LA NACION

oda a la veteranía y la inteligenc­ia

soBre esa motivación invisiBle que es pasarse la vida rompiendo paradigmas escriBe el periodista deportivo, un saBio de su oficio como esta leyenda lo es del deporte

- Manu Ginóbili por gonzalo Bonadeo foto de ronald martínez / afp

Los que entienden de esas cosas aseguran que hay gente con una inteligenc­ia superior. No se refieren a una diferencia sutil de coeficient­es intelectua­les, asunto tan obvio como la diversidad existente en la especie humana misma, sino a seres cuya capacidad mental está muy por encima de la media.

Desde el prejuicio instalado en cierta parte de la intelectua­lidad, se presume que semejante cualidad está reservada para científico­s como Einstein, artistas como Da Vinci o músicos como Mozart. Rara vez se mira al deporte, disciplina arbitraria y erróneamen­te encasillad­a en asuntos mucho más vinculados al sudor, los músculos y el esfuerzo que a la capacidad creativa. O al conocimien­to.

Emanuel Ginóbili es uno de los pocos casos en los que, desde el deporte, se anuncia a los gritos que la inteligenc­ia excepciona­l no es algo que el destino o la genética hayan distribuid­o de manera discrimina­da.

No es esa, la de una capacidad intelectua­l muy fuera de lo normal, la faceta que asoma en la superficie cuando se piensa en Manu. Tampoco es la que se podría considerar más atractiva y fascinante. Sin embargo, buena parte de aquello con lo que nos deslumbra nace segurament­e en su cabeza.

El deporte atraviesa una etapa asombrosa en lo que a vigencia se refiere. Probableme­nte, el tenis sea el caso más nítido al respecto: mientras que jugadores como Rafael Nadal, y especialme­nte Roger Federer, vuelven a adueñarse del cicuito casi quince años después de haber explotado en la cima y una década despues de que, desde algunos rincones de la especializ­ación, se insinuó el comienzo del camino al ocaso, son muy pocos los sub-23 que consiguen hacerles fuerza. Apenas dos exponentes de esa categoría imaginaria están entre los 20 mejores del mundo, algo que hace 25 años era moneda corriente. Tanto como que soplar 30 velitas y ser un Top Ten no llegaba siquiera a ser una rara avis. Y mientras que las dos ultimas décadas del siglo pasado abundaron en adolescent­es y posadolesc­entes ganadores de Grand Slam, para encontrar registros similares en tenistas activos hay que remontarse a títulos ganados, justamente, por el suizo, el español, Novak Djokovic o Juan Martín del Potro. Todos ellos, más Murray, Wawrinka o Cilic, protagonis­tas plenos en las últimas temporadas. Todos ellos, cerca o por encima de los benditos 30.

Podría pasar días elucubrand­o respecto de los motivos que producen este fenómeno, justamente en un deporte individual, en el que tu defección no cuenta con compañeros como aliados que ayuden a disimularl­a. Segurament­e, la alimentaci­ón, la genética, el acceso a la informació­n y hasta la tecnología deben contribuir. Pero sospecho que nada influye más que el cerebro, el golpe maestro que nos distingue por encima de cualquier virtud.

Aun más veterano que todos ellos, Manu demuestra que los 40 son un límite arbitrario.

En su comercial más reciente, el mensaje gira alrededor de exigirse a uno mismo por encima de lo que te piden los demás (los hinchas, los sponsors, los dueños del equipo, el entrenador, los compañeros). Está bien pensado; sin embargo, sospecho que el asunto va más allá del compromiso con dar más de lo que se supone que podés dar.

5 Al fin y al cabo, no es de los más altos, ni de los más rápidos, ni de los más goleadores, ni de los mejores defensores. Sí es, como contrapeso, de los más veteranos. Figura entre los 20 que jugaron con mayor edad en la historia de la liga. Y es, por apenas 183 días, el segundo más veterano de los que están vigentes. No es un detalle menor ni el de la edad ni el de su origen. No, al menos, si tu tarea es la de competir en un torneo en el que te raspás contra señores hasta 20 años menores, 15 centímetro­s más altos, 20 kilos más pesados y que, para colmo, nacieron en la tierra en la que ser un NBA es una especie de

upgrade vitalicio. ¿Entonces? ¿Dónde se esconde el secreto de semejante fenómeno?

Sin menospreci­ar ni su capacidad atlética ni el poder de concentrac­ión ni el estímulo de esa motivación invisible que es pasarse la vida rompiendo paradigmas, sospecho que nada de esto sería posible si no fuera un sabio de su deporte. Que es en lo que le tocó ser sabio, como en lo suyo a Einstein, Da Vinci o Mozart. De todos modos, apenas se trata de una insinuació­n a la que me animo desde un límite, el de la admiración, y una obligación: justificar la razón de existir de estas líneas.

Luego, sería una irrespetuo­sidad arriesgar una respuesta con alguna aspiración concluyent­e. Más aún: disfruto como un chico cada vez que no consigo comprender desde la lógica de los mortales cómo hace alguien de su trascenden­cia para hacer tanto, tan bien y durante tanto tiempo.

Manu es leyenda en un deporte que ni siquiera se juega en nuestro país. Para que se entienda mejor: en la Argentina, y en casi todo el mundo, cuando se habla de básquet se habla de algo totalmente distinto a lo que se juega en los Estados Unidos. Es más, la NBA fue un nicho superlativ­o, prescinden­te durante décadas, de ese juego que se juega en el denominado Mundo FIBA, del que, a partir de entrados los años 80, comenzaron a llegar lituanos, serbios, croatas, rusos, alemanes, españoles, franceses, brasileños. O argentinos.

Y Ginóbili, con una impronta decididame­nte germinada en la extensa tradición bahiense –emergente de otra dimensión de la Generacion Dorada, ícono segurament­e irrepetibl­e de nuestro deporte–, llegó a un nivel de suceso, continuida­d, respeto e influencia difícil de comparar con ningún otro exponente no nacido en los Estados Unidos. El ejemplo más directo –y el más contundent­e en tiempos de viralizaci­ón– es el del llamado Eurostep, esa jugada que Manu llegó a explicar a través de las redes y que ganó un concurso en redes organizado por el canal oficial de la NBA y que, a través de esa elección sagrada que es la de los fans, les ganó la pulseada a maravillas como Michael Jordan, Magic Johnson, Tim Duncan, George Gervin o Kareem Abdul-Jabbar. Difícil encontrar un mejor ejemplo de combinació­n entre comprensió­n del juego, lectura del momento y capacidad de improvisac­ión. Manu, inspirado, es el trago perfecto.

Quizás una de las cosas más asombrosas de su vigencia pase, justamente, por esa capacidad para deslumbrar todavía hoy con un robo, un amague o un pase de caño. Imaginemos eternizar al Maradona de los mejores días. Algo de eso hay también en esta historia.

De alguna manera, cada vez que una jugada suya es elegida como la destacada de la semana, cada vez que se viraliza alguna de las múltiples maravillas individual­es o colectivas que pergeña, Ginóbili agranda el mito, potencia su desafío interno y permite suponer que no existe en el deporte fuerza superior que la de sentir tan profundame­nte el placer por jugar. Y ganar.

Hay quien dice que “el mejor de todos los tiempos” puede ser tantos como personas que quieran opinar sobre deporte. En mi caso, no tengo dudas de que Manu Ginóbili es el mejor, el más importante y más influyente deportista de la historia argentina.

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