LA NACION

PORQUE UNA DIVA TAMBIÉN ES UN SER VULNERABLE

EN UN AÑO QUE LE DEMOSTRÓ QUE EL ÉXITO TIENE SU PRECIO, EL MÚSICO IMAGINA A LA ESTRELLA POP SENTADA EN EL UMBRAL DE UNA CALLE SOLITARIA DE HOLLYWOOD, PURGANDO LAS PENAS DE LA FAMA; EN ESA ESCENA VE A LA MUJER DESNUDA, A LA MUJER MÁS ALLÁ DE LA MÚSICA

- Lady Gaga por abril sosa foto de frazer harrison/afp

N 5adie quiso ver a la mujer que se escondía como una sombra tras el pérfido devenir. Tal vez, porque nos involucram­os tanto en las razones por las cuales admiramos a una persona (o a una cosa) que olvidamos por completo a qué debemos esa admiración. La mujer, cansada, se sienta en la vereda de una calle cualquiera de Los Ángeles, prende un cigarrillo y mira de cara hacia la nada. Mira hacia el futuro con grandeza, pero a la vez con la frustració­n que supone hacer el papel de uno mismo cuando todavía no encontramo­s comodidad y entusiasmo en lo que nos toca representa­r. La muerte le desdibuja la cara, las hojas del presente van cayendo en la noche, el dolor físico la sacude y una lágrima acaricia su rostro: ya no hay belleza, sólo extravagan­cia y mordacidad.

“El problema de la fama es siempre el mismo”, pienso cuando la veo llorar; es la carencia de una facultad única e imprescind­ible, la del anonimato. Esa gracia divina de no ser alguien –en el sentido menos estricto de la palabra– da la posibilida­d de mirar al cielo y al infierno con la misma gracia y liviandad con la que vemos la inanimada forma de una piedra. Caminar frente a los ojos indiferent­es de un mundo que no nos reconoce ni nos va a reconocer, y, por lo tanto, que no nos necesita: eso es invaluable. Pero no todos cuentan con tal fortuna: para ella, que hasta el hartazgo y la gloria no va a dejar de mirar hacia ambos lados con desconfian­za mientras tantea el frasco de cicuta en el bolsillo, el sacrificio de perderse para siempre por darse a los demás –a ciertas luchas necesarias (en este caso a través del arte)–, se transforma en una posibilida­d para dejarlo todo, para llegar al fondo. Mira hacia el cielo y se redime: I bow down to pray/ I try to make the worst/ seem better/Lord show me the way, canta sus razones en una plegaria. Se seca las lágrimas con la lengua. Se pregunta en cuál de las caras de este dado existencia­l está la mujer que desearía ser. Elige y va… Go all the way.

Puedo figurarme esas calles de Hollywood porque las conozco. Puedo comprender­las como escenario perfecto de ciertos estados por los que un artista suele pasar. Sobre todo, después de ver por segunda vez Gaga: Five Foot Two, el documental de Netflix que retrata la cara menos pública de la cantante (lo recomiendo sobre todo para aquellos interesado­s en ver, usando una idea de Oscar Wilde, “el otro lado del jardín”). Allí creo acercarme mucho más a la personalid­ad que busco y creo encontrar en ella una señal íntima de franqueza y emociones.

No veo budeidad en Lady Gaga. Ni altruismo. No creo que su música, siempre cargada de una profunda intención, con voz sincera, perfecta y fastuosa, vaya a salvar el mundo. Sin embargo, hay allí una mujer enigmática y vital. Un personaje que con habilidad juega detrás de muchos otros no menos hábiles. Una suerte de realidad que sucede a la otra, explotando y explorando lo más incierto de la condición humana. Como si en sus renaceres ficticios todo recobrase un valor inalterabl­e. La secunda, fielmente, la necesidad de administra­r esa verdad, y se le impone la difícil tarea de romper con el cliché del famoso y del norteameri­cano, el cliché de la superficia­lidad, de las drogas, la neurosis y el suicidio –materia prima en la escuela para ser una star–. Confunde la empatía hacia los demás, sintiéndos­e capaz, por momentos, de creerse un ser mesiánico y fundamenta­l. No lo es: nadie lo es. Sin embargo, cuando se apaga la cámara aparece una mujer gigante, invencible, que tira de las cuerdas de un objeto-ídolo que tiende a desaparece­r, promulgand­o, o intentando promulgar, la verdadera razón que nos hace más reales y hermosos, más interesant­es: la equidad, el amor, la conciencia, el sufrimient­o, la desdicha y la felicidad a un mismo tiempo.

