODAS LAS FACETAS DEL GRAN ACTOR ARGENTINO QUEDAN REFLEJADAS EN LA MIRADA DE SANTIAGO MITRE, QUE ESTE AÑO, ADEMÁS, LO CONVIRTIÓ EN PRESIDENTE

- Ricardo Darín por santiago mitre foto De anne christine poujoulat / afp

El Donostia es un premio que otorga el Festival de San Sebastián a personas que se hayan destacado en el cine a lo largo de los años. Se lo dieron a mucha gente de gran talento: Bette Davis, Vittorio Gassman, Liv Ullmann, Meryl Streep, Al Pacino, Robert De Niro, Jeanne Moreau, Susan Sarandon, Francis Ford Coppola, Julia Roberts y varios más. Muchos norteameri­canos, muchos europeos y un único sudamerica­no, que es argentino: Ricardo Darín. Y fue este año. El azar quiso (porque el premio es a la trayectori­a y no a un trabajo en particular) que haya sido el año en que estrenamos juntos una película (La cordillera) y compartí con él hasta el segundo previo a que saliera al escenario a recibirlo. Estábamos encerrados en un rincón, entre cajas, junto a un técnico de la transmisió­n, viendo en una pantallita minúscula un compilado donde se veían imágenes de sus actuacione­s en el cine: Nueve reinas, El secreto de sus ojos, Perdido por perdido, Carancho, Truman, El mismo amor, la misma lluvia, El

aura, XXY, La cordillera y tantas más. Ricardo estaba contento y emocionado. Es un premio importantí­simo y la sala estaba repleta. En su discurso –modesto y divertido, como siempre– se encargó de compartirl­o con todos los actores, directores, fotógrafos, vestuarist­as, sonidistas y miembros de los equipos con los que trabajó. Y se lo dedicó especialme­nte a las personas que más ama: sus amigos y su familia, Clara, el Chino, Florencia. Ahí le vimos las lágrimas. Es alguien que ama mucho a su familia, como no puede ser de otra manera (sobre todo si uno conoce a los Darín). Y ama estar con ellos. La primera persona a la que le va a consultar sobre un guión es Florencia –o el Chino o Clara– o muchos de sus amigos, que son casi una extensión de su familia. Segurament­e por eso (aunque tuvo muchas posibilida­des de filmar en otros países) eligió rodar (casi) siempre en la Argentina, buscando esa sensación familiar que te da el lugar donde naciste.

Los que trabajamos en cine sabemos lo difícil que es hacer una película: emocionant­e y sufrido, se arman lazos fuertes en los equipos. Supongo que por eso cuando el Chino lo instó a armar una productora no lo dudó y juntos la pusieron en marcha; se llama Kenya, como una de sus perras bulldog, cinco bolas negras que están saltando por toda su casa agrandando la familia. Una productora que es todo lo que quiere Darín de este medio: un lugar para sentirse como en casa y seguir desarrolla­ndo mundos, personajes, imágenes, relatos en forma de película, de obra de teatro, de programa de televisión, ahora que parecen estar tan cerca los bordes de unos y otros.

Ricardo fue a San Sebastián solamente por un par de días. Estaba presentand­o en España Escenas de la vida

conyugal, obra con la que la viene rompiendo hace un par de años ya, y con la que giró por medio mundo; y también filmando una película con el genial director iraní Asghar Farhadi, en la que comparte pantalla con Penélope Cruz y Javier Bardem. En los días previos a la entrega del Donostia, mientras deambulába­mos por la ciudad, se podía notar que no solo él y los que lo acompañába­mos nos sentíamos orgullosos, sino también todos en San Sebastián. El reconocimi­ento es para un ser íntegramen­te excepciona­l, y eso es algo que uno descubre (aunque ya lo intuía) cuando trabaja con él. Que es un actor enorme, con una técnica impecable, con una presencia y una precisión exacta, pero además, una persona maravillos­a.

Hacer cine no es únicamente hacer un film. Es mucho más. Ricardo es un interlocut­or lúcido, tan apasionado como obsesivo de su trabajo, generoso con todos. Un gran compañero. Me tocó hacer una película grande, después de algunas más chicas, y tenerlo conmigo, de ladero, pensando juntos, asumiendo el abismo que implica una película entre manos, fue tranquiliz­ador y divertido; mi persona de apoyo, en quien confié en todo momento. También él fue generoso por confiar en mí y dejarse dirigir. Me gusta que la experienci­a del cine sea así, en equipo, y Ricardo derriba la distancia con cualquier persona en un segundo, para que uno lo sienta como un amigo, un hermano, alguien muy cercano de inmediato. Es magia. Lo vi hacerlo en el set, no sólo conmigo, y también vi en los festivales a los que fuimos cómo Benicio del Toro, Oliver Stone, Vincent Lindon o Christoph Waltz se acercaban para saludarlo y conversar con él, igual que le pasa en la calle en las ciudades a las que va. Por eso no es raro que uno quiera verlo tanto en la pantalla, porque la derriba, porque logra hacer que desaparezc­a esa distancia que todos en el cine queremos que desaparezc­a, porque convierte todo en verdad.

No sé qué significar­a para él este 2017, en el que estrenó dos películas –Nieve negra y La cordillera–, cuando hizo teatro con el éxito de siempre, le dieron un gran premio a su carrera, rodó un nuevo film con un director que ganó dos veces el Oscar, consolidó una productora junto con su hijo y otros amigos. No sé si este año habrá sido tan importante, o más importante que tantos otros maravillos­os que ha tenido y segurament­e seguirá teniendo siempre. De lo que sí estoy seguro es de que, para mí, 2017 fue el año de Ricardo Darín. por qué es importante. Ganó el Premio del editor: Donostia a la trayectori­a en San Sebastián, filmó Todos lo saben con Javier Bardem y Penélope Cruz a las órdenes director iraní, ganador del Oscar, Asghar Farhadi, e interpretó al presidente de la Argentina en La Cordillera, de Santiago Mitre.

“Hacer cine no es únicamente hacer un film. Y Ricardo es un interlocut­or lúcido, tan apasionado como obsesivo de su trabajo, generoso con todos. Un actor maravillos­o y un gran compañero”

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