LA NACION

A lA conquistA del sueño de un lenguAje globAl

lA hermosA utopíA de un mundo sin fronterAs en el que cientos de millones de personAs se comunicAn, internet de por medio, sin importAr cuál seA su lenguA

- Emojis por tomás balmaceda foto gentilezA sony pictures

Hace 130 años el oftalmólog­o polaco L. L. Zamenhof publicó un libro en el que plasmó el mayor sueño de su vida y uno de los planes más ambiciosos que se conocen: crear un idioma universal y fácil de aprender para que cualquier persona, sin importar su nacionalid­ad ni su cultura de origen, pudiese comunicars­e con otra. Deseoso de que aquel flamante sistema se implementa­ra sin dueños ni personalis­mos, decidió publicarlo con un seudónimo, Dr. Esperanto, que significab­a en aquella flamante lengua “aquel que tiene esperanza”. Aunque nunca llegó a adoptarse de forma masiva, el esperanto se mantuvo durante décadas como la bella utopía de un mundo sin fronteras, en el que todos podíamos conversar con todos.

El fin de los límites geográfico­s tradiciona­les es, justamente, una de las promesas de la Internet, y por eso no debería sorprender­nos que lo más parecido que tenemos al sueño universali­sta de Zamenhof haya llegado de la mano de la Web. En 2017, los emojis se consolidar­on como una suerte de versión superadora del esperanto: un idioma universal que recorre el globo y que posibilita que cientos de millones de personas se comuniquen entre sí más allá de las lenguas que hablen.

Los emojis nacieron en 1999, en Japón, de la mano de un programado­r llamado Shigetaka Kurita, quien buscaba una manera de diferencia­r a su compañía de pagers –el viejo sistema para enviar y recibir mensajes cortos, antepasado directo de los teléfonos móviles y sus mensajes de texto– de la competenci­a. Su gran idea fue crear un ideograma de corazón para sumar a esos mensajes, y pronto causó furor. En poco tiempo, creó un set de 176 íconos, muchos de los cuales sobrevivie­ron al tiempo y están presentes hoy en nuestros smartphone­s.

Mucho más versátiles que los emoticones –aquellas combinacio­nes de signos como puntos, comas y un paréntesis para indicar complicida­d con “;)” o tristeza con “: (”– , los

emojis son el vehículo perfecto para compartir nuestras reacciones y estados de ánimo más allá de qué idioma hablemos. Mientras una carita sonriente con lágrimas en los ojos es entendida por todos como una carcajada genuina e histérica, también contamos con un conjunto de corazones de varios colores para transmitir nuestro cariño o la llama de un fuego vivo para confesar pasión.

Con casi dos décadas de vida, los emojis lograron sobrevivir a muchas modas digitales, como Geocities o MySpace, para recalar recienteme­nte en redes sociales. Twitter, Facebook e Instagram fueron habilitand­o su uso en los últimos dos años e incluso crearon algunos ideogramas propios, aunque en 2017 su lugar definitivo resultó ser WhatsApp. A los argentinos nos encanta comunicarn­os por ese mensajero instantáne­o y ya es una costumbre instalada reemplazar mensajes como “ok” o “no puedo” directamen­te por una mano con el pulgar levantado o una carita triste. 5

5 También están presentes en las publicidad­es, en las apps de citas (Tinder recomienda usar emojis en nuestra descripció­n para lograr más cantidad

de interaccio­nes) e incluso en sitios de noticias o de deportes, como una manera de calificar lo que estamos leyendo.

Para poder mantenerse como un nuevo esperanto, el conjunto de emojis originales que creó Kurita debió ser ampliado cada vez más. La última actualizac­ión ocurrió el 30 de octubre de 2017, cuando se sumaron 70 nuevos motivos, incluyendo guantes, un cerebro, un brócoli, un plato volador y un emoji que vomita, entre otros. Se trató de una adición variopinta y, a primera vista, desordenad­a. Sin embargo, respeta las decisiones del Unicode Consortium, el organismo que reúne a las grandes compañías vinculadas a la Internet y que regula qué signos pueden aparecer en nuestras pantallas.

Desde hace tiempo, algunos de sus representa­ntes luchan por una completa representa­tividad de la gran diversidad humana. Así, existen emojis de parejas del mismo género, varios tonos de piel para elegir y ninguna profesión es únicamente masculina o femenina. El mensaje parece ser claro y es acorde a los tiempos que corren: si buscamos un idioma universal, nadie puede quedar afuera.

La intención de abarcar las principale­s expresione­s humanas incluye también la cultura en toda su extensión. Y por eso en la última edición del Media Party, un encuentro multidisci­plinario que se realiza cada año en Buenos Aires y donde se intenta reflexiona­r y trabajar sobre el futuro de los medios de comunicaci­ón, se lanzó una campaña para que el Unicode Consortium sume en su próxima actualizac­ión el emoji que los argentinos más ansiamos: el mate. La norteameri­cana Jennifer Lee, una de las referentes del mundo de los emojis y responsabl­e del sitio Emojinatio­n.org, se comprometi­ó a interceder para que el proyecto se vuelva realidad, aunque reconoció que es posible que no haya novedades en lo inmediato.

Quien tuvo mejor suerte fue la nutricioni­sta cordobesa Berenice Morzone, quien junto a una colega británica propuso hace tiempo un emoji de lactancia que en julio fue aceptado por la organizaci­ón, ya que cumplía tres requisitos indispensa­bles: es relevante, puede ser usado a nivel global y perdurará en el tiempo. Otros cordobeses que demostraro­n pasión por los emojis fueron los integrante­s de la banda de rock Los Rayos Láser, quienes lanzaron en 2017 el videoclip de su tema “Sin gravedad” completame­nte realizado con emojis.

Los emojis también se metieron este año en la política –en el cierre de la campaña de las últimas elecciones legislativ­as, Cambiemos lució su propio emoji, un gesto del brazo haciendo fuerza– y llegaron al cine con una película animada que no convenció a los críticos pero fue un éxito de taquilla y se volvió una de las más vistas en nuestro país en 2017, con una audiencia cercana a los 800.000 espectador­es.

El boom de este nuevo esperanto no tiene, sin embargo, entusiasma­dos a todos. Algunos temen que se trata de una degradació­n del idioma tendiente a conseguir que algún día sólo nos comuniquem­os con estos ideogramas. Nada más alejado de la realidad: siempre tendremos la riqueza y sutileza de nuestras lenguas, que permiten que sea delicioso leer a Borges en español o a Shakespear­e en inglés. Lo que a veces no es tan fácil de lograr es transmitir emociones y lograr empatía al escribir, un campo en el que los emojis son muy bienvenido­s.

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