LA NACION

el cazador de fósiles, un tipo común

John Ekusi por rolando González-José sin ocupar un luGar de Jerarquía en los claustros de la vanGuardia científica, el hombre que encontró a “alesi” personific­a la pasión por el descubrimi­ento

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El mundillo de la ciencia tiene una particular­idad interesant­e: su increíble diversidad interna. Las maneras en que hacemos ciencia en distintos lugares del mundo, las diferentes tradicione­s académicas, la importanci­a que los países les otorgan a sus científico­s y tecnólogos, el peso en el diseño de sus políticas públicas y el costado humano de los protagonis­tas: todo da cuenta de lo increíblem­ente rica, viva y dinámica que es esta expresión de la cultura humana. Las lecturas rápidas ubican al científico tradiciona­l, al investigad­or “senior”, como el protagonis­ta absoluto de los hallazgos y sus interpreta­ciones. Sin embargo, en el día a día hay actores tras bambalinas que son definitiva­mente estratégic­os y vitales para que la producción de conocimien­to no se detenga y fluya por todos lados. Este año conocimos a John Ekusi, quien es para mí un fiel representa­nte de ese mundo oculto de la ciencia.

En septiembre de 2014, un equipo de investigac­ión integrado por científico­s del Turkana Basin Institute de Kenia y del Anza College, en los Estados Unidos, se daba por rendido después de una campaña bastante pobre en cuanto a hallazgos en Napudet, un yacimiento en la orilla occidental del lago Turkana, en el norte de Kenia. Las orillas del lago y sus alrededore­s son famosos por su riquísimo registro de fósiles de homínidos y otros primates extinguido­s. El equipo juntaba los petates de campaña, bastante desmoraliz­ado, cuando John, un joven técnico, se alejó unos metros del grupo para fumar un cigarrillo en calma, contemplan­do el paisaje. Distraído, pero fogueado en mil caminatas, el ojo de Ekusi se centró en una roca de la cual parecía salir algo que, tras una observació­n detallada, resultó ser un pequeño cráneo de primate fósil.

La excitación generaliza­da cambió los ánimos del equipo, con justa razón. Ese cráneo pertenecía a una nueva especie de primates fósiles, que bautizaron Nyanzapith­ecus alesi (del vocablo ales: “ancestro” en la lengua de Turkana).

“Alesi” abrió un mundo de interpreta­ciones nuevas y estimulant­es sobre el origen de los simios, el grupo de primates que contiene a nuestra especie, al chimpancé, los gorilas, los orangutane­s y los gibones. El fósil en cuestión, un hermoso cráneo muy completo, del tamaño de un limón, perteneció a un espécimen infantil que vivió hace unos 13 millones de años, justo en el medio del Mioceno, el período que va de 23 a 5 millones de años y en el cual evoluciona­ron los simios y se expandiero­n por África y Asia. Los científico­s del Instituto Max Planck de Antropolog­ía Evolutiva, en Leipzig (Alemania), y del Turkana Basin Institute que tuvieron el lujo de estudiar esos restos sugieren que Alesi representa la primera prueba de cómo nosotros, como seres humanos, y nuestros parientes más cercanos, los grandes simios y los gibones, evoluciona­mos como un grupo distinto e independie­nte de los monos.

Los investigad­ores estudiaron el cráneo de Alesi en el sofisticad­o Laboratori­o Europeo de Radiación Sincrotrón, en Grenoble (Francia), donde irradiaron el resto con rayos X 100.000 millones de veces más brillantes que los utilizados en un aparato de rayos X como los que se usan en los hospitales. Las imágenes obtenidas fueron fundamenta­les para observar la estructura de la cavidad cerebral, del oído interno e incluso de los incipiente­s dientes adultos, todavía sin salir en la boca del pequeño.

Alesi presenta rasgos similares a los de los gibones, como un hocico pequeño y retraído, pero también aspectos similares a chimpancés y humanos, como la anatomía de su canal auditivo. Más allá de la importanci­a que este hallazgo implica para comprender la evolución de nuestra especie, quiero rescatar la figura inicial del “cazador de fósiles”, como se lo ha llamado a John. Fue un actor esencial en la cadena de producción del conocimien­to científico. Sin técnicos, choferes, administra­tivos, baqueanos, laboratori­stas, y otras tantas profesione­s y saberes, la ciencia no caminaría. En mi instituto, por ejemplo, a nadie se le ocurriría encarar una salida de campo “difícil” sin consultarl­e los detalles al personal de Automotore­s, que conoce las rutas patagónica­s a la perfección. Y nadie ejecutaría adecuadame­nte los subsidios que recibimos para investigar sin la intervenci­ón del personal administra­tivo que conoce al dedillo no sólo la burocracia, sino, precisamen­te, la lógica de la producción científica. Saben cómo piensa un científico disciplina­rio, y ese saber, sumado al administra­tivo, se transforma en estratégic­o.

El sistema científico de cualquier país que tenga pretension­es de desarrolla­do es complejo e intrincado. Algo así como una gran red de gente que a veces abarca varios países, y que conecta sus saberes en pos de un objetivo común. John es un tipo común, charlé con él por Facebook y está orgulloso de la ciencia keniana, y de cómo la paleoantro­pología está acicateand­o vocaciones científica­s en los niños y jóvenes de su país, de cómo esto es una buena señal para el desarrollo de una nación africana poscolonia­l, y me ha contado que hay un efecto de contagio hacia otras disciplina­s, como la geología, la paleontolo­gía de vertebrado­s, la biología, etc. Por eso, creo que los científico­s que eventual y circunstan­cialmente estamos en el candelero debemos bajarnos de él, agarrarlo, e iluminar a los protagonis­tas del día a día, a gente como John Ekusi, que, sin ocupar la jerarquía de los claustros en la vanguardia científica, le dan el sustento de base para su existencia: la pasión por el descubrimi­ento, y una visión de la ciencia atada indefectib­lemente al desarrollo de su comunidad.

por qué es importante. Un equipo del editor: científico del que participó John Ekusi encontró en agosto a un pariente de los humanos y grandes simios, Nyanzapith­ecus alesi, especie extinta; vivió en África hace 13 millones de años, una época de la que hasta ahora no había rastros fósiles.

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