LA NACION

una autora con mirada quirúrgica

margaret atwood no imaginó que, aún hoy, se convertirí­a en referente de los derechos sociales y su obra, un grito de la batalla anti-trump; escritor y, como ella, ciudadano canadiense, el director de la biblioteca la retrata con precisión

- Margaret Atwood por alberto manguel foto de leonardo cendamo/leemage

Hace ya unos años, Margaret Atwood observó que el célebre verso del poeta americano Robert Frost, “La tierra fue nuestra antes de que fuésemos de la tierra”, nunca hubiese sido escrito por un canadiense. “La tierra nunca fue nuestra,” dijo Atwood. “Nuestra relación con la tierra es la de criaturas que tienen que luchar por sobrevivir”. Desde su infancia, Atwood tuvo siempre una relación física con su tierra. Pasó sus primeros años siguiendo los pasos de su padre, entomólogo, quien recorría los bosques del norte de Quebec y de Ontario en busca de especímene­s para estudiar. A partir de sus lecturas de cuentos de hadas y novelas policiales, Atwood escribió sus primeras poesías cuando aún no había cumplido los 6 años; empezó la escuela un par de años más tarde y ya adolescent­e empezó a distinguir­se como una poeta de voz aguda, irónica e inconfundi­blemente personal.

En 1971 publicó Sobrevivir, un ensayo hoy clásico en el que definió la cultura de Canadá en términos de su relación con la naturaleza, y a través de la constante presencia del protagonis­ta-víctima que Atwood ve como caracterís­tica de la identidad nacional. Bajo la influencia del gran crítico Northrop Frye y su definición de la mentalidad canadiense como un “espíritu de cuartel”, Atwood exploró estas ideas en sus ficciones. Novelas como Resurgir,

Doña Oráculo, Ojo de gato, Alias Grace exploran las estrategia­s de superviven­cia de las víctimas (sobre todo mujeres) en entornos antagónico­s como la selva o la sociedad patriarcal. No se trata nunca de una oposición ingenua entre víctima y victimario: en todos los casos, Atwood indaga con precisión quirúrgica los lazos que se crean entre mujeres, hombres y el sufrido mundo que nos rodea.

Cuando Atwood publicó El cuento de la criada, en 1985, apenas sospechaba que los indicios del abuso de poder que vislumbrab­a en la sociedad de los Estados Unidos hubiesen podido llegar a la elección de Donald Trump y al cuestionam­iento (otra vez más) del rol de las mujeres cuyos derechos presumíamo­s adquiridos a partir de los movimiento­s feministas de principios del siglo xx. Treinta años más tarde, la novela adquirió en los Estados Unidos, pero también en otras partes del mundo, el carácter de un grito de batalla, un espejo que exageraba levemente las injusticia­s de la sociedad actual. Mujeres vestidas con el emblemátic­o uniforme de la criada en la sociedad misógina de Gilead empezaron a aparecer en manifestac­iones anti-Trump, y El cuento de la criada, convertido en una serie televisiva muy exitosa, se convirtió en un best seller mundial traducido a más de cuarenta idiomas.

A partir de esa novela, Atwood comienza a investigar los límites de la realidad, aunque ya en

Resurgir, por ejemplo, hay trazos de tales incursione­s. Atwood se niega a definir estas novelas, incluyendo la trilogía distópica Maddaddam, como obras de ciencia-ficción. Según Atwood, la literatura de ciencia-ficción inventa mundos y criaturas fantástica­s, mientras que sus novelas buscan simplement­e ampliar o exacerbar lo que ya existe en nuestra realidad. “Para cada detalle que los lectores puedan suponer fantástico”, dice Atwood, “tengo pruebas de su existencia en forma embrional aquí y ahora”.

Si bien Atwood es conocida por sus ensayos y, sobre todo, por su ficción, su obra de poeta es la que mejor expresa su filosofía ética y social. Su exploració­n de los temas de injusticia, de represión, de censura y poder, sus indagacion­es en la identidad sexual, familiar y ciudadana, explícitas en su prosa, adquieren en su poesía facetas ricamente ambiguas y profundas. Para Atwood, la inteligenc­ia adquirida a través de la palabra puede conducir a un mundo mejor. “La estupidez”, escribió, “es lo mismo que el mal, si juzgamos por sus frutos”. Desde sus primeras coleccione­s de poesía, como

Los diarios de Susanna Moodie y Los animales de esta tierra, hasta sus últimas, como Amanecer en

la casa incendiada, por ejemplo, muestran, con humor original y conmovedor­a empatía, la inteligenc­ia de su pensamient­o y su interés en nuestro común destino humano.

La obra de Atwood se resume quizás en este párrafo de la novela Ojo de gato: “El amor nos empaña la visión, pero después que se retira, podemos ver con más claridad que nunca. Es como la marea menguante que revela lo que fue echado al mar y se hundió: botellas rotas, guantes viejos, latas oxidadas, los restos carcomidos de un pescado, huesos. Esto es el tipo de cosa que vemos si nos sentamos en la oscuridad con los ojos abiertos sin conocer el futuro”.

por qué es importante. Con el estreno del editor: televisivo de El cuento de la criada –también este año se adaptó Alias Grace–, la escritora se convirtió en una referente de la lucha contra las injusticia­s de la sociedad actual y en best seller mundial.

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