Apoyada en sus comienzos por la comunidad gay, Lady Gaga se transformó en un ícono de ciertas luchas sociales e ideológica­s que con el tiempo supo revitaliza­r y alimentar, con estilo e inteligenc­ia. Ella usa la transgresi­ón menos como una herramient­a que como una misteriosa necesidad. Propongo mirarla de cerca a esa mujer que mitiga su vida con la solvencia de un luchador profesiona­l. Sin detenerme en sus canciones, que sin dudas son un prolijo pacto con lo popular y que, aunque simulan romper las barreras de lo ya escrito, no lo logran –debo admitir que si no buscara originalid­ad en ellas, puedo gritarlas bailándole al cielo y hasta disfrutarl­as con plenitud–, quiero reparar en la mujer desnuda, la mujer más allá de la música, aquella, puedo argüir, que ocupa el lugar de una mujer nueva, la de siglos venideros, la que viene a descosific­ar a la mujer, la que es el flujo de una lucha reciente que lo va a teñir todo, con la belleza de los colores, la sensibilid­ad, la creación y la sutileza.

En el primer capítulo de la serie Girls (dirigido, guionado, actuado e ideado por Hannah Horvath, otra de las mujeres que a fuerza de un profundo sentido de la realidad supo mostrarse tal cual es, pura, imperfecta y colosal), Lenna, el personaje principal, aspirante a escritora, responde a la necesidad de tiempo y dinero en busca de convertirs­e en la voz de una nueva generación. Sin éxito, se limita a una vida llena de trabas, desdichas, frustracio­nes, haciendo frente a las vicisitude­s de una sociedad machista y retrógrada, carente de la fuerza que podría, si quisiese, impulsarla hacia lo que busca lograr. Paradójica­mente para Hanna (la autora) las desdichas quijotesca­s de Lenna (el personaje) terminaron siendo un mensaje contundent­e y explícito sobre todo aquello que buscaba decir o criticar. Lady Gaga contó con otra suerte. Lady Gaga es de por sí un éxito. Sea por su condición de animal salvaje, por sus raíces romanas (ella es Stefani Joanne Angelina Germanotta) o por determinac­ión de las fuerzas universale­s, supo desde un principio ser ecuánime y atinada y eso, si no le abrió muchas puertas, al menos le proporcion­ó algunas señales en el camino.

Ciertas dudas me invaden cuando me sumerjo del todo en esos personajes (y lo hago con prejuicio casi inocente) que fueron desfilando en las alfombras de presentaci­ones públicas. Su fascinació­n por la moda, en donde encuentro cierta plasticida­d y absurda devoción, desacredit­an mis ganas. Es un circo innecesari­o, me digo automática­mente, casi como un acto reflejo. Pero probableme­nte me equivoque. La exaltación y el histrionis­mo son necesarios cuando se trata de decir las cosas frente a un mundo chato y cerrado. Quizá, la mujer de hoy necesite la hipérbole como forma de despertar coraje en los demás, como una herramient­a que por momentos atenta contra lo que se está tratando de decir.

Entonces disipo las dudas y me quedo con lo fundamenta­l. Me pregunto qué va a pasar cuando lo suelte todo. Cuando las formas aladas de la virtud pierdan su brillo, el plumaje se seque y la fuerza de la vida esté de regreso, cargada de los errores que envejecen los sueños. Prefiero quedarme con el desenlace en vez de la trama. En definitiva, son muchas palabras las que precisé para compartir mi fascinació­n por quien sabe gritar a tiempo lo que otros prefieren callar.

Como activista por los derechos de las mujeres, de la igualdad social, de los derechos de los animales y sintiéndom­e parte del engranaje de esta máquina proclive hacia un futuro más ético y humano, me llena de emoción encontrarm­e con casos así, iluminacio­nes esporádica­s pero fundamenta­les en este tiempo de transforma­ción, que saben convertir la niebla en nubes brillantes.

Lady Gaga se levanta del piso, prende otro cigarrillo y camina en dirección al mar. La mujer, y no los sucesivos personajes, con el jogging harapiento y el alma rota, con las ojeras verdosas y llenas de vida, voltea la cabeza, y sonríe. I’m beautiful in my way/ ‘Cause God makes no mistakes./ I’m on the right track baby./ I was born this way. Voltea la cabeza otra vez y sigue caminando. Se ríe de mí, no conmigo.

“Cuando se apaga la cámara aparece una mujer gigante, que tira de las cuerdas de un objeto-ídolo que tiende a desaparece­r, promulgand­o la razón que nos hace reales y hermosos: la equidad, el amor, la conciencia”

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